Las pruebas de Percy: el escudo de Atenea - lacaritademalfoy - Percy Jackson and the Olympians (2024)

Siente algo aplastar su espalda y es el peso exacto de cinco kilos. Incluye una cola y cuatro patas que amasan su espalda en busca de un nuevo lugar para dormir. A veces, cuando May se encuentra en muy mal estado o muy lejos de sí, el señor cinco kilos usa su astucia y baja por las escaleras de incendio. Entra a la casa de Sally y busca comida de mil formas. Rasca las paredes, maúlla, araña al que se le cruce y vuelve a maullar, pero más fuerte. Esta vez, cinco kilos pensó que Percy era el lugar perfecto para amasar y domir, importándole poco que sea verano, que su cuerpo sea muy caliente y que sus uñas lastimen la piel mortal de Percy.

—Auch —se queja, retorciéndose debajo de las patitas esponjosas del felino—. Eso duele —le dice, pero al gato le da igual. Sigue en lo suyo.

Sabiendo que podría ganarse un siseo enojado y unos arañones, Percy se mueve y eso no parece gustarle al señor cinco kilos.

Maúlla enojado.

—Ah, ¿perdón? —le mira incrédulo mientras que el gato mueve la cola—. Estás arañando mi espalda. Creo que no te das cuenta de los cuchillos que tienes por garras —le dice, logrando que el gato maúlle, quejándose—. No puede ser verdad. Estaba durmiendo, señor panzas —el gato se sienta, lamiéndose las patas mientras sigue moviendo la cola.

Percy bosteza y mira el sol que entra por la ventana.

—¿Sally no te dio croquetas? —le pregunta. El gato maúlla indignado—. Bueno, ya voy —levanta las manos en son de paz.

Puede que hace unas semana se sintiera como una papilla, que prefiriera hacerse un caparazón de mantas y esconderse mientras nadie le miraba llorar, pero con ayuda y el cariño de Sally pudo sonreír un poco más y creer que habría solución a sus problemas. Aún si no sabe cuándo será.

Ahora luce como un adolescente promedio que disfruta de un verano libre de obligaciones escolares. Comiendo chucherías a altas horas de la noche mientras mira la tele, atiborrándose de los dulces que lleva Sally de su dulcería, usando ropa enorme o a veces durando todo el día en la misma pijama, escuchando las peleas del vecindario y jugueteando con un gato que pesa cinco kilos. Parece en un estado de angustia, como si acabara de despertarse luego de hibernar por más de tres meses. Lo sabe, no es su mejor método para sobrellevar el dolor, pero siente que si hace algo para remediarlo, todo saldrá muy mal y será más difícil. No puede negarlo. Tiene miedo a que no pueda ser como esperaba.

Sally no dice nada, es como si deseara consentir hasta su momento más profundo, como si todo fuera bien. Hay algo que no entiende por completo, aún así prefiere ignorarlo porque estar con ella es como un bálsamo para su corazón de niño que en este momento está roto. Ella lo anima a que preparen platillos deliciosos, que tomen chocolate con May en las tardes más calurosas, que salgan de compras con sombreros de paja y que alimenten patos en los estanques de los parques.

Además, ella le lleva dulces de su propia tienda, jurando que son los mejores de toda Nueva York. Percy no puede resistirse a ellos, incluso sus favoritos son las tiras ácidas de arándanos y los anillos de gomita en color azul. Al menos es algo bueno entre toda esa tormenta.

Fuera de sí, Percy no descubre que cinco kilos se restriega en sus piernas, pidiendo su banquete. Despierta hasta que el felino le da una mordida. Al llevar una pantaloneta y una camisa de un equipo de natación, al señor cinco kilos se le hace más fácil lastimar a Percy con sus atributos.

—Ya, perdón —dice muy débil, dejando el plato del felino en el suelo, muy cerca de su recipiente de agua.

Cinco kilos se queda comiendo mientras que Percy se anima a comer un poco. Puede que Sally lo anime a cocinar, más no significa que se coma todo lo que tiene su plato. Tampoco significa que pueda comer más de una chuchería y luego siente que podría vomitarla si le pican la panza. A veces se lleva regaños maternales de Sally porque descubre que no ha desayunado o almorzado, por lo que decide que no le dará una preocupación extra a la pobre inmortal.

Busca un tazón con forma de gato y la leche de almendra que tiene la inmortal en su nevera. Ella es un poco intolerante a la lactosa, así que debe ingerir algunos sustitutos para que su estómago no se retuerza del dolor. Percy tampoco se queja, encontrándole un sabor peculiar a la bebida. Busca el cereal de avena y miel con figuritas de corazones y se sirve la cantidad que sabe que no desperdiciará.

Abre la boca y escucha que uno de los vecino tose mientras abre la puerta de su departamento. En el silencio de las mañanas, a veces se puede escuchar algunas cosas dentro del edificio. A veces escucha los regaños de la señora que tiene su tienda en el primer nivel hacia su nieta, a veces la música de May, a veces los gritos de los vecinos de arriba, en otras... bueno, cosas de vecinos.

Mastica con mucho desgano, preguntándose si hoy hará algo que rompa su rutina. No ha hablado con Luke o Thalía, tampoco con Annabeth o Grover. Al inicio, intentaron llamarle por medio de Iris, pero al ver su negativa para charlar un poco, dejaron de intentarlo. Está profundamente agradecido por eso, no tiene intenciones de confesar que tiene ganas de llorar y preguntarle a sus hermanos si pueden ir y visitarle. Sube las piernas a la silla y juguetea con la cuchara, moviendo los cereales entre la leche. Suelta un suspiro que estuvo reteniendo y siente un picor muy conocido, intentando pensar en otras cosas para no caer en ese círculo de dolor otra vez.

—Luces deplorable, Percy —una voz clara y mandona hacen que brinque de su lugar y golpee la cuchara contra su tazón.

Se gira y como arte de magia, Contracorriente aparece en su mano, brillante y filosa como una muy sencilla amenaza.

Una mujer alta, de cabello negro y perfectamente lacio está ahí. Sus ojos son grises como el acero bajo una tormenta, calculadores y como si pensara en millones de cosas a la vez. Conoce ese aire a sabionda, como si pudieran brotar libros de sus manos. Ella es Atenea, la misma diosa de la sabiduría y otra deidad de la guerra al igual que Percy y los demás que existen. Atenea es inconfundible, es como una torre de conocimiento y de diciplina, incluso su cabello pulcramente cortado y acomodado le recuerda a Percy su gusto por la exigencia y a la perfección.

Percy traga los cereales atorados en su garganta y mira a cinco kilos, quien mira a Atenea y se acerca a Percy, maullando algo.

—Linda criatura —señala ella. Cinco kilos puede que se esté quejando que ella no se dejó pegar ninguno de sus pelos en su impecable traje de diseñador.

—Sí, lo es —murmura, preocupándose que cinco kilos comience a pelear con la diosa. Agarra al felino y lo deja junto a su tazón de comida para evitar que se ponga ofendido.

Atenea camina por el departamento como si lo evaluara, cruzándose de brazos hasta que encuentra una reciente fotografía donde está Percy junto a Sally abrazando a May. Su mano toma el cuadro y lo mira con detenimiento, su rostro en una expresión ilegible.

—Así que... —carraspea Percy, incómodo—, ¿qué te trae aquí?

Atenea deja el cuadro y luego regresa su mirara de acero a Percy.

—Quería verte —responde suave, como si fuera algo casual.

Percy le mira, tratado de saber las verdaderas intenciones de la diosa.

—Claro —murmulla, logrando que Atenea le mire como si fuera un imbécil.

—Linda casa. Sally tiene un gusto bastante intrigante —dice, alejándose de las fotografías y regresando a donde llegó inicialmente.

Percy no responde esta vez, prefiriendo no mostrarse nervioso frente a la diosa.

—Supe que te marchaste del Campamento —señala ella, logrando que Percy pierda su enfoque de no perder los nervios y le vea, como si le hubiera atrapado con las manos en la masa—. ¿Esa es tu débil estrategia para no lastimar a nadie? —su pregunta acompañada de una sonrisa logra que Percy se siente diminuto.

—Sólo no quiero afectar a nadie —murmura, moviéndose como si quisiera esconderse detrás de la mesa.

Atenea no borra su sonrisa, en cambio, asiente y alza la cejas, como si algo le impresionara o no pudiera creerlo.

—¿Y sabes que todo el mundo divino sabe que estás aquí? —le pregunta, como si extrajera más información por medio de sus ojos grises. Percy se siente bajo un microscopio, siendo evaluado.

Respira profundo e intenta no insultar a sus antepasados. Se pregunta cómo, pero no es tan difícil de saberlo. Las auras lo miran todo, luego ellas lo dicen en el Olimpo y el Olimpo lo deja caer a Atlantis, luego las ninfas lo cuentan y las océanides lo saben y ellas le dicen a Estigia y ella lo pasa al resto del Inframundo. Es una cadena que descubrió cuando anduvo de noviecito con Belona. Hera casi ordenaba a que le decapitaran por haberse enrollado con su rebelde hija, diciendo que Percy no era el indicado para ella. No mintió en esa parte y Percy es feliz de que eso haya terminado. Tener a Hera como suegra es... prefiere no mencionarlo.

—Lo sé —responde a la pregunta de Atenea.

La diosa asiente y toma una de las sillas, sentándose con elegancia y pulcritud.

—Percy, no me hagas perder mi tiempo contigo para sólo obtener una negativa —dice ella, como si estar ahí le fuera una tarea muy difícil.

—Yo no te llamé —murmura y la diosa aprieta los labios. Se reserva lo que quiere decir realmente.

—Mi escudo, el Égida, está en peligro —dice en un tono tan confidencial, que Percy se siente un poco incómodo al no usar ropa para la ocasión. Su camisa tiene una mancha de leche o ketchup. Algo es.

—Pues escóndelo detrás del trono de Zeus —se encoge de hombros y toma el tazón con cereal inflado por la leche. Cinco kilos ya no tiene apetito. Es turno de Percy de comer las sobras.

Atenea tiene una expresión bastante peligrosa, como si pensara en todas las formas en las que puede matar a Percy.

—¿Qué sabes sobre mi escudo? —pregunta a cambio.

Percy hace una mueca pensativa mientras juguetea con la masa de cereal.

—¿Que tiene como logo la cabeza de una inocente? —intenta, sabiendo que eso tocará los nervios de Atenea. Siempre que ha podido, ha remarcado que esa historia salió mal y que el culpable era Poseidón, no la pobre de Medusa. Atenea siempre le mira con ojos de fuego cuando toca el tema y es suficiente para que ella lo ignore por años.

Pero esta vez, parece que ella se esforzará por no destruirle la cabeza y la mira tomar aire, muy tranquila. Tanto que es peligroso.

—Muy divertido, Percy —responde, pero la tensión en su voz es suficiente para que el mortal sonría—. Mi escudo tiene capacidades que son muy valiosas, así como peligrosas en las manos equivocadas —comienza a explicar, dando un gran esfuerzo por ignorar que Percy está comiendo el cereal que Cinco kilos no se comió—. No me gustaría saber que mi poder lo usan aquellos que tienen débiles intenciones. El Égida es capaz de proteger de cualquier ataque a quien lo use, no importa si el portador es el malo o el bueno, el escudo actuará en beneficio a quien lo use.

—Se parece mucho a ti —señala Percy, agitando la cuchara y manchando a la diosa con cereal en su traje limpio.

Ella tiene ojos asesinos, aún así desaparece el trozo de cereal de su ropa e ignora el comentario de Percy.

—Son los amigos de Kai quienes buscan apropiarse de mi escudo, en concreto, el hijo de Ares —dice, logrando atrapar la atención de Percy. Deja su tazón a un lado y toma asiento, sintiendo a Cinco kilos buscando atención mientras se restriega en su brazo.

—¿Y por qué no lo buscas tú? —traga el cereal, negándose a pensar en el camino de esa charla.

Atenea luce exasperada, como si odiara el no haber previsto lo siguiente.

—No puedo. Dividí tantas veces mi escudo que ahora está fuera de mi dominio —admite firme, como si aceptara su error.

—¿En quienes? —Percy arruga la nariz.

—Mi padre tiene una parte, su hija mestiza tiene otra. Ya tengo la parte que poseía Juno y la mía —hace el conteo—. Apolo tenía una parte, pero el irresponsable la perdió en una apuesta en Las Vegas con demonios. La parte que tiene mi estatua, el Atenea Partenos y la última se la di en una capa a una semidiosa hija de Belona.

Percy suma con los dedos y la diosa alza una ceja.

—¿Una capa? —vuelve a su expresión de arrugar la nariz.

La diosa suspira y se prepara mentalmente para hablar.

—Sí, Percy, una capa —responde, gélida y neutral. Percy le mira y por su sonrisa corta ella sabe que el mortal quiere burlarse un poco. Sí, glorificar una capa no es lo mejor entre los dioses de guerra.

—¿Y la envió a la tintorería y se perdió el poder o cómo? —murmura y Atenea se comienza a arrepentir un poco.

—La capa está bien, no te preocupes. El tema es que necesito que me ayudes a recuperar el Égida de Apolo y a evitar que se roben el Atenea Partenos. Una vez juntos, volveré a unirlos y recuperaré el Égida original —explica.

Percy hace una mueca doble y su sonrisa hace que la diosa quiera estrangularlo.

—¿Por qué no le das esa misión a un mestizo? ¿Qué tal a una de tus crías? Esos repipis se harían diarrea de la felicidad si les dieras una misión —menciona, bostezando después porque ya perdió el interés por esa historia. ¿Quiere volver a verse envuelto con los problemas de Kai? No, muchas gracias.

Atenea mira a Percy en silencio, logrando incomodarle y doblegar su negativa en ayudarla.

—¿Por qué yo? —grazna.

—¿Quién fue el que consiguió la cabeza de Medusa?

—Perseo.

—Exacto.

Percy se encoge de hombros y se muestra en blanco.

La diosa no puede creer que no lo entienda.

—¿Y qué?

—Tú te llamas Percy y-

—¡Ay, no! No vengas con la excusa del nombre, ya he visto mucho de esos —dice, moviendo una mano como si quisiera que Atenea se fuera volando—. Además, sería más coherente si lo buscara un hijo de Zeus. Perseo era hijo de ese barbudo —defiende su punto.

Atenea se muestra muy tranquila, inamovible.

—Percy, yo también soy hija de Zeus y no puedo recuperar el Égida.

—¿Por qué? —pregunta, ya como una duda inocente.

—Hefesto lo maldijo y si yo llegaba a perderlo, no lo recuperaría a menos que alguien me lo diera —admite y Percy suelta una risa.

—¿Era cierto? ¿Que Hefesto estaba enamorado de ti? —ríe.

Atenea no lo hace, ella parece que está diciendo una verdad que quería mantener escondida por milenios.

—Percy —dice con voz de acero, intentando que el mortal deje de reírse.

—Lo siento, lo siento —dice, limpiándose una lagrimilla.

—Si me ayudas a conseguir el Égida de Apolo, moveré algunos hilos para que Olimpo esté de tu lado. Adelantaré tu regreso a tu estado natural —ofrece y Percy deja de reír, como si hubieran tocado una fibra peligrosa.

Atenea sonríe esta vez, sabiendo que llegó a su punto.

Percy le mira en silencio, teniendo la respuesta de forma inmediata.

—No.

La diosa de la estrategia frunce el ceño, sin atrapar la razón de su negativa.

—¿Por qué? —exige saber.

Percy observa hacia una ventana, preguntándose si puede brincar a través de ella y escapar de esa diosa que hace mejor de detective.

—Cosas personales.

—¿Por miedo a Poseidón y los castigos de Anfitrite? ¿O porque quieres disculparte con cierto hijo de Hades antes de ser dios otra vez? —sus ojos de acero leen por debajo de las capas de Percy, revelando sus secretos.

—Ninguna —dice, intentando sonar firme. Cosa que no logra en absoluto.

Atenea vuelve a sonreír, sabiendo que lo tiene sujeto del cuello.

—Te estoy dando la oportunidad, Percy. Sé lo que quieres, pero te da miedo decirlo.

—¿Cómo puedes leerme tan fácil? —murmura, ignorando lo que ella dijo.

—Eres mortal ahora, ¿recuerdas? —eso logra raspar en las partes lastimadas de Percy, recordándole que ahora es un debilucho.

Percy mira hacia su tazón de cereal húmedo, buscando consuelo en las hojuelas abultadas.

—Hazlo, Percy. Mi voto estará contigo en todo momento y el de Olimpo también —dice y ante las dudas que se leen en la mirada de Percy, ella añade—: Lo juro por Estigia.

La diosa de la sabiduría no suele hacer juramentos tan fácil, así que debe ser un asunto que le rompe los nervios si se atreve a jurar.

—Además, le diré a mi hija Annabeth para que ella viaje con su grupo. Ellos te ayudarán.

Percy se mantiene en silencio, dejando que la diosa sepa que realmente lo está considerando.

—La primera parada serán Las Vegas —dice, como si eso fuera algo bueno para Percy—. Ahí encontrarás lo que quieres, más de lo que imaginas.

Atenea se pone de pie y su ropa sigue igual de lisa y bien acomodada.

—Sabré que te unirás a mí si llegas al zoológico de Staten Island —le dice antes de marcharse en el brillo característico de los dioses, dejando una pluma de lechuza en el suelo. Cinco kilos comienza a jugar con ella, mordiéndola.

Percy no se mueve de la mesa hasta que Sally vuelve a casa y lo encuentra con el tazón de los cereales ya tiesos. Ella mira en busca de peligro, pero sólo encuentra una pluma fuera de lugar y que Cinco kilos tiene hambre.

. . .

Sally se mostró muy infeliz cuando supo de la visita de Atenea. Preguntó si le había hecho daño y si estaba siendo amenazado por los dioses para buscar las partes del Égida. Cuando le explica las cosas que le dijo la diosa de la sabiduría, ella también arrugó la nariz cuando escuchó lo del nombre. Con la preocupación de una líder que estaba dejando ir a su cadete herido, Sally le dio una mochila con las cosas que podría necesitar, advirtiéndole que si no regresaba con vida, ella haría lo que estuviera en sus manos por vengarse contra la diosa y los involucrados.

Se despide de ella y de May, quien le pregunta cuándo había llegado y que si iba a buscarle ropa al señor Cinco kilos.

—¡Niño Jackson! —le dice una vocecilla cuando está a unos metros del edificio.

Al girar, encuentra a la nieta de la señora que tiene su mini mercado en el primer nivel del edificio, mismo al que baja Percy casi todos los días porque a Sally siempre se le olvida que algo falta en su nevera.

Es una niña revoltosa de cabellos roji*zos como barba de leprechaun y pecosa. Su nombre es Rachel y siempre tiene un animal escondido dentro de su overol, mismo que está sucio de tierra y tiene pegatinas en distintas partes. Ella usa medias de rayas coloridas y zapatos con agujeros. Lleva dos coletas como moños y masca chicle como motor. Además, le falta un diente.

—¿Te vas de viaje? —pregunta, señalando su mochila.

—Puede ser, ¿por qué? —esquiva.

—Duh, para que los gatos puedan tener su tarde de juegos —hace ver.

Percy hace una mueca. No sabía que cinco kilos tenía tarde de juegos con el gato de Rachel.

—Pues habla con May de eso —le dice.

—¡La última vez se asustó y me llamó duende! —se queja, zapateando.

Al verla de esa forma, a Percy no se le hace tan difícil imaginarla peleando porque alguien le robó oro de su olla. Sólo falta conseguirle el trajecito.

—Pues entonces habla con Sally —le dice, girando los ojos.

Ella alza una ceja y pone una mano en la cintura.

—¿Por qué no se divorcian bien? —dice, logrando que Percy se muestre en blanco.

—¿Quién se divorció? —pregunta.

Rachel le mira incrédula y lanza un quejido.

—Ugh, pues tu mamá, lerdo.

—¿Ah? —esta vez, Percy se queda a cuadros, sin saber en qué parte de la historia se quedó.

Rachel hace una mueca.

—Todo el mundo sabe que Sally se quedó contigo y que May se quedó con tu hermano Luke. No puede ser que yo sepa más de eso —le dice, sin dejar de mascar su chicle.

Por la expresión de Percy, Rachel alza una ceja.

—¿Qué?

—No, nada —responde Percy, prefiriendo que el mundo crea esa versión. No halla las horas para contarle eso a Sally.

Algo llama la atención del mortal, ignorando que la niña habla sobre juegos para gatos y que debería acompañarla para ver cómo aplasta a los demás niños del barrio en el juego del avioncito. Ahí, en el bolso del overol de Rachel, está una figurita de ese juego que le gusta a Nico. Lo reconoce porque cada vez que mira una de esas figuras se recuerda del semidiós. Si no ha comprado una es porque son realmente costosas. Casi como diez bolsas de comida para Cinco kilos. Y Cinco kilos no permitiría que ese dinero sea usado en un juguete en vez de su preciada comida. Percy sería enviado como ofrenda para Bastet.

—¿Quién es... el de la figura? —interrumpe a Rachel, quien mira hacia su overol y sonríe mientras enseña su juguete.

—Es Hades, lo conseguí en una apuesta —dice, orgullosa.

—Ah, qué lindo —sonríe, logrando que Rachel se emocione más.

—Lo sé. Ese tonto de Agnus Pricher no sabe con quién apuesta. En una semana le ganaré a Zeus y sólo me falta Poseidón para tener a los tres grandes —cuenta, sin saber que Percy ya tiene el ojo puesto en su figurita.

—No puede ser —jadea Percy—. ¡¿Ese es Justin Bieber?! —señala hacia un punto. Sabe que a Rachel le gusta ese cantante porque hay un poster de él pegado en la parte de atrás, donde está la caja registradora. Incluso tiene la marca de un beso con labial que ya debe estar rancio.

—¡¿Qué?! —Rachel cae en su mentira, girando a ver, y Percy toma la oportunidad para arrebatarle la figura con la habilidad de un pirata y pega carrera para escapar.

Deja a la niña con la mano al aire y con el peor engaño que podía recibir.

—¡Maldito! ¡Te voy a encontrar, Jackson! —grita a los cuatro vientos, con su cara al color de su cabello por el enojo.

Percy escapa de la furia de la niña, victorioso por haber conseguido esa figurita y con una esperanza desde lo muy profundo para conseguir el perdón de Nico. Sí, sabe que se hizo mal y debe remediarlo. Nico no merece que nadie le trate como hizo Percy. Ni siquiera se siente digno de hablarle o pensar en el mestizo.

. . .

—¡Percy! —la sonrisa de Luke puede iluminar todo el zoológico, que las personas tienen que cubrirse para no deslumbrarse. La fuerza con la que le abraza le saca el aire, ya sea por el golpe, o porque le extrañó mucho. Se anima y trata de regresarles una sonrisa relajada, luciendo como si no hubiera pasado esas semanas fuera del Campamento mientras lloraba sobre el hombro de Sally.

Llegó a creer que con ella estaba liberando todo lo que no pudo en sus años de existencia.

Thalía se acerca también, como si realmente le hubiera extrañado.

—¿Por qué escapaste de esa forma? —la abraza y ella es al tamaño de Percy, pero su fuerza está en otro punto. Detrás de ellos, está el sátiro Grover y Annabeth, esperando su turno para saludar a Percy.

—Te traje esto, Will lo hizo para ti —dice Grover, tan amable que Percy le da las gracias como si hubiera recibido un gran regalo. Son varios cuadros de ambrosía modificada para que Percy pueda ingerir sin incinerarse al segundo.

Se obliga a ser igual de amable con la niña de Atenea, sabiendo que la misión están enfocada en su progenitora. No piensa recriminarle nada, no es la culpable de lo que hizo, así que será el ser más razonable del planeta y asumirá toda la culpa.

—¿Podemos comer una banderilla antes de irnos? —pregunta Luke, viendo al señor de las banderillas con ojos acuosos del hambre.

El pobre hombre es atacado por cinco adolescentes y un sátiro encubierto para comprar las banderillas. Le roban la mesa a una familia que estaba en busca de una y disponen a disfrutar de la banderilla. Puede que truene el fin del mundo, pero siempre debe existir un momento para probar una banderilla. Al saber que a los sátiros no les gusta la comida humana, Percy le da el cartoncillo a Grover y este le intercambia con su comida, disfrutando como a un manjar lo que es el recipiente del bocadillo. Una paloma se acerca al mortal y le mira con sus ojos diminutos, esperando a dar el primer picotazo. Percy le deja la mitad de su banderilla a la paloma, viendo que se lo disfruta e incluso llegan otras a comer.

—No sabía que las palomas comieran salchichas —dice Luke, sin dejar de ver a las palomas.

—Ellas tienen un gusto exquisito, comen de todo —dice Grover, también maravillado con las aves.

—Son el animal sagrado de Afrodita, algo tenían que sacar de ella —añade Percy, también observando a las palomas.

Thalía mira a Annabeth y ella tampoco entiende por qué esos tres miran con tanto asombro a las aves.

—Deben estar bromeando —dice Thalía, viéndolos como si fueran imbéciles.

—¿Qué cosa? —Grover hace una mueca confusa.

—Es una paloma, no tiene nada de mágico —dice ella.

Grover abre los ojos, aterrado.

—Eso no es verdad. Las palomas son símbolo de libertad y unión —dice, defendiendo a sus compañeras aladas.

La mueca de Thalía hace ver que ella no está impresionada por eso.

—Es sólo un ave que hace caca por donde cruza y ya —expone ella.

—Cállate, no quieres que Afrodita te maldiga por hablar mal de sus creaciones —le regaña Luke.

La mueca burlona de Thalía demuestra que eso no le importa lo suficiente.

—Mejor pensemos en cómo vamos a llegar a Las Vegas —dice ella.

—¿Cómo es que una parte del Égida terminó ahí? —Annabeth se muestra muy disgustada por eso.

—Por Apolo —le dice Percy, logrando que los cuatro le miren— ¿No lo saben?

Ante sus caras, Percy les cuenta cómo fue que Apolo consiguió el Égida, luego lo perdió y ahora ellos deben buscarle en la ciudad del pecado.

—Nadie en su sano juicio le daría una cosa como esa a Apolo, se debe ser muy imbécil —ríe Luke, pero deja de hacerlo al ver la mirada fría de su novia.

Entonces Percy ríe por eso.

Los enamorados le dan risa.

Se acuerda de las veces en las que Ares se mordía la lengua para no insultar las cosas que le gustan a Afrodita, o cuando Hermes fingía amar la música para conquistar a la princesa Herse. Artemisa y Percy disfrutaban de reírse y de hacer enojar a Hermes cada vez que estaban juntos, diciéndole que era un exagerado para conseguir un revolcón. Ha visto muchas cosas sobre el amor y ha vivido otras cuantas que prefiere no repetir aún si le dieran cien lingotes de oro. ¿De qué sirve enamorarse? Los dioses mira eso más como un método para reproducirse que para vivir eternamente enamorado. No hay pareja divina que tenga fidelidad o haya tenido sexo con su pareja y luego descubrió que era otro dios disfrazado (mayormente Zeus).

Mejor no pensar en ello. No es que le sirva de algo.

Grover salva a Luke con mencionar que tiene boletos de tren y que podrían viajar por ese medio.

. . .

—¿Saben algo bueno? No hay tiempo definido para buscarlo, es una suerte que la mamá de Annie haya considerado eso —se relaja Luke, con el sol del atardecer pegando en su rostro.

—¿Quién dice que no? —Percy arruga el gesto—. Esa estirada me dijo que teníamos que encontrarlo rápido porque el hijo de Ares está buscándolo también —pelea, huraño.

—No recuerdo como se llamaba —bosteza el rubio, relajado por ir en el tren—. Sólo que era alto y musculoso.

Thalía levanta la mirada de su revista y aplana los labios.

—Tremenda descripción —dispara.

—Deberías ser dibujante para los retratos de criminales —sonríe Percy, recostado contra Grover. El sátiro está tejiendo un gorro de lana negra. «Por si nos encontramos a Nico» dijo.

El mortal no esperaba saber que el hijo de Hades estaba en Las Vegas, residiendo en uno de los miles de casinos que tiene ese anciano millonario. Ahora cree saber la razón por la que Atenea le dijera que en ese lugar encontraría lo que buscaba. La muy bruja leyó en sus emociones y se atrevió a decirle eso. No sabe si fue algo bueno que al ser mortal la diosa lo leyera o sentir que su privacidad fue abusada por esa entrometida.

Aún así, se le puede ver sosteniendo la lana en su regazo y desenredándola cuando Grover necesita más. Incluso lo ayuda a cortar los sobrantes y a buscarle la aguja cuando se le cae al suelo. Abraza la idea de ver a Nico como nunca lo había hecho con otra cosa.

—Haría dibujos de palitos —molesta Thalía.

—Y pondría el sol en la esquina —añade Percy.

Luke intenta hacerse el ofendido, pero no puede porque sabe que dicen la verdad.

Annabeth sonríe detrás de su libro y no comenta nada. Sólo escucha y finge que no les presta atención.

—Hablemos de otra cosa, mis cualidades podrían enamorarlos —dice, presumido.

—O asquearnos.

—O asustarnos —dice la semidiosa mayor, golpeando a Luke con su revista.

—No sabía que Angelia tenía cobertura en el mar —dice Luke, viendo hacia la noticia de los nuevos hijos del dios Delfín.

Percy lo mira y siente ganas de llamar a Delfín y preguntarle si de verdad tuvo hijos con una hija del Kraken. Eso es más polémico que a Zeus tratando de ligarse a Perséfone. Se promete que si llega a verlo, le preguntará. Eso llega a otro nivel de noticia, ni siquiera Tritón se atrevió a tanto cuando estuvo cortejando a la reina de las sirenas. Las hijas del Kraken son carnívoras y hay registros de que ellas comían delfines como método de victoria. No quiere imaginarse que otras cosas le hace al pobre de Delfín.

—Ella es una gran reportera, tiene varios premios Pulitzer —menciona Annabeth, admirando su trabajo en la revista.

—Oh, genial, salimos en la sección de deportes —la mueca de Luke hace que Percy pregunte.

—¿Eso está mal? —frunce el ceño.

Thalía suelta un suspiro y agarra la revista, escondiéndola de Luke para que no sienta peor.

—El Campamento es la burla este año... y todo por Kai —murmura, triste.

—¿Por qué?

—Cada año se celebran los Juegos Mitológicos —explica Grover sin dejar de tejer—. Es como una versión de los Juegos Olímpicos, pero para semidioses —sonríe por la similitud.

—Este año el Campamento Mestizo no asistió porque estamos sancionados por las acciones de Kai —dice Luke, recostado en la mesa que tienen al medio de sus lugares—. Quedamos fuera, otra vez.

—¿Por lo que hace Kai? Pero ustedes no tienen la culpa —pelea Percy, indignado.

—No es la primera vez que pasa —Thalía se encoge de hombros, aún así se puede ver su enojo por haber sido castigados—. La primera fue con el hijo de Hermes que se puso de revolucionario y quiso amenazar a los dioses. No fuimos a los juegos durante esos cinco años de guerra —dice con tanto dolor, que Percy se compadece de ellos.

—Luego castigaron al Campamento Júpiter, el campamento de los semidioses romanos —dice Annabeth esta vez, sabiendo que eso causa dolor en su mejor amiga y en su novio—. Se unieron al Campamento Mestizo para luchar contra Gea.

Percy había escuchado de esas guerras, pero hizo caso omiso porque no le importaban en absoluto.

—Sólo llevábamos dos años en el juego y luego nos vuelven a castigar —murmura ella, acariciando el cabello de su novio para consolarle. Luke luce devastado.

Si bien recuerda, los hijos de Hermes adoran los deportes al igual que los hijos de Apolo. Hermes es el dios de los deportistas en sí. Ni mencionar a las Cazadoras de Artemisa y al resto de mestizos. En su sangre corre la competitividad, ellos mueren por ganar en todo. Se siente mal por ellos, no merecen que les traten así, ellos deben demostrar que no todos son desquiciados que buscan poder.

Se dice a sí mismo que intentará resarlos al juego, que usará todos los recursos que tiene y conoce para lograrlo.

—¿Quién es el imbécil que organiza esto?

Su pregunta hace que Luke se ría y luego esconda la cabeza entre sus brazos. Thalía sonríe y mientras niega con la cabeza, señala a la rubia. Annabeth tiene una mueca de enojo.

—¿Acaso hoy es el día de insultar a Atenea? —gruñe.

Percy intentaría disculparse, pero siendo esa bruja...

—No, pero debería existir uno —dice, inocente—. Medusa lo celebraría —añade.

Thalía lo patea bajo la mesa y Grover le mira, buscando callarle con su mirada.

Pero Annabeth tiene ese mismo rostro de Atenea. El estirado y ofendido.

Al menos ahora sabe que esa sabionda lo organiza, así que puede usar la moneda de cambio que le dio al dar su voto de lealtad para regresarlo a ser dios e intercambiarla para que el Campamento Mestizo regrese a los Juegos Mitológicos.

—¿Quiénes van a los juegos? —pregunta.

—¡Muchos! —se emociona Luke esta vez, regresando a su sonrisa habitual—. El Campamento Pestizo, el Júpiter, el Campamento Bastet, el Heimdal, las Cazadoras de Artemisa, el equipo olímpico y a veces llegan invitados.

—No sabía que invitaba de otras mitologías —murmura.

—Cuando dejó de ser secreto para los semidioses, Atenea consideró que sería bueno unirnos para mantener la convivencia —dice Thalía, ya con el sol pegando en su rostro.

—Mi primo Magnus es hijo del dios nórdico Frey, así que conocía un poco de eso —admite Annabeth, sorprendiendo a Percy.

—Pudiste ser novia de un semidiós egipcio, pero no. Preferías lo tradicional —le resalta Grover, viendo a Annabeth como si ya hubieran hablado de eso.

La hija de Atenea trata de esconder su sonrisa y Luke mira a Grover con traición.

—¡Grover! —se queja.

—Tenía la oportunidad que probar nuevas fronteras —Thalía finge estar muy decepcionada.

—Todo por quedarse con un ladrón promedio —dice Percy, negando con la cabeza.

—Eso es muy ofensivo —sufre Luke, siendo abrazado por su novia.

—Pues claro, ¿desde cuándo los insultos son halagadores? —Percy alza una ceja y Luke decide esconderse en el pecho de su novia para resistir a los golpes que ellos le lanzan.

. . .

Se toman tres días entre abordar y desabordar los trenes para llegar a las tierras de Nevada. Las Vegas es como viajar en el tiempo y al mismo segundo estar el un mundo futurístico. Hay edificios que conservan la estética ochentera, otros que relucen de lujo y actualidad, tan novedosos que son atractivos para los turistas y ejecutivos que buscan una noche para relajarse de tanto papeleo y estrés. Ahí, hasta los deseos más profundos pueden cumplirse con un enorme puño de billetes, eso lo sabe muy bien. Aún así, ellos no van por eso, en cambio, buscan un casino que fue donde el Égida fue visto por última vez.

Luke lleva la boca abierta por deslumbrarse y Annabeth se encarga de cerrársela a cada pocos metros. Mujeres en bikini brillando en las calles de fiesta, hombres ofreciendo juegos que los harán ricos, autos de lujo retumbando cuando el semáforo se pone en verde, carteles con luces, bares de donde brota música fuerte, los edificios enormes con arcoíris en sus cristales, abduciendo al juego y a la apuesta. A perderlo todo y que creas que has ganado mucho. Ahí, la única experiencia real que obtienes es que debes mantener tus bolsillos bien ajustados por miedo a los carteristas.

Mientras pasan por unos edificios, Grover se detiene porque su bolsillo con sus lanas cae al suelo. Percy se acerca para ayudarle y mientras está agachado, Grover toca su mano y le da un papelillo.

—Quirón me dijo que te lo diera —murmura, cuidadoso a que los demás no le escuchen.

Percy lee lo que está escrito y es el nombre de un casino, uno que está a unos metros. Mira al sátiro y Grover le sonríe, manteniendo el secreto entre ambos. El estómago de Percy truena de los nervios y mira las luces doradas del casino, preguntándose si Quirón realmente le está dando esa oportunidad. Mira a los semidioses y toma una decisión rápida.

—¡Chicos! —llama a los otros y se mantiene cerca de Grover—. Atenea me dijo que buscara en ese casino también —señala hacia el HOTEL CASINO LOTO—. Ella sabe por qué me dijo eso —finge desinterés.

—¿Vamos contigo?

—No —le responde demasiado rápido a Luke, sonriendo un poco nervioso a su parecer—. Quizá dividirnos sea mejor, para cubrir más rápido —menciona.

Los ojos calculadores de Annabeth lo evalúan y como Thalía está viendo el casino, se salva de ella al menos. La rubia lee las instrucciones que le dio Atenea y mira a Percy de nuevo.

—Suena bien —dice ella, logrando que Percy pueda respirar mejor—. Nos podremos ver en el restaurante que está cerca —señala y Percy asiente con obediencia.

—¿Irás solo? —pregunta Luke,

—Yo lo acompañaré —añade Grover. En una parte, las alarmas de Percy suenan, pero el nerviosismo de ver Nico otra vez lo corrompe.

Luke asiente y los tres se marchan de ahí, hablando sobre lo alto de los edificios. Percy entra al casino Loto junto con Grover, preguntándose si hace bien o si se está entregando a la boca del lobo. Dentro lo puede describir como el lugar ideal para Hermes. Bailarines exóticos, el ruido de las máquinas traga monedas, los meseros bien vestidos con sus corbatines, acompañantes que son tan guapos que deslumbran como joyas. Incluso deben esquivar a los hombres que pasan por ahí fumando esos cigarros enormes que son para millonarios. Apolo también adoraría estar ahí, pero es Percy quien debe hacerlo.

Si pudiera les enviaría una foto para que babeen. Y para enojar a Artemisa.

—¿En dónde podría estar? —murmura Percy a Grover, quien entrecierra los ojos e intenta buscar.

—Quirón no fue muy específico, sólo mencionó que estaba en este casino —le responde, poniéndose de puntillas para ver.

—Quizá... es un hotel, ¿no? —dice. Grover mira hacia los ascensores y señala que usan una tarjeta de seguridad.

Percy mira a una mesera cerca, así que se prepara para usar las enseñanzas de ladrón que le dio Hermes. Se acerca rápido y finge chocarse con el mesero por la prisa que lleva.

—¡Oh, lo siento tanto! —rodea su cuerpo y sus manos ágiles alcanzan la tarjeta, arrancándola mientras evita que la mesera caiga. La chica se agarra de sus hombros y trata de sostener los vasos que lleva—. Oh, por dios, soy tan imbécil, perdóname —dice con una voz muy apenada, usando los ojos con los que consigue que Cimopolia le deje usar su disco/espada.

La chica parpadea asombrada, quedándose sin forma de responderle.

—¿Te lastimé? —busca por heridas en ella, logrando que se sonroje.

—No, n-no, estoy bien —responde nerviosa, sujetando los vasos para que no se caigan.

—Déjame ayudarte —le pide a ella, acomodando los vasos con una mueca apenada.

—No, descuida. Estoy bien —le promete ella, aún más nerviosa.

—¿De verdad? ¿No te lastimé? —pregunta. Alrededor, las personas no se dan cuenta de su intercambio por el volumen de la música.

La chica niega en silencio y Percy le da una sonrisa muy bien practicada.

—Lo siento, no quería chocarme. Búscame luego si quieres, te invitaré a un trago —promete mientras se aleja, escondiendo muy bien la tarjeta entre su ropa.

La chica asiente con las mejillas rojas mientras le mira alejarse.

Grover lo encuentra en el ascensor y sonríe, como si quisiera regañarle.

—Funcionó, ¿cierto? —murmura y pasa la llave para que el ascensor se abra.

Aprietan el botón de las suites y la parte del casino desaparece detrás de las puertas metálicas.

. . .

Tienen la teoría que Nico se encuentra detrás de esa suite, la misma que está siendo custodiada por dos hombres corpulentos y altos, de esos que irían protegiendo a un poderoso funcionario del gobierno. ¿Por qué lo creen? Grover dijo que Hades es muy millonario, nunca dejaría que su hijo fuera por el mundo mortal sin protección alguna. Así que armaron el plan, uno que consiste en que Grover gritará de miedo y dirá que hay una rata que quiere morderle. Ahí es donde esperan que la compasión haga que esos tipos se acerquen a Grover y Percy correrá como gacela para acceder con la llave y cerrar antes de que esos tipo logren atraparlo.

No es el mejor plan, pero no es que tengan los recursos para armar uno mejor.

La puerta se abre y Grover se traga el grito que estaba por dar, cubriendo su boca con las manos mientras miran a Nico salir de la habitación. No esperaban verlo así, creían que estaría de otra forma, pero estaban muy lejos de la verdad. Nico está usando el uniforme de mozo. Chaleco vino tinto con diseños dorados, pantalón negro, camisa banca y el corbatín adorable.

Los guardias se quedan ahí en la puerta como dos pilares. Nico camina al lado opuesto del pasillo y esperan a que se aleje lo suficiente para seguirlo. Pasan a un lado de los tipos fuertes, ignorándolos al igual que hacen ellos. Percy ayuda a que Grover no se sienta tan nervioso y cuando toman una distancia considerable, alcanzan a ver cuando Nico cruza hacia otro pasillo. Corren con sigilo para no perder sus pasos, deteniéndose en una esquina cuando Nico le detiene el ascensor a una de sus compañeras. Ella sale junto al carrito con cubos de hielo que resguardan dos botellas de champán y copas tan relucientes que podrían ser espejos.

Nico sigue caminando hasta que llega a un armario que se abre con el credencial y extrae dos grupos de toallas limpias. Llega a otra habitación y toca antes de entrar, saliendo a los segundos ya sin nada en brazos.

Percy busca la mano de Grover sin verle, con la atención dividida entre no perder al sátiro y mantener el ritmo del hijo de Hades. Grover toma su mano y siguen detrás de Nico, escondiéndose entre los pasillos y fingiendo ver la decoración cuando otro mozo los encuentra.

El hijo de Hades entra a una habitación de personal y Percy corre, arrastrando a Grover por la prisa. Impide que la puerta se cierre con la llave, atravesándola entre el sistema de bloqueo. La puerta no hace ruido, así que Nico puede que no sepa que ellos le siguen. Grover aprieta la mano de Percy, nervioso ante la culpa de que están invadiendo en un casino y porque están por hacer que Nico se enoje.

—No tengas miedo, yo entraré, ¿sí? —Percy intenta ser lo más compasivo y suave con Grover, logrando que el sátiro pueda respirar con un poco de calma.

Empuja la puerta con el deseo que no rechine. Es un armario de limpieza con algunos bloques de casilleros. El ruido de una impresora y el olor a café llegan desde una parte más profunda, aún así, no hay señales de que haya otra persona aparte de Nico adentro.

Su error es no observar hacia los lados, en especial al derecho. Nico lo embiste, empujándolo hacia un mueble de cristalería y porcelana. El puñetazo que le dio le deja en el suelo viendo figuritas y a los hijos de Eros volando con trompetas. Escucha algunas tazas cayendo y el jadeo de Nico.

—¿Percy? —suena furioso, tanto por su presencia como el susto de descubrirlo.

Grover abre la puerta y mira hacia Percy, que está en el suelo mientras se retuerce entre los escombros de las vajillas.

—¡Percy! —dice este, pero Nico mira al sátiro, más furioso.

—¿Qué hacen aquí? —pregunta enojado. Grover mira entre ellos y decide que lo más sensato es dar media vuelta y mover sus pezuñas muy, pero muy lejos. No le responde a Nico, sólo se aleja y le da una disculpa silenciosa a Percy con su mirada.

El mortal intenta no lastimarse las manos con los trozos, levantándose mientras su mirada busca al semidiós.

Nico no parece nada feliz de verle, incluso parece recordar la razón y el momento exacto cuando Percy le rompió el corazón al llamarle de esa forma.

—Lo siento, no quería asustarte —menciona, limpiando sus brazos de los restos.

—No me asustaron. Sabía que me estaban siguiendo —admite, mostrándose duro y con una mirada mortal.

—¿De verdad? —pregunta Percy un poco flojo, aún sigue recuperándose de ese golpe.

Nico mira a otra parte, como si no pudiera mentir.

—No eres muy bueno con el sigilo —murmura.

—Entonces ese golpe fue intencional —sonríe un poco, pero Nico no lo hace. Parece que se esfuerza y consigue mostrarse muy desinteresado, más cruel.

—¿Qué quieres, Percy? —escupe.

Percy se posiciona, piensa en lo que dirá e intenta mostrarse lo más sincero posible.

—Perdóname. No debí llamarte de esa forma y no mereces haber pasado vergüenza por mi culpa. Fui estúpido y sé que no merezco un perdón tan rápido por tu parte, pero quiero que sepas que estoy muy arrepentido y que debí hablar contigo primero. Quizá sea la peor disculpa que escucharás en tu vida, pero quiero intentarlo. Nunca fui humano y no sabía el efecto que tienen las palabras. Quiero aprender para no equivocarme de nuevo, para no lastimarte otra vez —declara, sabiendo que su rostro es de lo más deplorable y que si Nico le envía a la mierda, necesitará tomarse un segundo en el baño para reducir sus ganas de llorar.

Nico se queda en silencio y Percy ya tiene sus ánimos muy abajo. Espera lo peor.

El hijo de Hades reserva todo el derecho de rechazarlo y pedirle que se esfume de la tierra, aún así, Percy lo volverá a intentar porque desea que Nico sepa que realmente lo siente y mucho, quiere que el semidiós vea que se arrepiente y que su emoción es sincera. No puede siquiera dormir bien por las pesadillas donde Nico es atacado por el Campamento a causa de su culpa por llamarle traidor. Como dios de la guerra, sabe lo mal que es tomada la traición en su mundo.

Mira a Nico y este tiene la mirada brillante, como si descubriera cosas que ninguno ha hecho, pero que le sorprenden tanto que está sin habla. Sus enormes ojos oscuros le descifran y deciden guardar el secreto, negándose a compartirlo con otro. Es inexplicable, porque nunca creyó que le vería tan vulnerable al escuchar una disculpa de su parte, como si hubiera esperado eso para saber que no se equivocaba.

¿De qué podía estar equivocado?

Fue Percy el que se equivocó.

Una pequeña sonrisa miedosa comienza a crecer en los labios de Nico, como si dudara atreverse a creer.

—¿Lo juras por Estigia? —pregunta Nico, mostrándose indeciso y todo depende de Percy.

—Lo juro —responde de inmediato.

Los ojos oscuros de Nico vuelven a verlo y es como recibir el perdón del mundo. No importan las discusiones con Atlantis, los regaños de Tritón, los enojos de su padre. Todo parece más fácil ante el perdón de Nico y se anima a pensar que su miedo y su persistencia de conseguir su disculpa era porque se negaba a iniciar con malos pasos en ese nuevo mundo. Si su estadía ahí tiene límite de tiempo, quiere que le recuerden como un dios y un mortal honesto, como alguien en quien pueden apoyarse sin importar la tormenta, porque Percy siempre estará para cada uno de ellos con el deseo que no sientan miedo y soledad tal y como el mismo Percy lo hace cuando está en Atlantis.

La felicidad renueva los ánimos de Percy y se anima a abrazar al mestizo, ignorando las señales de nervios del otro y su mirada aterrada cuando le mira acercarse. Le abraza fuerte y la sonrisa parte su rostro por la mitad. Nico queda aprisionado entre sus brazos y le da palmaditas ligeras.

—Percy —dice aplastado por estar contra su cuerpo—. No me gustan los abrazos.

Al escuchar eso, Percy se aleja como un rayo y trata de no sonrojarse por la pena. Lo último que quiere es incomodar a Nico.

—Lo siento —carraspea.

—No importa —niega Nico, rascándose un brazo para distraerse con otra cosa.

Percy observa por entre lugar y sonríe hacia Nico.

—¿Así que de mozo? Creí que Hades era millonario —puya.

Nico alza una ceja y hace una muequilla.

—Lo es. Esto es por elección mía —señala hacia su ropa.

—No parece muy cómoda para golpear monstruos —dice, apoyándose contra el mueble de las porcelanas.

Nico frunce el ceño y se muestra confuso.

—¿De qué hablas? —pregunta, dándole una mirada a la puerta.

Percy piensa que se merece un premio por los mejores resúmenes del mundo. Le dice a Nico sobre la visita de Atenea, sobre lo que ocurre con el Égida y lo que hizo Apolo con su pedazo del escudo. Nico no parece impresionado porque Apolo lo haya perdido.

—¿Y yo en qué parte estoy incluido? —pregunta el semidiós.

—En la parte que uses tu papel como hijo de Hades para conseguir pase a los casinos —le dice, logrando que Nico se muestre huraño.

—¿Y sólo por eso? —espeta, ofendido.

—Sabes la razón, para qué me preguntas —pelea, girando los ojos.

Nico aplasta los labios e intenta mostrarse lo más diplomático posible.

—Salgamos, no quiero que me descubran contigo —dice, caminando hacia la puerta.

—Sé que te sientes opacado por mi belleza, no es mi culpa que los mortales se mueran por mí —presume y Nico le da una mirada para que cierre la boca.

Al salir, Grover mueve sus orejas en busca de peligro, pero cuando ve a Percy con el moretón del puñetazo y a Nico en su ropa bien arreglada, sabe que todo salió bien. Saluda a Nico con mucho aprecio y parece que él si sabe la regla de no abrazos, porque se mantiene a una distancia y se queda al otro lado de Percy, siguiendo al hijo de Hades para salir del casino.

. . .

Luke y Thalía celebran que Nico esté con ellos, pidiendo unas cortas disculpas por haber dudado de su lealtad. Annabeth le sonríe y parece que ella sí puede darle un corto abrazo sin ser rechazada.

Se detienen en una mesa y piden gaseosas para que nadie piense que están ahí para preguntar sobre un escudo mitológico. Luke hace que se acerquen y escuchen su plan protagonizado por los sobres de azúcar.

—Este fue el casino donde Apolo vio por última vez su parte del Égida. Supe por el bartender que este casino tiene demonios en operación —dice el hijo de Hermes, bebiendo con su pajilla la gaseosa que pidió. Percy quiere ahorcarlo con esa cosa plástica mientras le dice lo contaminantes que son. Delfín una vez se estaba ahogando con una de esas hace años.

—Los demonios son como los piratas de la tierra, ellos controlan los mercados negros y tienen un sistema de robo impecable —dice Nico—. Nunca dejan huellas de sus robos. Puede que roben un bolso de oro hoy y en tres días aparecerá en Rusia como una joya de la antigua familia real —explica.

—Eso aleja la posibilidad que el Égida esté aquí —dice Annabeth, moviendo el sobre de azúcar morena hacia el otro lado de la mesa—. Sólo podríamos saberlo si robamos su registro de compradores y leemos a quién le entregaron el Égida —propone.

—¿Robarle a los ladrones? —murmura Thalía, titubeante.

—O podríamos proponer un falso intercambio —dice Percy, dejando a Contracorriente en la mesa. El bolígrafo da vueltas como poseído, pero Percy explica para que no se ponga quisquillosa. Contracorriente es una niña muy arisca—. Buscaremos al cabecilla y le diremos que necesitamos a alguien que le haya comprado una bola de brujería, le proponemos a Contracorriente y cuando saquen los registros, Luke y Annabeth los robarán, Thalía les buscará una salida y nosotros tres golpearemos y cerraremos las puertas para que no puedan entrar.

—¿Cómo buscamos al cabecilla? —pregunta Luke, aspirando con su pajilla. Percy se esfuerza para no arrancársela de la boca.

—Con uno de esos grandotes —señala a los guardias que están detrás de una puerta de cristal, sin interrumpir las actividades del casino—. Donde hay tipos musculosos, hay cosas importantes.

Luke sonríe y mira a su novia.

—Esa es una descripción perfecta para la cabaña once —le ronronea y Annabeth ríe nerviosa mientras intenta alejarlo.

Thalía y Percy hace un ruido de disgusto. Percy mueve una mano y la gaseosa de Luke sale disparada hacia su rostro. El mundo se detiene por un segundo, los colores del casino dejan de girar y el mortal no puede creer lo que mira cuando las gotas azucaradas se deslizan entre los mechones del rubio. Como despertar, Percy le quita importancia, ignorando la mirada sorprendida de Thalía.

Se aleja de la mesa y busca no concentrarse en lo que ocurrió, creyendo que si no lo piensa, no será más grande.

Llega a las puertas de cristal y los tipos musculosos le miran, sabiendo que Percy quiere hablar con ellos porque da unos toques al cristal con una sonrisa de pirata. Uno de los guardias se acerca y le mira con sus ojos de piedra.

—¿Sí?

—Busco al cabecilla del casino. Tengo un poco de bronce celestial —enseña la espada y el guardia mira a su compañero.

—¿Quieres un intercambio o dinero? —pregunta con su voz gruesa, como si fuera un oso.

—Intercambio.

El guardia mira detrás de Percy y regresa.

—¿Vienen contigo? —señala, en especial a Luke porque se está limpiando la gaseosa.

—Sí. Se mojó por la emoción del juego —aligera Percy con una sonrisa.

El guardia entrecierra los ojos y con un ruido, cierra la puerta y habla por medio del auricular en su oreja. Regresa y abre la puerta a toda capacidad, moviendo la cabeza para decirles que pueden pasar. Los acompaña hacia un segundo nivel, donde un ascensor de gran capacidad les deja pasar y suben al menos dos pisos más. Llegan a un área que es más escandalosa que el mismo casino. Ahí, hay mujeres y hombres semidesnudos y muy ebrios, bailando sin ritmo alguno. Puñados de billetes en el suelo y polvo blanco sobre mesas de cristal. Botellas de champán y vasos en el suelo.

Llegan a una oficina que huele un poco dulce y a humo de cigarro.

—No se muevan. El líder ya viene —les dice el guardia y cierra la puerta.

—Con que no hayamos interrumpido su hora de sexo —murmura Percy, viendo hacia la decoración ostentosa de la oficina.

—No toques nada. Podría estar sucio —le advierte Nico cuando Percy está por tocar una decoración con un agujero.

Mira y comienza a dudar. Se aleja con una mueca y camina por el lugar, preguntándose si Contracorriente no se pondrá arisca cuando el cabecilla llegue a tocarla.

—¿Cuándo creen que lle-?

Luke no logra terminar porque un hombre larguirucho y de cabello aplastado por el gel entra por otra puerta y abre los brazos, sonriendo. Lleva un saco de color café y una camisa morada de tigre. En el bolsillo de su saco sobresale una pieza de ropa interior y tiene muchas cadenas de oro.

—¡Me dijeron que hay una leyenda aquí! —toma lugar encima de su escritorio de madera doble y no borra su expresión jubilosa—. El gran dios Percy —deletrea con emoción—. No creí que te conocería en persona.

Busca un cigarro en su ropa y lo enciende.

—Bori me dijo que traen bronce olímpico, ¿es así? —pregunta, con la nube de humo rodeándole.

—Sí —responde Percy porque su grupo parece muy intimidado. Se pregunta qué será lo que les ocurre.

—¿Puedo verlo? —pregunta el demonio, estirando la mano.

Percy le entrega a Contracorriente y el hombre abre los ojos, impresionado.

—Es una buena cantidad —admite. Inhala de su cigarro y mira a Percy—. ¿Y qué buscas a cambio?

—Información —dice, tomando lugar en el descansa brazos de una silla gruesa—.Alguien que haya comprado una bola de brujería —especifica.

El demonio se muestra confuso y lo piensa profundamente.

—Bola de brujería... —repite, jugando con Contracorriente entre sus dedos. Vuelve a inhalar y se pone de pie, buscando en otro mueble grueso—. No sé si mi hermana haya tenido una de esas —admite, sacando un libro bastante grueso del mueble.

—¿Tu hermana? —lo interrumpe Percy—. T-¿No eres el cabecilla?

El demonio parpadea y sonríe, atrapado.

—No le digas —pide con un guiño—. Ella suele odiar esto, pero cuando supe que eras Percy no podía ignorar tu oferta.

El mortal frunce el ceño y mira al demonio, sintiendo que se pierde de algo.

—¿Cómo me conoces?

El demonio le mira y alza una ceja.

—¿Quién no te conoce? —sonríe—. Eres una leyenda entre los ladrones al igual que Hermes. En especial porque tú conoces muy bien a mi hermana —añade bajito.

La sangre de Percy se esfuma un poco y comienza a pensar que sería buena idea pirarse de ahí.

—¿Ah, sí? —ríe nervioso—. Y... ¿quién es tu hermana? —carraspea.

El demonio vuelve a mirarle incrédulo, para luego mostrar una sonrisa jubilosa.

—No puede ser, ¡¿no lo recuerdas?! —ríe, encantado—. Mi hermana es Harpina.

La sonrisa de Percy se quiebra y quiere brincar sobre los brazos de Luke y pedirle que le salve de esa mierda.

—¡¿Está viva?! —pregunta sin esperarlo.

La risa de Luke por detrás hace que Percy se arrepienta de haberlo dicho así.

El demonio sonríe enorme.

—No le diré que estuviste aquí —tararea—. Lo prometo —guiña el ojo.

Harpina, conocida en el mundo mortal como Harper, es una ninfa que vivió por muchos años en el mar. Percy la conoció en uno de sus viajes como pirata. En ese entonces, ella recurría al trabajo de la prostitución divina para sobrevivir a las exigencias del mundo inmortal. No le iba mal, incluso pedía ayuda a Percy cuando un pirata ebrio quería tocarla sin pagar una sola dracma, por lo que el dios dejaba ir su poder para sacarle del apuro. Luego, se enteró que ella se había casado con un príncipe pirata por amor, uno que le entregó sus flotas y le dio todas las joyas que ella pedía.

Harper se convirtió en una gran capitana en el mar, liderando grandes batallas y consiguiendo jugosos botines. Nunca olvidó la ayuda de Percy, así que siempre liberaba una ofrenda para el dios, dejándola caer al mar y vaciando botellas de ron en su nombre. Su rivalidad y sed de venganza comenzó cuando Percy tuvo una pelea con el esposo de Harper. Él ofendió y quemó una isla de Rodo, alegando que ahí se escondía un botín muy valioso y como la isla se encontraba entre sus dominios, creyó que tenía el derecho.

Rodo pasó llorando interminables noches y junto a Cimopolia, Percy llevó mil barcos piratas y destruyó la flota junto con el castillo del príncipe, reduciéndolo a cenizas. El esposo de Harper murió inútilmente defendiendo su flota, pero el tridente de Percy atravesó su pecho y lo dejó hundirse en el mar. Harper gritó al cielo y escupió al mar, sabiendo que ya no podría navegar en sus aguas sin ser maldecida por el elemento.

Descubrir que se encuentra en su casino y rodeado de su gente deja a Percy en una mala posición.

—Eso es muy amable —dice, tragando duro por los nervios.

La risa del demonio hace ver que se divierte con el miedo de Percy.

Mientras lee, Percy pone una mano a su espalda y la mueve en señal para los mestizos. El demonios sigue fumando y por el color de sus ojos se puede saber que está muy por arriba de las nubes gracias a las drogas. Luke mide la oportunidad y cuando decide que es el momento, corre como un ladrón experto y le arrebata el libro al demonio. El tipo reacciona más rápido de lo que esperaba, pero Contracorriente demuestra su disgusto de ser sujetada por el demonio, así que quema su mano y le hace gritar de dolor.

Thalía dispara sus flechas hacia las ventanas y las quiebra por la punta de bronce que estas tienen. Las ráfa*gas de aire inundan el lugar y Annabeth toma el resto de los registros y corre junto a su novio. Grover ajusta una cuerda a un mueble, usándolo como ancla para caer de ese cuarto piso. Luke cae primero para recibir a su novia y luego sigue el sátiro, dejando que Thalía vaya detrás de él.

Percy busca algo que pueda serles de ayuda mientras que el demonio se retuerce por el dolor de la quemada y por un golpe que le dio Nico como toque final. El hijo de Hades espera junto al mueble que ya fue arrastrado, esperando a que Percy vaya con ellos.

—¿Qué haces? —le pregunta, frunciendo el ceño.

—Busco algo de utilidad —responde rápido.

—Mi hermana va a matarte —llora el demonio, girando como gusano en el suelo.

—Cállate —le dice Percy, abriendo varios gabinetes a la vez.

Nico se acerca y cuando está por ayudar a Percy, la puerta de la oficina se abre y una mujer pelirroja de cuerpo curvilíneo los mira perpleja. Percy se paraliza y no sabe cómo decirle a Harper que sólo está de visita. Los ojos miel de ella miran a su hermano en el suelo y una mueca deforma su rostro. Ella lleva un pantalón negro a la medida y una blusa de pliegues en color azul cielo. Luce muy guapa y al ser viuda, si Percy fuera inmortal, le invitaría a un trago y quizá propondría una tregua para conseguir una noche de sexo, pero sabe que ella realmente amó a su esposo y que es muy vengativa. Recuerda cuando reventaba botellas en las cabezas de los ebrios que se querían pasar de listillos.

—¡Josh! —dice ella, atrayendo la atención de los guardias.

Percy le da un empujoncito al semidiós para que salga de ahí porque terminarán rebanados y en bolsas si no escapan.

Nico llega a la cuerda y está por brincar cuando algo llama la atención de Percy. El mortal descubre un tomo que sólo podría pertenecer a los antiguos escritos de la magia de invocación y brujería. Hay unas fotografías pegadas y unas hojas que no alcanza a leerlas, pero aún así las agarra.

—¡Percy! —la voz desgarrada de Nico inunda el lugar y al segundo se arrepiente como nunca.

La mirada oro de Harper enfoca a Percy, viéndolo con muchas emociones que no son del todo amigables.

Percy mira al hijo de Hades y le lanza el libro con las hojas y fotografías adentro. Es la clara petición para que salga de ahí, porque Percy no lo hará. Nico se muestra reacio para escaparse, así que mira hacia abajo y lanza el libro. Percy siente el corazón en la garganta, preguntándose porque Nico se arriesgaría de esa forma. Corta la cuerda del mueble y se mueve para luchar con los guardias con su Estigia.

Harper abre una espada mágica y mira a Percy con ánimos de conseguir su sangre mortal.

—Luces encantadora, no sabía que los años mortales te caerían tan bien —intenta ser ligero, pero no lo consigue mucho porque su preocupación está dividida. Mientras que Nico pelea como una zarigüeya con los guardias, Percy intentará no morir bajo el tacón de Harper. Se ven muy afilados.

Ella mantiene su expresión de enojo.

—Creí que nunca te atreverías a visitarme. No luego de lo que hiciste —escupe con odio.

Es turno de Percy de regresar a su posición y pelear por lo que hizo.

—¿Así que quieres recordar quién tuvo la culpa? —sonríe y Contracorriente crece en su mano.

El brillo de su espada se refleja en el rostro de Harper.

—¡Eres un maldito! —grita ella, tan enfurecida que su bello rostro de deforma.

Sus años en la tierra han reducido su habilidad con la espada, pero no significa que ya no sea peligrosa. Ella tiene fuerza y la agilidad de unos ataques. Destruyen una silla y dos jarrones chinos que tenían diseños de oro. Harper está absorbida por el dolor de la muerte de su esposo y no sabe armar muy bien sus pasos. Pero la sorpresa llega cuando Percy le lanza una decoración de cristal y de su brazalete plateado nace un Égida.

El mortal desequilibra y no puede creer en lo que observa. El escudo es la copia exacta que el de Atenea. La cabeza con la expresión furiosa de Medusa, las serpientes rodeando su cabeza y los diseños griegos que la diosa le añadió. Reconoce que no es una parte del escudo real, porque no emite esa aura a miedo para los oponentes, sólo le da la protección absoluta a los ataques de Percy.

Nico también descubre el escudo y cuando obtiene una oportunidad para arrebatárselo a Harper, se dan cuenta que no se lo pueden arrancar. Ella ríe de locura y como forma de enseñarle que eso no es un impedimento, Percy le corta el brazo. Un tajo limpio y sin escrúpulos. La expresión feliz de Harper se paraliza y el terror de haber pedido su brazo la deja inmóvil.

—¡Señora! —dice un guardia. Nico toma la mano de Percy y el mortal se lleva el escudo.

El brazalete se desliza del brazo y sólo queda el accesorio. Percy lo guarda en su bolsillo y escapan de la horda de guardias que los persiguen por el edificio.

—¡Busquemos la cocina, siempre tienen una puerta de descarga! —dice Nico, soltando la mano de Percy. El mortal sigue a Nico y mira hacia atrás a los guardias que los siguen con rapidez.

Esquivan a un grupo de otros guardias y bajan por las escaleras internas del edificio. Unos tipos los interceptan en el segundo nivel así que Nico brinca por el barandal y cae hacia el otro nivel, dejando a Percy atrás. El mortal se las arregla para deslizarse por el barandal y sujetarse con Contracorriente.

Nico, que lo estaba esperando, abre la puerta del segundo nivel y llegan a la parte del casino. Esperaba que al estar lleno de personas, los guardias no atacarían, pero los sorprenden al comenzar a dispararles. Nico se cubre y cuando un guardia se cruza con ellos, levanta la pistola y apunta hacia el semidiós. Las personas gritan de miedo y buscan refugiarse, creando un alboroto enorme.

Percy empuja al mestizo y el disparo corta en su brazo, quemando como mil infiernos. Nico jadea aterrado y con una sombra mueve una lámpara colgante y esta cae sobre el guardia. Salen por la puerta que está sobrepasada por las personas que buscan huir y cuando respiran el aire de Las Vegas, Nico lo lleva a un callejón para ver su brazo herido. Ya fuera del peligro y sentado, el dolor de su brazo se traduce a intolerable y agudo, tanto que Percy siente su brazo palpitar y dormirse. Nico le arranca el pedazo de camisa que quedó destrozada por el disparo y le deja sin manga.

Sin insumos y con el brazo de Percy sangrando, Nico se muestra con mucha calma para su sorpresa. O eso cree hasta que sus manos temblorosas le acomodan sobre la pared y le mira con un miedo controlado.

—Ya vuelvo, buscaré a los chicos —le dice con una voz tan suave, que parece una plumilla de azúcar. Está por alejarse cuando recuerda que no están muy lejos del casino y que podrían encontrar a Percy. Regresa rápidamente y busca otra alternativa para salvarle.

—¿Estás... estás herido? —jadea Percy, sujetándose el brazo mientras mira al semidiós.

Nico parpadea y una respuesta cruza por su rostro, más no la dice.

—No —responde a cambio, intentando distraerse de Percy.

Los demás llegan como deidades caídas del cielo a rescatarlos y rápidamente buscan un lugar para resguardarse mientras el ajetreo del casino se relaja con la llegada de los policías. Percy es respaldado por Luke y cuando están cerca de un carrito de tacos, miran por si el conductor está arriba. El señor con bigote blanco está viendo pelea de gatitos. Luke pega su cara al cristal y asusta al señor.

—¿Podemos subir? —dice, señalando a Percy herido y al ajetreo de atrás.

El señor apaga su teléfono y abre la puerta de su camioncito con un botón. Los chicos entran a trompicones y el señor gira en su asiento, mirándolos con angustia.

—¿Qué les pasó?

—Apuestas de casi- —Luke es interrumpido cuando unos disparos agujerean el camión, rompiendo el metal y quebrando uno de los visores.

—¡Arranque, arranque! —le ordena Grover, cubriéndose de los disparos.

El señor del camioncito enciende el vehículo y acelera, haciendo rechinar las llantas mientras deja líneas negras y humo en el pavimento. Una caja de lechugas golpea a Luke en la espalda y Grover es atacado por los tomates. Nico ayuda a Percy para mantenerlo firme y que no apoye su brazo. Annabeth ayuda al hijo de Hades para cubrir su herida mientras le bañan el brazo con alcohol para que no se infecte. No son sanadores, puede que lo estén haciendo mal, pero por el rostro pálido y sudoroso de Percy, intentan dar lo mejor de sí para solucionar lo de su herida.

Percy ya no hace muecas de dolor, sólo cierra los ojos mientras respira muy rápido para disminuir las ganas de retorcerse.

Los disparos dejan de sonar, pero el señor de los tacos sigue conduciendo. A veces mira por si alguien los sigue.

—¿Quiénes eran esos tipos? —su bigote se sacude cuando habla.

—Tipos poderosos —responde Luke, quitándose los restos de la lechuga.

—¿Acaso les robaron algo? —vuelve a preguntar.

Los seis comparten una mirada, guardando el secreto.

—Les robamos el corazón —sonríe el hijo de Hermes, logrando que Thalía le dé un golpe y que el señor se muestre más preocupado.

Decide darles privacidad al ponerse sus auriculares y escuchar su reproductor como si eso fuera lo más correcto por hacer. Nico le pregunta a Percy si le duele cuando ajusta la venda, pero el mortal está absorbido por el dolor. Busca en la mochila de Luke las píldoras de Percy que le dio Will, sabiendo que el hijo de Apolo no permitiría que nadie salga del Campamento sin un trozo de ambrosía o una botella de néctar.

—¿Qué ocurrió arriba? —pregunta Annabeth, sin esperar a que sea el momento adecuado.

Nico ignora la pregunta de Annabeth y acomoda a Percy contra unas cajas. Cuando mira que no puede sostenerse, se coloca antes de que Grover lo haga y apoya a Percy contra su cuerpo, como si creyera que nadie más puede hacerlo mejor. Ninguno lo detiene, tanto por la distracción de los libros y hojas que robaron, como porque no quieren abrumar a Percy.

—Son muchos documentos, buscar podría llevarnos días —dice Luke, ya estresándose de ver tantas letras y hojas juntas.

—Yo lo buscaré —dice Annabeth como si eso no fuera un problema.

—Yo te ayudo —dice Nico, viendo a la semidiosa. Ella sonríe por el apoyo y asiente.

—Esos tipos casi matan a Percy, ¿creen que eran enemigos? —pregunta Grover, preocupado.

—Le cortó la mano a la líder —explica el hijo de Hades. Thalía hace una mueca, creyendo que las cosas no podrían ir peor.

—¿Por qué? —pregunta Annabeth, horrorizada.

Nico mira a la hija de Atenea y se toma un segundo para responder.

—Tenía un Égida.

La semidiosa rubia empalidece, construyendo respuestas para ese escenario.

—Pero cómo lo...

—Era una copia —dice Nico—. No expresaba el mismo poder que un verdadero Égida. Tenía cosas, como la protección al portador y su transformación de brazalete a escudo.

La hija de Atenea frunce el ceño, ya con una teoría formulada.

—Tráfico de copias. Deben estar buscando las armas importantes de los dioses para imitarlas y distribuirlas.

—¿Pero quién? —dice Luke.

—Alguien que esté preocupado por equipar a un ejército —dice Thalía.

—Kai —responde Grover por todos.

El hijo de Hades mira a Percy, quien no tiene muy buen semblante. Parece que ese corte de bala le dolió más de lo esperado.

—Kai tenía como mano derecha a un hijo de Ares —dice Thalía, viendo las fotografías de los escudos y armas poderosas—. Ellos tienen un acceso a las armas superior, pueden encontrar lo que desean —recuerda.

—No recuerdo cómo se llama —murmura Luke, como si eso importara.

—Si madre quiere que busquemos las partes de su escudo es porque a los dioses les han robado armas importantes —considera la hija de Atenea.

—Pero no han dicho nada —dice Thalía.

Annabeth aplana los labios.

—Percy, ¿tú dirías si alguien te robara a Contracorriente? —le pregunta la semidiosa al mortal que se muestra moribundo.

—No —admite en un murmullo.

Annabeth regresa su mirada a Thalía y ella entiende su punto. Los dioses como Apolo o Hefesto nunca dirían si alguien les robó sus armas porque eso significaría recibir burlas por parte de los demás dioses. Sólo los Tres Grandes pueden decirlo porque nadie se reiría de ellos sin no correr riesgo a ser calcinado.

El camioncito de los tacos gira y la caja del queso empuja a Grover.

—¿Y qué hacemos? —pregunta Luke—. ¿Dejamos de buscar el escudo de Atenea? —menciona el nombre de la deidad con absoluto respeto.

—Claro que no —gruñe Thalía, regañando a Luke—. Lo seguiremos buscando.

—Buscaremos a ese hijo de Ares y le dejaremos fuera de juego —dice Percy, ya con mejor aspecto gracias a la píldora.

—¿Vamos a matarlo? —Luke sonríe y finge asustarse.

El silencio de Percy demuestra que realmente buscará terminar con el tema del Égida. Thalía aprieta los labios y sabe que no puede y tampoco quiere ir contra la idea de Percy. Annabeth apoya al mortal, ella quiere ayudar a su progenitora. Y no puede negarse porque eso sería como si apoyara a Kai, y eso nunca será posible. Durante años, el Campamento fue reinado por el miedo a ser tomado por las fuerzas de Kai, a quien alguna vez vieron como una inspiración por ser un héroe olímpico desde tan joven. No saben qué fue lo que lo corrompió y por qué decidió irse del lado de los malos. No fue el primero en crear esa rebelión, sino que se unió a quienes ya estaban en el juego, pero estos fueron asesinados durante una batalla. Kai quedó al mando y con él los otros mestizos.

Como última oportunidad, Thalía creerá en las intenciones de Percy y le ayudará de nuevo, sabiendo que el mortal no tiene la capacidad de Kai, tanto en poderes ni en habilidades. Percy es mortal, con la ayuda adecuada podría lograr algo.

—Creo que ya sé a dónde debemos ir —Grover enseña el nombre del lugar indicado.

El acuario del Casino Silverton.

Nico gira hacia el señor de los tacos y le habla.

—¿Estamos muy lejos del acuario Silverton? —pregunta. El señor mueve sus auriculares para escucharle mejor. Cuando Nico le repite, deja de ver el camino y se enfoca en pensar.

—Quizá a unos cuarenta y cinco minutos —responde, ignorando el bocinazo de un Lamborghini y el grito de un tipo que estaba por cruzar.

—¿Podría llevarnos ahí? Le pagaremos con boletos de Casino —ofrece Luke, sacando los papeles de su mochila.

El señor se gira a contarlos, dejando que el camioncito se mueva sin rumbo.

—Parece justo —asiente y guarda los boletos en su camisa, tomando de nuevo el volante.

Se dedican a viajar y compartir una bolsa de nachos mientras llegan a su nueva parada.

. . .

Grover descubrió que el comprador del Égida fue el gerente del acuario, quien es hijo del propietario original del casino. No es un semidiós, es un humano cualquiera que le gusta coleccionar reliquias robadas de lugares importantes. Llegan al lugar y se despiden del señor de los tacos, quien les deja su tarjeta para que busquen su camioncito o si quieren contratarlo para servir en alguna fiesta. Se marcha escuchando música pop a todo volumen y feliz con sus boletos de casino.

Percy se arranca la otra manga de su camisa para equilibrar con la que Nico le arrancó y ahora parece un chico conflictivo que se escapó de una pelea de perros. Así de feo luce. Mover su brazo le duele horrores, pero se aguanta porque no puede mostrarse débil frente a ninguno. No es un niño debilucho, no ahora que logró conseguir el tridente de Poseidón sin morir en el intento. La venda en su brazo se estira y se ajusta a su necesidad, aún así envidia a los semidioses que pueden comer su ambrosía y mejorarse en segundos.

Pero si hay algo que debe admitir es que necesita molestar a Nico por su asistencia.

—Parece que las visitas a Will han surtido efectos —levanta el brazo y mira a Nico con una sonrisa juguetona.

El mestizo alza una ceja y luego gira los ojos.

—No sé de qué hablas.

—Le diré a Will. Estará muy orgulloso de ti —asiente, prometiendo—. Apuesto a que te pedirá que te conviertas en su enfermero. Podrás coquetearle mientras le sacan las flechas del culo a los campistas —imagina.

Nico le mira como si considerara que Percy es un imbécil y luego mira a otra parte.

—Cállate —espeta.

—¿Por qué? ¿No es tu sueño salir con el guapo sanador? —le mira, impresionado.

—¿Guapo? —pregunta Nico de vuelta, sonriendo un poco mientras le mira con duda.

—Will es guapo. Parece un niño que toca guitarra y asa malvaviscos sin camisa —asiente.

Nico frunce el ceño.

—¿Quién asaría malvaviscos sin camisa? —Nico hace una mueca.

—Apolo y Ares. Fue en una competencia y al final ganó Afrodita. Se quitó su blusa y ganaron los músculos de oso que tiene —cuenta, recordando esa tarde de playa.

—No sabía que Afrodita era musculosa —murmura Nico, impresionado.

—Oh, créeme, ella entrena todos los días —revela Percy.

—¿Qué hay de ti?

—Yo soy guapo por naturaleza. No tengo la necesidad de lograr la perfección, ya la tengo —tararea, poniendo una sonrisa orgullosa.

Nico mira a otra parte y busca aplastar la sonrisa que crece en sus labios.

—Yo te veo muy mortal —señala.

—Eso fue porque los dioses tuvieron miedo a que fuera el mejor. No pueden con mi belleza —dice, presumido.

Nico lanza una risa y le mira, como si conociera a la mentira personificada.

—Sí. Mucha belleza —murmura.

—Yo no soy el que está vestido como mono que reparte la droga a los ricos —señala Percy al traje de mozo que usa el semidiós.

—Al menos me veo mejor que tú. Parece que te sacaron del basurero —dice Nico, sintiendo algo en su estómago. Nunca lo dirá, pero Percy luce increíble con su ropa rasgada y la venda en su brazo. Jamás le pareció tan fuerte.

Percy intenta defenderse de eso, pero no tiene una forma, así que cierra la boca y recibe la derrota como a su mejor amiga.

—Sé que acabas de disculparme, pero no descargues tu ira contra mí. Yo no soy el que te paga con noches a mitad de precio en el hotel —dice y Nico le golpea en el cuello. Un azote rápido y que deja a Percy retorciéndose del dolor.

—No creas que tendré consideración por la herida en tu brazo —advierte.

—Sé cuidadoso, cariño. Cuando sea un dios te haré pagar —promete.

—¿Cuando seas dios? —ríe con sorna—. Primero moriremos antes de que eso pase —dispara y Percy abre la boca, ofendido.

—Hijo de perra.

Nico sonríe vengativo y no parece afectarle el insulto.

El acuario está un poco vacío, son pocas las personas que pasan por ahí y señalan los animales con asombro. Entran a un túnel largo de cristal, donde los pececillos pasan y se deslizan entre las decoraciones falsas. Percy observa los tanques con anhelo, imaginando que regresa al mar y disfruta de las corrientes y de jugar con los delfines. El suspiro es involuntario, pero no puede detenerlo cuando su corazón desea regresar a las aguas salvajes y perfectas del océano. No es consciente de la mirada de Nico sobre su persona, está distraído con ver a los animales bailar en esa agua contenida.

Su mano toca el cristal y unos pececillos se acercan, girando como si le saludaran. Sabe que no es por sus poderes, sino porque creen que les alimentará. Ojalá pudiera hacerlo, liberarlos de nuevo al mar y que disfruten de su verdadera vida y no en ese contenedor tratado y controlado por los sucios humanos.

—Lamento que no regresaras —le dice Nico, a su lado como un apoyo silencioso.

Percy sonríe triste y le mira, como si agradeciera lo que dijo.

—Intento pensar que fue por una razón —dice, ya sin rastro de su humor ligero. Cree que es bueno que Nico vea su verdadero lado, que vive lleno de preocupaciones y miedos que no quiere enfrentar—. Los dioses... actúan de formas que obedecen a las Moiras. No pienso pelear contra ellas ni contra el destino. Aún cuando es lo que más quiero hacer —añade, mostrando esa fiereza que siempre le acompaña.

Sus instintos mueren cada vez que da un paso atrás y recibe toda la mierda que le quieren obsequiar. No sabe a quién serle fiel, si a su poder incontenible, o a su nueva vida.

Teme que llegue el día en que sea tan mortal, que no ya sepa usar sus poderes y que el mar ya no quiera recibirle.

—Sé que un día volverás a ser el dios Percy —dice Nico, ya sin ánimo de burlarse. Está siendo muy sincero—. También sé que reconocerán tu valentía.

Percy sonríe y la picardía brilla de nuevo en su rostro.

—¿Me rendirás algún tributo? —pregunta con una sonrisa de diablillo.

Nico gira los ojos y se cruza de brazos.

—Ni siquiera muerto —responde.

Percy está por decir algo cuando un destello lo distrae. Se aleja de Nico y camina por todo ese túnel de cristal hasta que llegan a un estanque más grande y lleno de falsos arrecifes y esa agua tan azul que le parece sucia. Primero descubre las colas, luego los rostros bellos de las chicas y por último las sonrisas practicadas. Percy se muestra horrorizado, temiendo lo peor. No puede saber cómo fue que ocurrió, pero la imperiosa necesidad de sacar a esas pobres sirenas de ahí hacen que su cuerpo experimente picaduras del estrés y que quiera golpear al humano que propuso esa idea hasta desfigurarle la cara con sus puños.

Nico mira su horror y rápidamente señala hacia el cartel del acuario.

—Es falso —apresura a decir, sujetando la mano de Percy para que no salga corriendo—. Son humanos con colas —explica con suavidad.

Percy no puede dejar de ver con horror, como si viera a su reino siendo esclavizado por los humanos.

Una sirena falsa se acerca a saludarlos, pero parece un poco extrañada cuando Percy no deja de verla como si estuviera en peligro. Nico los aleja un poco del estanque, evitando que Percy entre en un colapso del miedo.

—Percy, son falsas —le dice, apretando un poco su mano. Hacer eso está superando sus límites de relación humana, pero todo sea por difuminar esa mirada de horror en Percy.

El mortal se toma un segundo y cierra los ojos, odiando el hecho de haberse salido del túnel.

Asiente y aprieta un poco la mano de Nico para buscar un consuelo. Se repite que los humanos son asquerosos y teme al imaginar que ese es el primer paso de los humanos para seguir en la búsqueda de su especie, sabiendo sus repulsivas intenciones.

—Busquemos a los chicos —le dice el hijo de Hades, alejando a Percy de la atracción. El mortal no habla de nuevo, manteniendo la mirada en el suelo para no ver a los animalillos.

Percy no lo mira, pero Nico sí. Los peces parecen seguir al mortal, buscando su atención, pero ellos son ajenos a las emociones de Percy. Nico jura que nadan con más fuerza y se acumulan en algunas partes, girando y sacudiéndose como si estuvieran felices.

Otra cosa es que no se había dado cuenta que estaban solos y que los chicos no siguieron con ellos. Percy tampoco parece saber.

Están cerca de otro estanque, a un lado de una puerta que dice: SOLO PERSONAL AUTORIZADO. Una mujer sale de ahí y azota la puerta, dejando que se escapen unos graznidos fuertes. Ella pasa fundiendo el suelo con el calor de su enojo y se marcha hacia otro lugar, marcando en su teléfono con furia. Percy mira hacia esa puerta y parece que necesita saber qué tienen ahí, por qué la razón de esos graznidos.

Nico, con intenciones de mejorar los ánimos de Percy, toma la mano del mortal y caminan al otro lado de la puerta. Un pasillo de color gris con blanco les da la bienvenida, con luces que titilan y un olor a mar y pescado tan fuerte que Nico debe cubrirse un poco la nariz para tolerarlo. Percy parpadea de la incomodidad por el aroma, preguntándose si así huelen el resto de los acuarios.

Los graznidos vuelven a escucharse muy al fondo, como una queja. Avanzan por el suelo mojado del pasillo, viendo por los cristales de las puertas que hay. Algunas son oficinas, otras son armarios. A unos metros, alguien tose con fuerza y Nico agarra la mano de Percy para esconderse en uno de los armarios. Ahí, el aroma a sal y agua sucia ya no es tan fuerte, en cambio, huele a lavanda y jabón concentrado. Pasa un tipo usando botas y un overol de hule, raspando la garganta por el moco acumulado.

Percy deja atrás a Nico para que no puedan verle y si los atrapan, Percy será el que peleará.

El chasquido de unas llaves y luego una maldición muy fuerte.

—¿Qué haces aquí, pedazo de basura? —gruñe el hombre, azotando la puerta.

De nuevo un graznido y se escucha un golpe brusco. Percy no puede resistir el ver y una expresión entre furiosa y aterrada rompe en su rostro. Abre la puerta como un torbellino y sale del armario con ojos de ira.

—¿Qué crees que haces? —Nico escucha la voz de Percy y se apresura a salir para respaldarlo. Un pequeño pingüino está en el suelo con una patita herida y se mantiene en una posición de pelea.

El tipo los mira y frunce el ceño, confundido y con una mueca asquerosa en sus labios.

—Eso debería preguntar yo —dice fuerte, viéndolos con un enojo arrebatador.

Percy intenta acercarse al pingüino, pero el tipo lo interrumpe con una mano al pecho.

—Largo de aquí —dice, con sus ojos diminutos y rojos.

—Muévete —le ordena Percy, mostrándose muy firme y como una muralla.

El tipo sonríe burlón y se arremanga su suéter blanco.

—Nunca he golpeado a un adolescente. Sería divertido —dice antes de lanzarse hacia Percy e intentar golpearlo.

Percy lo esquiva y el golpe que destruye la nariz del tipo resuena en el espacio angosto. Nico se mueve para no interrumpir y el grito colérico del hombre sólo consigue animar a Percy en su pelea. El hijo de Hades desea acercarse al pingüino para alejarlo, pero el hombre es bastante ancho y Percy lo hace girar como un toro en jaula.

—No me digas que así crees que se golpea a un adolescente —Percy se burla del tipo, enojándolo más.

El pingüino grazna de miedo y aún herido se cerca hacia la oficina de donde fue expulsado. El tipo al ver esto se enoja más y patea al animalito, empujándolo lejos. El graznido de dolor que libera hacer que Percy agarre el puñado de llaves que llevaba el tipo y las use como guante para golpearle la cara. La sangre mancha un poco la pared y antes de que pueda moverse, Percy rompe la caja donde está el extintor y con el tanque noquea al tipo, dejándolo en el suelo.

Tira el tanque como si le diera asco tocarlo y camina apresurado hacia el pingüino. El animal aletea y grazna algo, apuntando con su pico hacia la oficina.

—¿Qué hay ahí? —le pregunta Percy, como si todavía pudiera entenderle.

El pingüino aletea otra vez, señalando. Es una orden muy clara para que Percy se acerque a la oficina y busque lo que quiere el animal.

—Bueno, bueno, ya voy —dice, acatando la orden.

Pero el pingüino grazna enojado, moviendo sus patitas y aleteando de nuevo.

Percy mira a Nico y el hijo de Hades sonríe, viendo a Percy como si no tuviera opción.

—Quiere que le cargues —explica.

—¿Desde cuándo hablas pingüino? —le dice Percy, poniendo una mano en la cadera.

Nico no llega a responderle porque el animal le da un picotazo a Percy, exigiendo su atención.

—¡Auch! —se queja el mortal, agachándose para tomar al animalito. Este parece medianamente satisfecho.

Caminan hacia la oficina y el pingüino mueve su pico hacia una caja transparente que tiene galletas con forma de corazones. Percy lo acerca al recipiente y el pingüino comienza a comer muy feliz, disfrutando de su banquete.

—¿Crees que le hayan traído de forma ilegal? —pregunta Nico, observando cómo la mirada de Percy se oscurece como una tormenta.

—No sería una sorpresa —murmura muy enojado.

Una vez se siente satisfecho, el pingüino exige regresar a los brazos de Percy. El hijo de Hades usa su poder de las sombras para guiarlos y salir de ese lugar de miedo. El animal grazna algo y Percy frunce el ceño.

Por alguna razón cree que le dijo su nombre y es Marco.

—¿Qué dijo? —le pregunta el hijo de Hades.

—Creo que se llama Marco —responde.

Nico le mira, luciendo sorprendido.

—¿Aún puedes entenderle? —pregunta.

—No —admite aún más confuso que Nico—. Es como... como si entendiera lo que dice de forma instintiva —murmura, todavía sin saberlo muy bien.

El hijo de Hades le mira, tratando de saberlo también.

—Es algo que ya sabes de forma involuntaria. Debe ser tu forma de dios tratando de mantenerse a flote —considera.

Percy también lo hace, como si se muriera de miedo que su forma humana le consuma y ya no pueda regresar.

—Estamos cerca —dice Nico a cambio, sabiendo que Percy está ahogándose en su tormenta personal.

Llegan a otra salida, una que da hacia unos balcones con vista a unas montañas de Las Vegas. Los balcones son parte del acuario, todavía vacío por la hora. Percy mira al pingüino entre sus brazos y este casi sonríe de lo cómodo que está. Percy recuerda la herida que tiene en su pata, así que busca un lugar para curarle. Nico observa a su alrededor, un poco más preocupado y avergonzado de que Percy haya elegido ese lugar para curarle la pata.

El pingüino hace unos ruiditos felices y se deja tocar por Percy, quien busca un poco de alcohol y crema para aplicarle en la herida. Agarra una cinta de curación para que la herida respire y cubre la patita del animal, intentando que no lo muerda por el ardor. El pingüino mueve su cabeza y con su pico rasca entre los mechones de Percy.

—Dame un beso —Nico reprime un grito cuando escucha la voz cariñosa de Percy. Un sonrojo corre por su cuello y mira al mortal, quien está jugueteando con Marco y este grazna en lo que las manos mimosas le acarician la panza.

El semidiós no puede creer lo que mira. Percy luce muy cariñoso con Marco e incluso le rasca cerca de la cabeza.

Nico se queda paralizado y cuando deja de ver, siente que está sobrando.

—No seas malo, dame un beso —pide Percy, sin gota de vergüenza. Ríe encantado y abulta los labios en un piquito para buscar el mentado beso—. No seas malo, sólo un besito.

Nico carraspea, pero el intercambio entre esos dos está fuerte.

No quiere interrumpir, pero alguien vendrá y puede saber que se robaron al pingüino.

—Percy —intenta otra vez, pero el mortal está riendo con Marco mordiendo su cabello.

El hijo de Hades se rasca la nariz por lo incómodo que se siente y pone las manos detrás, como hacía cuando un hombre millonario lo obligaba a esperar mientras se enrollaba a besos con la chica sobre sus piernas.

—Percy —repite y esta vez sí consigue su atención.

El mortal le mira, como si le hubieran atrapado en algo muy personal con Marco.

—Debemos irnos —le menciona y el mortal abre los ojos, cubierto de pena.

—Cierto —ríe nervioso. Se gira hacia Marco y abre la mochila que le dio Luke cuando bajaron del carro de tacos. Deja al pingüino dentro y cierra a una distancia considerable para que su cabeza salga y pueda graznar todo lo que quiera.

Carga con la mochila y Marco parece el más feliz de Las Vegas.

Los zapatos de Luke rechinan por el suelo cuando los encuentra y sonríe al ver al nuevo integrante del grupo.

—¡Los estaba buscando! —sonríe—. Pero veo que ya encontraron a la novia de Percy —señala a Marco, quien le mira juzgador con su diminuto ojo negro.

—Ja, ja, muy divertido —Percy gira los ojos y se esfuerza por no sonreír.

—¿No es cierto, Nico? —le pregunta el rubio al hijo de Hades, pero por la hora, el semidiós del Inframundo sólo quiere pirarse a dormir.

Su mirada es la respuesta suficiente para Luke.

—Annie encontró la oficina del gerente, pero ahora quiere que llamemos su atención —explica mientras caminan hacia donde el rubio sabe.

—¿Nos pondremos pompones para lograrlo? —espeta Nico, sin ganas de ser el centro de atención.

—Suena perfecto. Podrías llevar la P de Percy —sonríe el mortal, logrando que Nico se arrepienta de haber dicho eso.

—Aunque yo quiera llevar la E, no es lo que necesita Annie. Ella quiere que destruyamos algo, que-

—¿Cuánto aguantan la respiración bajo el agua? —pregunta Percy, viendo los estanques donde están actuando las sirenas.

—Tal vez unos dos minutos con mucho esfuerzo —considera Luke.

—Es suficiente para llamar la atención —dice Nico, acercándose a una sombra—. Iré por los disfraces —dice y desaparece por una sombra.

Luke se cruza de brazos mientras espera, iniciando una guerra de miradas contra el pingüino.

—¿Y como se llama? —apunta al animalito.

—Marco —responde Percy, exhibiendo al animalito como un padre orgulloso.

—Aww, pero si es una cosita hermosa —dice Luke, acariciando con un dedo a Marco. El pingüino grazna feliz e inclina la cabeza para recibir más mimos—. ¿Quién es el más bonito? ¿Quién? ¿Quién? —pregunta el hijo de Hermes, rindiéndose ante lo adorable de Marco.

Percy sonríe y agarra su mochila para enseñarle mejor al hijo de Hermes. Marco intenta aletear dentro de la mochila y Luke lo carga mientras comienza a bailar con el pingüino entre brazos.

Cuando Nico regresa, los dos chicos se paralizan por estar jugando con el pingüino. El hijo de Hades alza una ceja y les da los disfraces. Luke le entrega a Marco y elige el traje que más le gusta.

—No lo pierdas —le pide Percy a Nico, señalando su paquete emplumado.

Caminan hacia la parte interior del estanque y Luke abre la puerta de acceso como un ladrón estrella. Suben por unas escaleras y en la cima, comienzan a ponerse sus colas para ir a juego con el estanque. ¿Necesario? Realmente no, pero Luke les dijo que Annabeth tiene otra parte del plan y ellos deben seguir su parte. Ponerse el disfraz con escamas falsas y hechas del asqueroso plástico hacen que Percy quiera derretirlas con fuego. Luego recuerda que eso sería contaminar los aires de Bóreas, así que reprime sus ganas y se esfuerza en ponerse esa cosa.

Percy tiene una cola verde, una que lo inunda de nostalgia cuando recuerda de las veces que Tritón le dio una cola verde mar, tan poderosa y bella que Percy fue muy feliz de nadar en los mares junto a los delfines. Ahora, en esa vaga copia, siente que está insultando su versión divina. Y aunque no es así, la emoción perdura en su pecho más de lo que le gustaría. Le da un reojo a Luke, quien usa un cola anaranjada y parece el más feliz del mundo. Al menos uno de ellos lo disfruta.

Nico les hace la señal y ambos toman una buena bocanada de aire antes de sumergirse en el agua y cubrirse del frío y de la fuerza del elemento. Están lanzándose los arrecifes falsos. Percy sonríe un poco por esa mini guerra con Luke, que no parece muy adolorido por la fuerza del agua.

Annabeth llega corriendo junto a Thalía y Grover, huyendo de guardias y de un tipo entacuchado. El hombre luce como si un torbellino lo hubiera embestido y lleva una mancha en sus pantalones. Percy mira las intenciones de Thalía cuando saca su escudo y apunta hacia ellos.

El hombre los mira y sus ojos parecen salirse de su cara.

—¡¿Qué hacen ellos ahí?! —grita, histérico.

Percy sonríe y le guiña un ojo, mientras que Luke le lanza un beso.

Un grupo fuerte de turistas llega en ese momento y comienzan a señalarlos, preguntándose cómo es que ellos llegaron ahí. Nico mira la oportunidad y se pone frente al estanque, señalando al tipo del traje como si fuera un criminal.

—¡Él tenía a este pobre animal encerrado y sin comida! —expone a Marco como la prueba.

Las personas comienzan a murmurar y miran al tipo del traje de formas muy enojadas.

—Saquen a esos dos de ahí —exige el tipo del traje a sus guardias—. Amable público —sonríe hacia los turistas—, no le crean a estos ecologistas. Ellos hacen cosas muy estúpidas —bromea.

—¡Es verdad! —pelea Grover, furioso—. ¡Él trafica animales en peligro de extinción!

Las personas no saben a quien ver. Al tipo del traje, a Marco o a los chicos que destruyen el acuario mientras les queda aire.

—¡Saquen a esos dos de ahí! —repite con más nerviosismo.

—Yo lo haré por ti —sonríe Thalía y da un giro corto para darle despegue a su Égida.

Percy, dentro del tanque, se mueve para salvar a Luke del impacto y el golpe del escudo quiebra el cristal. El agua inunda el salón y el resto del vidrio no resiste al empuje del elemento. Percy sale como en tobogán junto a Luke y logran respirar el aire oloroso a tabaco y gel de limpieza.

Las personas corren despavoridas y los guardias buscan refugiarse de la inundación.

—¡Nico, el gerente! —le dice Annabeth al hijo de Hades, quien se mueve con una sombra y agarra al tipo. Los lleva a una parte alta y cuando el tipo intenta escapar, la espada estigia del Nico toca su cuello.

Entre las corrientes de agua, Percy se quita su cola y sigue a la hija de Atenea, quien luce como un león a punto de comerse una presa deliciosa. Suben unas gradas y llegan a donde está Nico. El hijo de Hades se mantiene con una mirada gélida mientras sostiene a Marco con un brazo. Grover se acerca para ayudar con el amigo plumoso y dejan que Annabeth se encargue del tipo.

—Me importa una mierda tu acuario —explica, viendo al tipo con sus ojos de acero—. Quiero el Égida que conseguiste hace unos meses y que me digas el nombre o el aspecto del tipo que te lo dio —pide de forma tan directa que el gerente se queda en blanco y sin palabras mientras gotea.

—¿É-Égida? —tose, fuera de lugar.

—Ni siquiera sabes el nombre de lo que compraste. No eres digno de tenerlo —sisea la semidiosa, viéndose mortal.

Percy gira los ojos y mira al tipo, ya en su límite.

—El escudo con la cara de Medusa —dice y el gerente parece ya saber de lo que hablan.

Thalía lo toma del brazo y lo levanta como si fuera un nube, preguntándole en dónde queda su oficina. El gerente los lleva, temblando y asintiendo cuando la hija de Zeus le advierte que no haga nada fuera de lo pedido.

La oficina del gerente es de color rojo oscuro y decoraciones color crema. Exude lujo y hay muchas cosas que sólo podrían conseguirse en las subastas ilegales que organizan los ricos. Ahí, al centro y arriba de su escritorio, el Égida está colgando como un amuleto. Annabeth luce muy ofendida de ver el escudo de su progenitora en la oficina de un mortal, mostrándose ganas de incendiarlo todo.

Percy se sube al escritorio del gerente y brinca para arrancar el escudo de su colgador, sosteniendo el círculo de metal en sus manos. Esperaría sentir miedo y saber que tiene la desventaja frente al tipo que Thalía y Luke custodian, pero no es así. No experimenta nada de eso, sólo comienza a pensar que nada puede herirlo y que está listo para lanzarse a una guerra.

Su expresión no debe ser emocionada porque Luke le mira con preocupación.

—¿Qué ocurre? —murmura.

No lo diría tan rápido, pero la sensación es tan clara que sería peor engañarse.

—Este no es el Égida original —dice tan claro que Annabeth no parece asustarse. Ella ya esperaba eso.

Por eso preguntó el aspecto del tipo que se lo entregó.

La hija de Atenea repite la pregunta inicial y el gerente vomita toda la información que su diminuto cerebro almacena. Describe al hombre que le llevó el escudo y parece que tiembla cada vez que Annabeth entrecierra los ojos.

Habla de un hombre con cabello marrón, corpulento y de ojos azules. Que tenía una herida en un ojo que bajaba hasta su boca y un tenía un tatuaje de lobo en su brazo.

—Es él —dice Luke—. Es el hijo de Ares. Recuerdo el tatuaje de lobo porque llegó a presumirlo al Campamento hace unos años.

—Debió cambiar el Égida original por la copia cuando los demonios se lo dieron.

—Entonces ese tipo conserva la parte y ahora reproduce copias como huevos de pascua —dice Thalía, pensando mientras agarra los dulces que tiene el gerente en su escritorio—. ¿Cómo podremos encontrar su planta de producción?

—Haciendo que nuestro amiguito aquí —Percy pone las manos sobre los hombros del gerente, uno que brinca de miedo— llame que quiere otro escudo y cuando vengan a dejarlo, secuestraremos el camión y haremos que nos lleven ahí —sonríe, viendo al tipo con ojos de advertencia. El hombre empalidece.

—Yo- no, no puedo-

—Sí que puedes —dice Percy con la misma sonrisa, apretando sus manos sobre los hombros del señor—. Sólo tienes que hacer una llamada.

El gerente traga duro por los nervios, viendo a cada uno para considerar sus opciones.

—Y más te vale que no intentes traicionarnos —le advierte Percy, aún sobre sus hombros—. O te convertiré en una linda sirena —sonríe más agudo, logrando que el miedo flote en los ojos del gerente. Percy borra su sonrisa y parece mortalmente serio—. Haz la llamada.

Se aleja y el gerente parece volar de lo rápido que se acerca a su escritorio y comienza a marcar con los dedos resbalosos por el sudor. Carraspea para que su voz no lo delate y comienza a hablar con profesionalismo mientras pide un nuevo escudo. Finge ignorancia y consigue que le programen un nuevo escudo para el día siguiente. Con mucho miedo, le da un papel con la información a los chicos y le dan las gracias luego de haberlo asustado y de haber destruido su casino.

Como deben esperar veinticuatro horas para conseguir el lugar de origen, deciden que esperarán en un parque que está en frente del casino.

. . .

—Mmh, no, yo no tengo nada —le dice Luke a Marco mientras mastica su pizza—. Esto te dará diarrea —le dice.

Marco no parece creerle, graznando del enojo para que le dé un poco de su comida.

—No puedo darte pepperoni, esto es no es comida de aves —le dice, pero Marco vuelve a graznar. Luke, sabiendo que no tiene forma de salvarse de su amigo emplumado, le arranca la orilla de pan a su pizza y se lo da al pingüino, quien se lo devora como a un banquete.

—¿Qué creen que esté haciendo Quirón? —murmura Thalía, durmiendo sobre las piernas de Grover. El sátiro está tejiendo una bufanda para Marco.

—No lo sé, ¿trenzando su cola? —intenta Percy, bostezando por el sueño que tiene.

—Yo digo que leyendo el horóscopo. No hay día que no lo haga —dice Luke, con Marco haciendo nido en sus piernas. El pobre necesita un sueño reparador de plumas.

—Imaginen vivir milenios y que sus días se resuman en escuchar adolescentes llorando por su romance fallido y viendo novelas con un dios ebrio —dice Percy, buscando un lugarcito para dormir.

—Dioniso no es tan ebrio —dice Nico por lo bajo.

—Olvidaba que hablé frente a su protegido —dice Percy, logrando que Nico lo vea muy mal.

—No. Imaginen vivir milenios y enamorarse de la misma chica que su padre —dice Annabeth, dejando de leer su libro.

Thalía hace un mueca.

—Los dioses no se enamoran, a penas si saben lo que es un baño público —dice Thalía.

Luke se ríe solo y los mira, entretenido.

—Una vez me quedé encerrado en un baño portátil. Casi nado entre la caca cuando llegaron los camiones de limpieza —ríe, como si eso fuera lo mejor que le ha pasado.

—Oler caca de desconocidos te hizo daño —señala Percy, con una sonrisa.

—No me quejaría si me vuelve a pasar. Las personas escriben sus penas en las puertas de esos baños —dice Luke.

—Mantengo mi punto —defiende Percy—. No me quedaría en un baño portátil incluso si eso significa la paz mundial.

Luke se gira hacia su novia y le mira con ojos de estrella.

—Yo sí me quedaría en un baño portátil contigo —le dice y Annabeth se ríe con esa sonrisa enamorada.

—Cállate —le regaña con cariño.

Thalía hace un sonido de enojo y los mira con ganas de separarlos en diferentes partes del mundo.

—Lejos ustedes dos —espeta, sabiendo que Annabeth no puede resistirse a su cariñoso novio.

Percy casi brinca fuera de su cuerpo cuando siente la cabeza de Nico apoyándose en su hombro. Mira al semidiós e intenta moverlo, pero algo lo detiene. Y es que no puede interrumpir su flujo de sueño a ver las ojeras bajo sus ojos y lo pálido que luce, como si hubiera trabajado en exceso. Quizá pidió el empleo para no ahogarse con el sentido que se encontraba totalmente solo. No tenía a nadie. Por culpa de Percy se marchó del Campamento y no intentó regresar. Por culpa de Percy fue tachado y ahora tiene miedo de ser visto por el mundo de los dioses. Por culpa de Percy sus amigos lo señalaron y le dijeron traidor.

Por culpa de Percy, Nico está así.

La culpa consume al mortal hasta convertirlo en una masa de nervios y dolor, obligándose a repetir las cosas que hizo mal para no realizarlas de nuevo, pero en el camino sólo se ahoga de culpa y en ello encuentra un consuelo ficticio, porque imagina que mejorará.

Se obliga a aguantar la incomodidad de la posición y se mantiene aún cuando su brazo cosquillea. Por alguna razón no se permite el dormir, creyendo que así pagará un poco de todo el agotamiento que vivió Nico en esas semanas.

. . .

—Ese es nuestro auto —dice Thalía, viendo con binoculares hacia el casino que está a unos metros cruzando la calle.

Los turistas pasan con pantalonetas y gafas de sol por lo brillante del día. Percy saluda a varios que le sonríen y Luke se come lo que los demás no. Annabeth está viendo con un espejo escondido en su libro todo lo que pasa en el casino. Nico lee algo también, pero sus ojos cada poco suben hacia las puertas de cristal. Grover también tiene binoculares para disfrazar su espionaje con Thalía, intentando que las personas crean que sólo están viendo las montanas de Las Vegas.

—Ahí está el gerente —dice Nico.

—Lo veo —le responde Annabeth, con la mirada de un búho sobre su presa.

Grover no mira el casino. El sátiro está buscando auras en las nubes.

Están en una mesa de exterior de un restaurante, pelando maní y bebiendo jugo porque ninguno tiene hambre real. O no tanta como Luke.

—Están entrando, es hora de movernos —dice Annabeth, dejando su libro en la mochila y levantando a su novio, quien quiere seguir comiendo manías.

Nico carga con Marco porque el pingüino así lo quiere. Detiene un auto de señoras para cruzar la calle y estas le chiflan a Luke, preguntando cuántos años tiene. Annabeth no les presta atención porque está más concentrada en subirse a ese auto. Es una mini camioneta de color marrón y diseños amarillos. Entran al aparcamiento subterráneo y caminan en la oscuridad del concreto. Ahí abajo huele a gasolina y aroma de lavanda, la que muchos usan en sus vehículos. Encuentran la camioneta cerca de unos ascensores.

Cubren a Luke para que pueda abrir el auto y se suben cuando el click de la puerta les dice que son bienvenidos.

Thalía registra el auto para saber a dónde deben irse y cuando encuentran un papel que dice "almacén central", saben que pueden comenzar por ahí. Luke se luce en el volante, adentrándose al camino como un profesional mientras los de atrás se acomodan entre los espacios del vehículo.

—Cuando lleguemos ahí, ¿qué haremos? —pregunta Luke, viendo por el espejo a su novia.

—Llevaremos una tarta ofrenda y luego nos ponemos a beber chocolate —le dice Percy.

El hijo de Hermes entrecierra los ojos y no sabe si está mintiendo o si dice la verdad.

Annabeth gira los ojos y prefiere dejar que ellos se confundan solos.

—Miren esto —dice Nico, abriendo una caja. En ella se encuentran miles de arcos con flechas y en forma de corazones negros. Están hechos de acero y las puntas son de bronce olímpico, lo necesario para agujerear las armaduras de los mestizos.

Percy toma un arco y parece que lo reconoce.

—Se parece mucho al arco de Eros —dice.

Annabeth jadea del susto y le arrebata el arco. Busca en su mochila como un león furioso uno de sus tantos libros y busca entre las páginas hasta que da con su búsqueda. Lee con una velocidad impresionante y mira el arco en su mano con un poco de miedo.

—Es el arco de Eros —enseña la imagen de su libro, una que es exactamente igual a los arcos que tienen en la caja—. Es el arco más poderoso que existe. Nada puede detener sus flechas y es superior en puntería con los arcos de Artemisa y Apolo —dice, acercándose a las armas mientras que Percy lee su libro.

—No quieren la magia significativa de las armas, buscan su letalidad y con ello reproducen copias en cantidades enormes —dice más para sí mismo, pero la atención de todos está sobre su persona—. Tenemos que saber qué dioses perdieron sus armas, eso nos ayudaría a crear el rango de poder al que nos enfrentamos.

—Yo puedo hablar con Quirón —dice Grover, buscando sus semillas mágicas para hablar con el centauro.

—Yo hablaré con Dioniso —dice el hijo de Hades, acercándose a una sombra que proyectan unas cajas.

Annabeth registra el resto de cosas con un miedo palpable, dejando a Percy a un lado mientras escucha las palabras preocupadas de Thalía y de Luke, que van al frente. Ese momento le hace preguntarse si Kai no creó una copia del tridente cuando lo tuvo en sus manos. No es una idea alocada, no cuando Kai parecía dispuesto a luchar contra Poseidón. Está tentado a llamar a sus amigos dioses para saber si a ellos les han robado algo importante. Artemisa también tiene su arco como arma importante, Apolo también tiene uno que sirve en opuesto al de su hermana. Hermes tiene sus sandalias, su casco y el más importante, su caduceo.

No quiere ser una mierda, pero saber que a ellos les han robado lo hace sentir muy indefenso. Ellos tres son los más habilidosos del Olimpo, son escurridizos y tienen las mejores habilidades en pelea.

—Eros reportó su arco perdido hace unos días —les dice Grover—. Sus cazadores lo están buscando, pero no hay forma de que lo encuentren. Es como si lo hubieran destruido.

Annabeth parece sudar de los nervios.

—Si destruyen el escudo de Atenea, cualquiera podrá tener su magia y se hará medianamente invencible —dice, con el estrés haciendo brincar su ojo.

—Tenemos siete partes —dice Percy, enseñando la hoja donde está el escudo de Atenea—. La de Zeus, la de Atenea, Thalía, Apolo, el Atenea Partenos, el semidiosa romana y Juno. Atenea tiene cuatro, nosotros tenemos una y la que estamos buscando. Ella dijo que hablaría donde protegen el Atenea Partenos para alertarlos. Si conseguimos esta parte, el escudo estará a salvo. Debemos evitar que roben la parte de Thalía, o todo se irá a la mierda —dice para que Annabeth no colapse del enojo y sí que funciona, porque ella respira profundo y asiente, como si le diera la razón a Percy.

—Sería bueno esconder mi Égida —dice Thalía, buscando un poco de prevención.

—¿Alguno conoce un lugar donde no puedan entrar ni los hijos de Hermes? —dice Annabeth, consiguiendo una queja por parte de su novio.

—Las bóvedas del Inframundo —le dice Nico—. Hermes nunca ha podido acceder y el único que puede entrar es mi padre... o yo —les dice.

—¿Tampoco puede entrar la trastornada de Perséfone? —pregunta Percy, consiguiendo que Nico niegue con una sonrisilla.

—Suena perfecto para mí —dice Annabeth.

—Intentaré hablar con mi padre. Hay un banco en Las Vegas para acceder a su bóveda —dice Nico.

—Gracias Nico.

La sonrisa de Annabeth es interrumpida cuando otro auto más grande los embiste y hace que la camioneta derrape y las llantas rechinen. Percy golpea el cuerpo delgado de Nico y lo abraza en instinto de protegerlo. Los graznidos de Marco aumentan los gritos aterrados de Annabeth y Grover queda aplastado por varias cajas con libros. Las bolsas de aire al frente se activan y los otros dos semidioses son absorbidos por las nubes personales.

El auto se detiene al chocar contra un farol de luz y el cartel de un restaurante. La decoración que dice LOS PANQUEQUES DE LA ABUELA RASI cae sobre el auto, haciendo un agujero enorme en la parte trasera. Annabeth se hace apretuja más cuando el acero y las bombillas caen cerca de ellos y Percy aleja a Nico, casi fundiéndolo con su cuerpo. El semidiós respira rápido, con sus manos sujetando a Percy con una fuerza desorbitante.

Nico despierta del miedo y se aleja de Percy como si le diera alergia, acercándose a Annabeth para saber si está herida. Cuando ella declara que no lo está, el hijo de Hades ayuda a Grover para salir de su prisión de libros. Marcos sacude su cabeza y aletea feliz, mostrando que está vivo.

—¿Están bien? —pregunta Percy a Luke y Thalía.

—Todo bien —dice la voz amortiguada del rubio.

Thalía sale de su bolsa y respira profundo, viendo el agujero en la parte trasera y al frente.

—¡Busquen sus armas! —dice Thalía, sacudiéndose para buscar las suyas.

El auto se balancea mientras todos buscan los recursos para no morir. Percy se pregunta qué pudo haber ocurrido. Quizá fue un ataque de Harper por su mano, o del hijo de Ares que ellos buscan.

Una mujer abre las puertas traseras del auto, que lleva un parche y el cabello en un moño apretado. Lleva ropa negra de entrenamiento y botas militares. Ella los mira y sonríe con gozo.

—Salga del auto, ¡ahora! —ordena luego de borrar su sonrisa.

Hacer lo que pide es lo más inteligente, así que uno a uno salen del auto destrozado y miran la línea de camionetas negras altas que los esperan. No hay transeúntes, todos corrieron despavoridos al ver el encuentro, sabiendo que es mejor hacerse a un lado. La mujer hace un gesto con sus dedos y varios guardias armados se mueven para atarles y que no puedan escaparse. Ella observa como un halcón el proceso donde son subidos a las camionetas a empujones y da otra orden clara para que arranquen.

. . .

Percy es llevado a una oficina con sillas que tiene patas de oro y pinturas de barcos que hace mucho eran leyendas. Está solo, esperando frente a un escritorio doble de madera oscura y con las manos ardiendo por las correas que le apretujaron. Reposa la cabeza en la silla y se pregunta en cómo estará Sally, o en cómo estará Rachel luego de que le robará el juguete que ya ni recuerda en dónde lo dejó.

No hay un tiempo para que pueda detenerse y buscarlo.

Se hace pensar que el juguete ya está lejos, así no tendrá preocupación de buscarle.

Está viendo el techo pintado mientras tararea una melodía cuando la puerta se abre y por ella entra un hombre corpulento que conoce demasiado bien.

Barbanegra.

El hombre de una panza prominente en su traje de diseñador le sonríe con sus dientes de oro y su cabello bien peinado. Teach es un hombre con una ferocidad muy bien conocida en las aguas. Tiene una de las tripulaciones más grandes y es reconocido como un rey pirata. No el rey de todos los piratas, pero sí uno de los más fuertes. Claro que el rumor de Percy siendo un mortal se expandiría hasta las aguas más peligrosas, donde Percy es bien conocido por ser el protector y dios de los piratas. Que su líder haya sido reducido a esa forma es el momento perfecto para que los piratas se desaten y busquen su sangre para coronarse así como el Gran Rey Pirata. Con un frasco de su sangre, nadie podrá ir contra su palabra.

—Cuánto tiempo, Percy —sonríe Teach, muy cómodo al saber que Percy está esposado. Los líderes piratas pueden llamarle así porque fueron los primeros tripulantes de Percy hace ya muchos siglos.

Teach era un niño pequeño y maltratado, que peleaba con los cerdos en las playas de Inglaterra para mordisquear algo de maíz. Ya no queda nada de ese niño, ahora sólo es un hombre panzón que siempre le ofrecía a sus hijas como tributo para conseguirse el favor de Percy.

—No el suficiente —dice el mortal, con una mueca de desánimo.

—Ah, ¿por qué la cara larga? —se queja Teach, chasqueando la boca—. Creí que vendrías a saludarme primero —dice, con una puya escondida—. Pero veo que los modales piratas son primero —murmura.

Percy frunce el ceño, más no pregunta a qué se refiere.

—¿Y por qué la interrupción? —bosteza Percy, acomodándose en la silla a pesar de que esté con el corazón hecho puré. Teach podría matarlo ahora.

Teach sonríe y se pone de pie, caminando hacia su mueble con licores elegantes.

—Estoy un poco decepcionado —suspira—. Sin duda el mar ha perdido su fuerza. Ahora somos liderados por dioses pijos y asistimos a fiestas como ratas de sociedad —se queja, bebiendo de un sólo trago—. Tengo que admitir que saber que ahora eres mortal me hizo preocuparme, quién protegería a los piratas. Entonces supe que estabas buscando regresar a tu forma original —mira a Percy con ojos de piedra.

—Lo estaba, pero luego el Consejo Atlanteano decidió que era mejor dejarme fuera de juego —responde, sin ganas de recordar esa humillación.

La risa de Teach lo eriza de incomodidad.

—Hemos compartido la botella de ron, Percy, no intentes engañarme —sisea Teach.

—¿Engañarte? —la mueca de Percy hace que el hombre le mire como a un gusano.

—¿En dónde está, Percy? —pregunta Teach, logrando que Percy se sienta aún más estúpido de lo normal. ¿Dónde está qué?

—¿Kai? —intenta, pero eso sólo desata el enojo de Teach. Agarra la botella y la lanza contra Percy, gritando del enojo.

Percy se lanza de la silla para esquivar el proyectil.

—¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está mi barco?! —sus ojos coléricos ocultan el miedo por su navío.

Percy abre los ojos, boquiabierto.

—¿Crees que robé tu barco? —espeta, incrédulo.

—¡Claro que sí! —Teach intenta acercarse, pero la agilidad de Percy lo salva de nuevo—. ¡DAME MI BARCO, PERCY! —chilla.

—¡Yo no tengo tu estúpido barco, Teach! —intenta defenderse al esquivarlo por medio de unas butacas—. ¡No tengo control con el agua y ninguno de mis dominios! —explica entre los ataques flácidos de Teach.

—Alguien se llevó mi barco. Lo mataré cuando lo encuentre —jura Teach, apretando una butaca en sus manos regordetas.

—Pues dime cuando lo hagas, porque quiero verlo —dice Percy, respirando rápido por la actividad.

Teach se arregla su cabello y busca la calma, pensando quizá en cofres de oro.

—¿Que no habías acabado con el hijo de Poseidón? —Teach alza una ceja.

—Nunca lo hice —explica Percy—. Sólo regresé el tridente de Poseidón a Atlantis —revela.

Teach frunce el ceño.

—No le creí a Dresnia cuando me lo dijo, pensé que era una mentira suya —Dresnia es una hija mitad oceánide mitad humana de Teach. Ella ha estado enamorada de Percy por milenios, pero el mortal nunca le hizo caso porque ella es hija de Teach. Podría degollarlo en cualquier segundo.

Teach fue expulsado de Inglaterra cuando se supo que él era el que degollaba a los cerdos cuando se comían todo el maíz.

—¿Qué haces en Las Vegas? —pregunta, entrecerrando los ojos.

Percy aplasta sus labios y mira al suelo.

—Una misión —responde, simple.

—Viajas con grupo de diosecillos —hace ver, acercándose a Percy como un cazador—. ¿Ocurre algo importante? —sonríe con sus dientes de oro brillando.

—Nada que lastime al mar —dice con la misma simpleza.

—Todo lo que hace el dios Percy tiene un efecto en el mar —dice Teach, como si fuera una regla que remonta desde los orígenes.

—El dios Percy está de vacaciones. Ahora sólo queda el mortal Percy —da un giro, enseñándose.

Teach abre los ojos, impresionado.

—Debe ser muy malo entonces —murmura.

Percy no se toma el tiempo de ofenderse.

—Debo irme, Teach. Tengo a los dioses en el cuello —le dice y el pirata se muestra atraído.

—¿Ah, sí? ¿Necesitas una tripulación o algo? —sonríe Teach, mostrándose benevolente.

—No. Estoy... —la mirada de Percy encuentra el escudo que tanto sueño les ha quitado. Es una copia, como la misma que había en la oficina del gerente— bien.

Teach descubre la razón de su distracción y sonríe orgulloso.

—Magnífico, ¿cierto? —se acerca al escudo y lo enseña—. Se lo gané a Hermes en una subasta hace una semana. El muy pobre no pudo ganar contra mis dos millones de dólares —sonríe—. Es una copia de plata y oro, ideal para servir las uvas —se burla.

Percy frunce el ceño al escuchar el nombre del dios.

—No sabía que Hermes todavía visitaba Las Vegas —menciona, viendo el escudo como si quisiera destruirlo.

—Lo hace. Lo último que supe es que se alojaba en el Casino Loto. Es un lugar maravilloso, dan unos masajes de ensueño —dice, complacido.

Percy quiere incendiar ese estúpido mueble de madera del enojo que se apodera de su estómago. Estuvieron en ese casino hace unos días y regresar para preguntarle a Hermes significaría perder casi un día, dejándole ventaja al hijo de Ares.

—¿Conoces este lugar? —le pregunta Percy a Teach, explicando un poco de su misión.

—Seastrand —deletrea el nombre, estrechando los ojos para leer—. Sí, hay un conglomerado de fábricas cerca. Aquí en Las Vegas trabajan mucho los minerales —Teach regresa su mirada a Percy—. ¿Por qué? ¿Tienes que llegar cerca?

—No —lo corta de inmediato—. Sólo es una referencia —dice tan ajeno que Teach le cree.

Asiente y camina hacia su escritorio, largando un suspiro de señor.

—Sería bueno que tú y tus amigos diosecillos se quedaran para... hablar y conocernos —dice con una sonrisa que eleva las alarmas de Percy.

—Sí, bueno —carraspea, sin hallar una forma para escaparse—. Tengo que irme, los padres de esos niños se ponen exigentes si llegan a morir y...

—Oh, ni lo digas. Es como si estuvieran hechos de oro —se queja, encendiendo un cigarro—. Por cierto, robaron tu estatua de Aquópolis —dice, logrando que los pensamientos de Percy se enfoquen en una sola cosa.

—¡¿Quién?! —las botellas en el mueble de Teach se sacuden, pero Percy no les da importancia.

—No se sabe. Sólo que fue un grupo de piratas nuevos. Los títulos están en peligro con tu desaparición y nuevos capitanes se están alzando en las islas. Thoma cree que se desatará una guerra entre navíos muy pronto. Ya mataron al hijo de Zheng.

Percy abre los ojos, aún más espantado.

—Pero Zheng tenía grandes barcos con cañones —dice, preocupado. Aún recuerda las batallas que ganó esa salvaje con su balas y un cigarro a medio terminar.

—Están desatados —vuelve a suspirar.

Al pensar que alguien tiene su estatua de oro y esmeraldas le hace bullir la sangre, sintiéndose ofendido por lo que sea que estén haciendo con el tributo que le dieron los pobladores de la isla Aquópolis.

Un estruendo se escucha afuera y luego una oleada de voces.

—¡Protejan al capitán! —se escucha primero y luego Thalía entra como un león furioso.

Teach se pone de pie y la mira con enojo.

—¡¿Cómo te atreves, niñata?!

Thalía, al verlo a salvo, deja su expresión furiosa y parece respirar.

Un sirviente de Teach se lanza contra ella para proteger al capitán, lanzándolos al suelo.

—¡¿Qué haces, imbécil?! —Percy se acerca con enojo y empuja al sirviente con su pierna porque sigue con las manos atrapadas.

—¡Orden, orden! —exige Teach, pero la espada estigia de Nico apunta a su cuello cuando sale por la sombra de una mesa cercana.

—No te muevas —advierte. Teach le mira con ganas de lanzarlo al Kraken.

Percy es liberado por Thalía cuando está por buscar alejar a Nico de Teach. Le da unas rápidas gracias a la semidiosa y se acerca al hijo de Hades, sujetándolo por los hombros sin ejercer demasiada fuerza para no incomodar a Nico.

—Es un amigo, no te preocupes —le dice al semidiós, dejándolo detrás para que Teach no le dispare.

La mirada oscura de Nico es como una daga de muerte, retando a Teach. El pirata se muestra ofendido por eso.

—Lindo grupo —espeta Teach.

Percy sonríe y el bullicio se hace más grande cuando se acerca Luke junto a Annabeth y Grover.

—¡Devuélvannos a Percy! —exige, pero sólo llega a chocarse contra el cuerpo de Teach.

Percy les hace una señal para que no hagan más o el pirata no les tendrá consideración.

—¿Cuándo dijiste que debías marcharte? —pregunta Teach a Percy.

. . .

Por respeto a su dios pirata, Teach les dio un auto que los llevó al banco de Hades. Nico logró hablar con su progenitor y pudo concretar una hora para hablar con él en su oficina de Las Vegas. Percy no puede creer en la opulencia que exuda ese lugar, todo tan pulcro y la cantidad de gente pija viéndolos con ojos juzgones mientras una secretaria los guía hacia la oficina. Los tacones de ella retumban en la pared y los suelos, como si proclamara la llegada de Nico. Su traje a la medida en una falda de tubo y lentes deslumbrantes la complementan como la secretaria estrella. Su cabello bien recogido en un moño elegante y su labial bien delineado.

Suben por el elevador y Percy se pregunta si no olerá a perro atropellado de dos días. La secretaria se muestra muy profesional con ellos, saludando con gestos cautelosos a los colegas que se encuentran. Nico parece fuera de lugar, como si nunca hubiera visitado las oficinas de su padre.

La secretaria toca con suavidad y dice que ellos están ahí.

—El señor Hades los recibirá —abre la puerta para ellos y sonríe cortés.

Le dan las gracias y ella se marcha como una perfecta modelo en los pasillos dorados.

Nico entra de primero por el empujoncito de Annabeth y cuando entra Percy, este quiere regresarse en ese mismo segundo cuando recuerda que llamó a Hades un «anciano huesudo». Muestra una sonrisa perfecta y no puede creer que los años han acentuado la belleza oscura de Hades. No parece tan deplorable como hace unos milenios. Quién lo diría. El dinero rejuvenece muy bien.

Hades tiene el cabello recortado y acomodado, como si no fuera un gran trabajo hacerlo. Lleva un traje que grita varios miles de dólares y gemelos de oro. Incluso sus gafas de media luna son de oro. Parece un banquero muy respetable y quien tiene a Las Vegas en su mano, quien puede manejar los casinos a su antojo. Y lo cree. No hay cosa de lujo que ese dios no tenga, es incluso más adinerado que todos los olímpicos juntos.

Levanta su mirada oscura de los papeles que está leyendo y a su lado hay un duende del oro. Son hombrecitos que cuentan cada dracma y que pueden llevar la contabilidad de un sólo país sin dificultad alguna. Aman el dinero y son servidores leales de Hades, quien los usa como sus sirvientes por el mundo para que manejen las líneas de conexión con el dinero. Este duende tiene cabello castaño aplastado por el gel, ojos azules y una sonrisa de muñeco. Usa guantes de tela blanca y una trajecito a la medida.

—Nico —saluda Hades a su hijo. Su voz es un murmullo triste, como si se preguntara por qué su hijo está en esas condiciones.

—Hola, padre —Nico hace una inclinación respetuosa, una que es imitada sus amigos, pero menos por Percy porque está muy distraído viendo los cuadros de gente millonaria—. Lamento interrumpirte.

—No lo hagas —lo detiene Hades, levantando una mano—. Sé por qué estás aquí.

Nico guarda silencio y parece querer esconderse detrás de alguna decoración

—Entrégame el escudo. Arthur lo revisará.

El duende se pone de pie y casi desaparece por bajo la mesa de lo pequeño que es. Además, es una mesa enorme.

Se acerca a ellos con sus zapatos de charol relucientes y extiende sus manos para recibir el escudo. Thalía se quita su brazalete y se lo da a Arthur, quien sonríe en agradecimiento y regresa a la mesa con paso firme. Toma su lugar y con una lupa comienza a evaluarlo.

Ajeno al miedo de los mestizos por la presencia de Hades, Percy pregunta sobre uno de los cuadros que hay en la oficina

—¿Por qué desnudos? —pregunta.

Hades le mira y estrecha la mirada.

—¿Te gusta ver ninfas y dioses desnudos todo el día? —mira a Hades, quien parece perplejo por su pregunta—. Además, así no es el pene de Apolo, y tenía vello rubio. Puedo conseguirte una foto si tanto te gusta ver personas encueradas —dice ligero y camina hacia una silla, girando en ella para acercarse al ventanal que da hacia la parte activa de Las Vegas.

Hades lo sigue con la mirada.

—¿Desde aquí lanzas a los que no pagan sus deudas? —pregunta con una sonrisa de diablo—. ¿O te lanzas con tu túnica para llegar al Inframundo más rápido? Parece un buen paracaídas —apunta hacia la ropa—. ¿No lo crees, elfo? —le pregunta al duende.

Hades parece mortalmente serio.

Arthur le mira conteniendo su enojo y parpadea.

—Soy un duende —declara.

—Son iguales, tienen el mismo tamaño —despreocupa. Arthur se muestra ofendido.

Hades mira a su hijo y este parece una estatua de pálido. Luke está aguantando las ganas de reír porque Annabeth lo tiene pellizcado de un brazo.

Thalía intenta llamar a Percy, pero el mortal gira su silla y se acerca al duende.

—Es hermoso, ¿cierto? No puedo creer que hayan inmortales que confundan el Égida —habla con Arthur mientras enseña un escudo falso—. ¿Eres experto en armas o en reliquias?

—En ambas, señor —dice el duende, sonriendo.

—Eso es genial. Yo soy Percy —se presenta y le ofrece la mano al hombrecito.

El duende se la apretuja con una sonrisa brillante.

—¿Puedo usar tu lupa? —le pregunta como niño pequeño. El duende se la da y comienzan a compartir información sobre el escudo como si se conocieran de hace años—. No le digas a Atenea, pero me gusta su aleación de la plata para aislar las energías exteriores que chocan con el cuerpo frontal.

—De hecho, tiene una capa de bronce olímpico y esto crea una barrera de tres niveles. Eso ayuda a redireccionar el golpe y lo transforma en energía de ataque —Arthur parece brincar de emoción.

—Y como la piel de Amaltea no absorbe esa energía, entonces el portador no sufre daño alguno. Incluso tiene oro en las correas. Hefesto debió usarlo en su estado puro.

—¿Cuál cree que haya sido la cantidad que usó?

—Al menos dos onzas en cada correa para que fuera más equilibrada la distribución de cargas —

—Conocía que la plata era un poco repelente del oro...

—Lo es —sonríe Percy, girando el escudo para enseñarle las correas donde se pueden ver ligeros hilos de plata—. Hefesto los enlazó en la parte interna de la correa y luego puso otra capa de material para que el funcionamiento fuera interno y por la diferencia de electronegatividad de los metales, ambos crean una burbuja perfecta para el portador. Esta cantidad de oro es suficiente para resguardar la parte externa, ya la plata con el bronce se encargan de crear el circuito interno.

—Sé que el oro tiene una electronegatividad es de 2.54 y de la plata...

—Es 1.93.

—Por la cantidad de bronce es que puede crear esa barrera, ¿cierto?

—Si —Percy sonríe enorme.

—Es una belleza de creación. Incluso el tallado de las serpientes, se parece mucho a la serpiente que vive en el Mediterráneo.

—Se llama Okairi. La conozco desde hace ya muchos años.

—¿Conoce a la serpiente del Mediterráneo? —Arthur parece que tiene estrellas en los ojos.

—He tenido algunas misiones con ella. Una vez tuve que salvar a sus huevos porque unos piratas se los estaban robando. Querían comenzar con la domesticación de las serpientes marinas —le cuenta.

—¿Es verdad que ellas tienen veneno en sus colmillos?

—Y en las escamas. Sólo lo liberan cuando están fuera del agua, es su método de defensa ante el cambio de hábitat.

Mientras ellos siguen hablando, Nico no puede dejar de ver a Percy y Hades tiene que carraspear para que ellos se alejen. Los otros mestizos al menos tienen la decencia de mostrarse ajenos a la conversación.

Percy mira al dios y cierra la boca. Arthur se muestra muy apenado.

—El escudo se quedará en la bóveda catorce, en el espacio H. Puedes recuperar tu escudo con este señuelo —Hades señala al duende, quien se pone de pie y le entrega un brazalete nuevo a Thalía en una caja de joyas—. Si alguien intenta robarlo, se notificará.

—Muchas gracias, Lord Hades —le dice Annabeth, sabiendo que pueden despreocuparse al menos de una parte del escudo.

—Aquí está el número al cual pueden realizar el pago de la bóveda —Arthur le da una tarjeta negra a Luke, quien abre los ojos por la cantidad de dinero que es.

Necesitarán bailar en los clubes para conseguir ese dinero.

—Lo haremos, Lord Hades —dice la hija de Atenea, dando una inclinación respetuosa.

—Quiero un segundo con mi hijo, pueden esperar afuera —dice, tan diplomático y elegante que Luke se siente un vagabundo.

Annabeth llama a Percy como a una mascota desobediente y el mortal gira los ojos. Choca puños con el duende y se empuja con la silla para no caminar.

—Adiós, opuesto de Zeus —le dice Percy con una sonrisa de diablillo.

Hades estrecha la mirada y parece que quisiera ahorcar a Percy, más no lo hace.

Annabeth le sisea algo mientras la pellizca una oreja, saliendo de la oficina mientras Luke se lleva un puñado de dulces que hay en la cortesía. Y un jarrón por si acaso.

Hades se arrepiente un poco de haberles dado entrada a su banco.

El dios mira a su hijo, quien parece querer irse de ahí.

—Creí que estabas enojado con Percy.

—Se disculpó conmigo. Al menos tuvo el valor de hacerlo —dice Nico, guardando la calma.

Hades intenta leer las emociones de su hijo, pero este ha pasado tanto tiempo solo que ya no sabe cómo expresarlas. No tiene la soltura de Percy al hablar, tampoco muestra ánimos de intentarlo. Creyó que se mantendría bajo el ala de Dioniso hasta que fuera mayor y eventualmente, lo olvidaría, pero no fue así. Cuando Nico volvió a buscarlo, en su aura se podía leer que algo le perturbaba y que estaba herido.

Quiso preguntarle, pero Nico le dejó muy en claro que eso no le importaba y que sólo quería un lugar dónde esconderse. Parece que no funcionó y lo que más le hace preguntarse es que Nico no parece enojado que Percy le haya encontrado. Es como si se hubiera ocultado con el deseo de que Percy lo buscara. Hades le concedió un lugar en el casino porque Nico es su único hijo mortal con vida. Realmente desea intentar reestablecer un lazo paternal con su hijo, pero este es igual a su madre mortal y no piensa ceder aún cuando eso signifique algo importante.

—Sabes que la muerte de tu hermana era algo que no podía impedir —intenta, pero Nico ya no se esfuerza en enojarse.

—Debo irme, padre —lo corta.

Hades asiente y hace que una sombra le dé a Nico una carta. Su hijo la recibe y admira la caligrafía.

—Lo intento, Nico. Quiero que puedas viajar al Inframundo sin temor a Perséfone y que puedas ver a tu hermana —le dice, pero Nico guarda la carta en el bolsillo de su chaleco y la deja ahí, como si no importara.

—Quiso matarme hace unos meses. No creo que lo intentes de verdad —le dice y camina hacia la puerta.

—Sabes que ella tiene problemas —le dice Hades, pero eso Nico ya lo sabe.

—Su locura mató a mi madre y a mi hermana. ¿Y aún así quieres que esté en el mismo castillo que ella? —le dice, logrando que Hades guarde silencio—. Estoy bien fuera del Inframundo. Me las arreglaré solo —se despide y cierra la puerta.

Sólo Percy está ahí, esperando mientras toquetea una decoración. Cuando mira a Nico salir, el cristal casi se resbala de sus manos, pero lo consigue regresar antes de que se caiga.

Cuando le mira, su sonrisa se agranda.

—¿Todo bien? —pregunta.

—Todo bien —asiente Nico.

Percy camina a su lado y salen del lugar con destino a un complejo de fábricas.

. . .

—Vamos a un viaje de playa. Tengo ganas de que me arrastren las olas —dice Luke.

Están caminando un poco para ahorrar lo que tendrán que pagar por la bóveda, pero todo sea por cumplir esa misión. Están cerca, quizá a media hora de distancia.

—No lo sé. Poseidón podría enojarse —dice Thalía, bostezando por lo tarde que es. Ella desea estar durmiendo un poco.

—No si está distraído —menciona Percy.

—Yo quiero saber eso —ríe Annabeth.

—Una vez derrumbé la mitad del castillo de Atlantis y no lo supo porque estaba con las ninfas —cuenta y sonríe al recordar la cara de Tritón cuando vio que su juego con Cimopolia se le había salido de las manos.

—No te llevaremos a la feria por eso —dice Luke, chasqueando la boca.

En eso, las palabras de Rachel le hacen acercarse a Luke y abrazarlo por el cuello.

—¿Por qué? —pucherea—. Todo el mundo sabe que somos familia.

El rubio abre los ojos y se muestra en blanco.

—¿Qué?

—Alguien me dijo que creen que Sally y May fueron esposas y que se divorciaron. Creen que somos hermanos que viven con madres separadas —le dice y Luke, en vez de asustarse, se emociona como un niño pequeño.

—¡¿De verdad?! —abraza a Percy—. ¡Te lo dije, Annie! ¡El mundo me daría un hermano! —festeja, viendo al cielo.

Thalía se muestra ofendida.

—Creí que yo era tu hermana —pelea, apartando a Percy de Luke.

—También lo eres —le promete Luke—. Pero contigo no puedo compartir ropa interior y-

—¿Y medirse el pene? —pregunta Annabeth, con una sonrisa burlona.

Luke deja de sonreír y mira a su novia, negando con la cabeza.

—No, Annie. Lo niños no hacemos eso —dice.

La rubia mira al hijo de Hades y este prefiere ignorarla, pero su acción refuerza las palabras de ella.

—Dejen de hablar sobre penes. No quiero que nos escuchen —los corta Thalía, consiguiendo que Grover se ría de los chicos.

Percy deja que Luke se siga defendiendo contra Thalía mientras que Annabeth espera a Grover porque este vio un retoño que le llamó la atención. Se queda con Nico, quien casi no ha intercambiado palabras. Si en los días comunes, eso es difícil, ahora que habló con Hades parece una estatua de piedra. Le gustaría preguntarle si puede ayudar a pasar el mal intercambio, pero en los temas paternales no tiene mucha habilidad, así que se mantiene ahí, caminando junto a Nico en la espera que este vea su apoyo silencioso.

El cielo es casi nocturno y no pueden decir que irán a los complejos industriales porque se los llevará la policía otra vez. Los encantos de Luke consiguen que puedan hospedarse en un hotel de mala muerte, pero que tiene acceso a llamadas ilimitadas. El hijo de Hermes cae sobre el teléfono para hablar con May, diciéndole que está bien y que Percy se encuentra bien. Sally puede estar un poco preocupada.

El hijo de Hades se acerca a uno de los balcones y se queda viendo hacia las luces de la ciudad que ya dejaron un poco lejos. Ninguno se atreve a interrumpirlo, como hijo de las sombras necesita escapar un poco del mundo y refugiarse en su oscuridad para equilibrar su energía de muerte. Percy no tiene apetito de nada, su estómago parece que se hizo diminuto y no puede recibir un sólo bocado. Aún así, Annabeth y Luke se marchan para buscar algo de comida.

Thalía se lanza a una de las camas y Grover dice que entrará al baño para limpiar sus cuernitos. Cuando los ronquidos de Thalía se hacen más fuertes, Percy sabe que sus pensamientos no dejarán ir la oportunidad para salir a flote y hacerlo retorcerse de la culpa. Es una rutina un poco dolorosa, pero que la repite cada noche para obligarse a saber las cosas en las que no puede volver a equivocarse. Ser mortal es lo que necesita para aprender y no ser un dios tan imbécil como lo era antes. Debe mejorar, debe ser alguien que merezca ser amado.

Sus padres no lo ama. Quizá sea su culpa y no quiera reconocerlo.

Si cambiara, ¿sus padres lo amarán? ¿Será mejor hermano? ¿Será mejor príncipe para Atlantis? ¿Será mejor dios para los mortales?

Una parte no quiere hacerlo y se pregunta si no será traición a sí mismo el hecho de querer ser otra versión de sí mismo. No ahogarse en su mente es difícil, más cuando el silencio se hace denso y no le deja escaparse. ¿Serán esas las mismas preguntas que tuvo Kai cuando era pequeño? ¿Y si en realidad cambió pero para ser fiel a sí mismo?

Sale al balcón si darse cuenta de sus pasos hasta que la frescura de la noche golpea su rostro.

—Creí que dormías —la voz suave de Nico le hace saber que fracasó en dejarlo ser uno solo con sus sombras.

—Yo también —dice en lugar de disculparse. A veces le es más fácil ser un imbécil que ser sincero y admitir un error—. Creí que estabas en tu forma de murciélago.

Nico le mira como si viera detrás de su respuesta y sonríe.

Es una imagen muy atractiva. Nico luce como un mozo de los años treinta, con ese aire de oscuridad y su traje un poco sucio. Sólo falta un cigarro y Percy se sentiría como si hablara con alguien que lleva muchos años de existir. Por alguna razón, el aura de Nico le hace sentir como un ser ingenuo, pero que siempre recibirá una respuesta gentil por parte del mestizo.

Nico es un semidiós que rompe algunos esquemas, mismos que Percy a veces comparte y que se siente expuesto bajo la mirada oscura del otro.

—Perdón —dice muy bajo, experimentando unas ganas intensas de llorar porque se siente imbécil—. No quise insultarte.

Nico le da otra sonrisa corta y se mueve un poco de donde está, dejándole espacio a Percy.

El mortal, por primera vez, logra atrapar las palabras ocultas y se sienta más rápido de lo que esperaba, como si hubiera querido que Nico le dejara un espacio, ya sea en esa decoración del hotel o en alguna otra parte. En estas semanas se ha sentido como caminar sobre cristales y ahora que Nico hace ese diminuto gesto, es como si le diera su mano para sostenerlo. Eso le ayuda a respirar un poco.

—No me insultas. Tendrías que hacer algo más grave para que sea grosero —le dice Nico, abrazando sus piernas para recostar su cabeza y cerrar los ojos.

Percy le mira, sintiendo un dolorcito en el pecho.

—Te... ¿te molestaban en la escuela? —pregunta.

—No —la voz de Nico es débil, como si deseara esconderse—. Nunca fui a la escuela. Mi madre se encargó de educarnos en casa.

—¿Siempre fuiste un niño riquillo? —sonríe un poco.

—Puede ser —le responde—. Nunca necesité ir a la escuela para sufrir de abuso.

La sonrisa de Percy desaparece tan rápido, que podría ser que nunca existió en su rostro.

—Las sirvientas de mi madre y ella eran muy estrictas —le dice, moviendo su cabeza para que Percy no logre ver el dolor en sus ojos—. Ella era muy perfeccionista. Quería serlo porque pensaba que así Hades la convertiría en su esposa, en una diosa.

—Sólo Zeus hace eso por sexo —responde Percy, tan fácil que Nico sonríe—. Sólo digo —carraspea.

—Quizá eso era lo único que tenía mi madre de inocente —murmura.

Percy suspira e imita la postura de Nico.

—No eres el único que ha tenido una madre peculiar —ríe, pensando en las cosas que Anfitrite ha hecho—. La mía expulsó a su hermana, la que era reina, para quedarse en el trono. Desde que ella es reina, las cosas en Atlantis han sido muy malas —admite.

—¿No la defenderías en una guerra?

Percy aprieta los labios y se muestra un poco culpable.

—No lo haría —responde—. Sally nos lo dijo una vez. Somos hijos del mar, no de la ninfa que nos dejó en una playa luego de darnos a luz.

—¿Aún quieres regresar al mar? —pregunta Nico, como si la respuesta le fuera a causar algo irreparable en su vida.

—Es lo único que conozco —dice Percy, tan débil que Nico le mira a los ojos, leyendo en su mirada—. No puedo vivir como terrano sin saber cosas esenciales y no quiero seguir lastimando la privacidad de Sally. No tengo un punto a donde ir y tampoco estoy buscando uno. El mar es donde puedo vivir y desarrollar mis poderes. Ahí también puedo ayudar a las criaturas marinas y puedo ser... ser alguien.

—El mar es tu ancla —dice, como si eso le causara algo. ¿Enojo quizá?

Percy no sabe cómo nombrarlo, Nico es tan difícil de descifrar que en ese momento podría estar desbordante de felicidad y Percy no sabría como describirlo.

—¡Sí! —sonríe Percy—. Aparte de sepulturero, también tienes habilidad de pirata. No sabía que eras tan adaptable.

Nico aplasta sus labios y se muestra un poco apenado.

—No soy como tú —murmura—. Eres el mejor de todos.

Percy se muestra muy descolocado.

—¿Yo? —ríe—. No seas imbécil. Hay personas mejores que yo. Como Luke, o tú —le dice, logrando que Nico le vea con enormes dudas—. Todos tenemos algo por lo qué destacar. Sé que hay alguien mucho mejor que yo. No soy bueno en muchas cosas.

—¿Y eso qué? —Nico le mira como si fuera muy estúpido—. Eras un dios al que enviaron a la tierra y ¡regresaste el tridente de Poseidón a Atlantis! —dice en un volumen que deja ver un poco de enojo.

Percy no logra conocer el valor en eso.

—Tuve ayuda —señala al interior del dormitorio, donde Thalía y ahora Grover duermen muy cómodos.

Nico decide dejarlo en ese punto. No quiere decapitar a Percy a esa hora.

—Elijamos estrellas —dice Percy, queriendo relajar los enojos de Nico—. Artemisa me dijo que cuando quisiera saber de sus creaciones, que la eligiera y que ella me diría su historia —le dice, logrando que Nico mire hacia el cielo y luego vea a Percy con una sonrisa de media luna.

—No tenemos cuatro años.

—Tú pareces de cuatro años. Eres pequeño —sonríe y Nico trata de no reír.

—Bien —suspira, regresando su mirada oscura al cielo—. Quiero esa —elige a uno de los miles de puntos brillantes que aloja el cielo nocturno.

—Cuando vea a Artemisa le preguntaré —promete Percy, logrando que Nico se enoje de nuevo.

—Creí que me lo dirías ahora.

—Claro que no —Percy le mira, buscando defenderse—. Artemisa es una dama ocupada, quizá ahora mismo esté despellejando un oso lunar. Es muy difícil que responda los Iris.

—¿No responde los Iris? —pregunta Nico.

—Ugh, nunca lo hace. Ella y su grupo de monjas se la pasan de punta a punta buscando cosas para matar y comer. Sigo sin entender por qué lo hacen aún. Existen los McDonald's, pueden ir y tragarse una porción de papas sin necesidad de matar animales sagrados —pelea, dejando que Nico le mire, dejando su absoluta atención en Percy mientras este insulta la labor de su mejor amiga—. Sí, sé que los animales reviven y todo eso, pero para qué matarlos. Imagina que maten a un oso que estaba en el bosque haciendo popó. Pobre criatura.

—Apuesto que le recomendaste el veganismo a Artemisa —murmura el hijo de Hades.

—Lo hice —reafirma Percy—. Intentó flecharme y hacerme ofrenda después de eso, pero Hermes estaba ahí para ayudarme.

Nico intenta no reírse, pero la mirada de Percy logra que sus esfuerzos no duren mucho.

—Qué mal. Debió ofrendarte.

—Soy muy bonito como para que hagan eso —dice Percy, presumido—. El mundo necesita de mi belleza.

—¿Eres dios del mar o del ego? —Nico le mira de punta a punta, alzando una ceja.

—Puedo ser de ambos. Apolo es dios de diez cosas —defiende.

—Pues te queda mejor el segundo. No destacas mucho como dios del mar —le dice y por alguna razón, cuando Nico le dice eso, no es tan doloroso como con otras personas.

—Lo dejaré pasar porque te llamé hijo de Drácula —responde.

Nico le empuja el hombro y Percy finge refugiarse de los golpecitos que le da el semidiós.

Annabeth llega a cortar la diversión con su mueca de sabionda a ojos de Percy.

—Suficiente ustedes dos —les dice, mandona—. La comida sigue tibia y saben que Luke come por dos —señala hacia dentro con una sonrisa cuando menciona a su novio.

—¡Eso no es cierto! —grita Luke con nachos en la boca.

Annabeth entra para tomar su comida y ambos se miran, prometiendo que lo que ellos hablaron, no pasará a terceros.

. . .

—Armas arriba —la voz de Luke hacen que Percy brinque de su lugar y busque entre su mochila como si ahí se guardara algo. Luego recuerda que ahí no hay nada.

Contracorriente brota de su mano y Luke parece muy preocupado, escuchando junto a la puerta.

—¿Qué ocurre? —pregunta Annabeth, atándose sus zapatos.

—Escuché unos gritos y gruñidos de monstruos —dice Luke, en voz tan baja que se combina con la oscuridad del dormitorio.

—Vinieron por nosotros —dice Thalía, frente a Luke en la puerta mientras escucha con atención.

—¡Abajo! ¡Abajo! —dice Nico, escondiéndose entre una sombra. Hacen lo que pide y una criatura con patas grandes y una larga cola pasa escalando entre los barandales de los balcones.

Grover comienza a temblar y mira a Nico en busca de respuestas cuando este sale de su sombra.

—Es una mantícora —susurra Grover.

—¿Una qué? —Luke habla con el mismo tono.

—Hijos de Cerbero y Equidna —responde Nico, dejando su espada estigia en el suelo mientras se venda las manos.

—¿Y cómo sabías que estaba aquí? —vuelve a preguntar el hijo de Hermes.

—Es un hijo del Inframundo —le hace ver su novia, en un tono que deja ver que quiere regañar a Luke por no saberlo.

—No dejará de perseguirnos si no me encargo de ella —ajusta las vendas en sus manos y se pone de pie, sujetando su espada—. Llamaré la atención y eso les dará tiempo para ir al complejo y buscar el escudo —les dice.

—No puedes irte solo, podría herirte —pelea Percy, logrando que Nico le mire con cautela.

—Es un animal del Inframundo, Percy. No puedes hacer nada contra eso —espeta y no le da más oportunidad a Percy para tratar de mantenerlos juntos.

Aún así, no considera que los impulsos de Percy saldrían a relucir en ese momento, provocando que el mortal corra y agarre la mano de Nico antes que este se hunda en su sombra.

No había hecho esto antes y nunca le había preguntado a los demás qué se sentía viajar por medio de las sombras de Nico. Se siente a cuando se lanzaba a las aguas heladas de Antártida, jugando con Cimopolia a ver quién despertaba primero al Caribdis. La sombra es como una tela que latiguea en la piel, deja su rastro de frío y las miles de voces que se escuchan pueden asustar a cualquiera. Ahí no existe el oxígeno. Se sienten muchas manos rozar junto al telar de las sombras y el dolor y la tristeza son palpables, como caminar sobre un suelo blando y en cada pisada, alguien llora de sufrimiento.

Al salir, la luz es brusca, como un puñetazo de Apolo en sus peores días. Respira profundo y su pecho duele en cada bocanada.

Las manos rasposas de Nico sujetan su rostro y no se había dado cuenta que su vista estaba desenfocada.

—¿Estás bien? —la voz lejana de Nico tiene tintes preocupados—. Percy, dime algo, por favor —le pide con angustia.

—Lo estoy —jadea, alejando las manos de Nico de su rostro para que no se obligue a tocarlo. Ahora sabe que a Nico le disgusta el toque humano, no quiere que por su culpa haga algo que sobrepasa su límite.

Nico parpadea descolocado y luego le mira a una distancia considerable.

—No vuelvas a hacer eso. Los mortales no pueden viajar por las sombras —le dice, suave, pero regañón.

—No puedo dejar que luches solo, Hades podría pedir que regresemos tu valor en oro si llegas a morir —menciona ya sintiéndose mejor.

Nico hace una mueca y gira los ojos.

El rugido de un monstruo suena detrás Nico. El semidiós abre su espada y esta deslumbra entre la luz del día. Percy se coloca a su lado y Contracorriente se sacude, como si estuviera feliz.

«Despellejemos a esa cosa»

Escucha una vocecilla, como la de una niña sanguinaria. Busca por los alrededores para saber si fue una niña que está cerca y cuando no encuentra algo relevante, mira a Contracorriente con dudas. No le da importancia, no tiene el tiempo para hacerlo.

El monstruo es largo, como una anguila. Tiene una melena que se mueve sola, sin la necesidad que el aire la empuje. Es de cuerpo oscuro, al color de una pantera. Tiene ojos enormes, de reloj y en un tono dorado espeluznante. Tres filas de colmillos y una cola que se mueve de una lado a otro, con los mismo cabellos que tiene en su melena. Su rostro es de un felino, muy diferente al can que los engendró.

Equidna sí que tiene unos genes muy curiosos.

Lo mejor, es que esa cosa tiene lengua de reptil.

Nico espera con cautela, calculando cuándo será el segundo en que la mantícora se lanzará hacia ellos. Percy desea que Marco se lo esté pasando de maravilla en la espalda de Luke, o será muy malo entonces. Le dará media estrella a su viaje con mestizos y un mortal.

La mantícora se lanza contra ellos, con sus patas logrando romper el concreto. Percy debe correr y pegar un brinco de campeonato para esquivar la cola pesada de la criatura, buscando salvar su trasero de esa cosa. Un auto que está en el estacionamiento es destruido por el monstruo, dejándolo como un papel que fue arrugado por un hombre musculoso. Nico se enfrenta a las fauces triples del monstruo y Percy a su cola inquieta. Esta parece que tiene un ojo, porque sabe en dónde está Percy y puede atacarlo con precisión. Golpea un cartel que dice desayunos gratis si pagan tres noches, dejándolo deforme. Percy golpea la cola con su espada en un ataque y los mechones bailarines se convierten en púas como las de un puercoespín.

Las púas raspan el suelo y sacan chispas al convertirse más duras que el propio metal. Percy brinca de otro auto cuando la cola trata de envestirle, rodando por el suelo y golpeando la cola cuando esta se acerca para atropellarlo. Su espada de bronce celestial consigue herir al monstruo, logrando que este gruña y gire para saber quién fue el que lastimó su preciada cola.

Tener esa cabeza felina enfrente logra llenarle de una extraña adrenalina.

—Oh, lo siento, lastimé tu cola —dice, mostrándose apenado. El monstruo brota sus dientes para que sean más grandes y con sus pesadas patas se acerca para devorarlo.

—¡Percy! —Nico intenta acercarse, pero la cola del monstruo lo empuja lejos.

Percy quiere acercarse a Nico para saber si está bien, pero tiene al monstruo a unos metros. Las garras de acero de la mantícora intentan atraparlo, pero Percy agarra un gnomo de arcilla que hay en el patio del estacionamiento para lanzárselo al ojo. El monstruo sacude la cabeza y su melena se eriza al igual que su cola, haciendo que sus cabellos sean filosos como dagas.

Percy debe escabullirse entre los autos mientras arma un plan para matarlo. El monstruo los aplasta como a latas de gaseosa y destruye lo que no pudo con sus patas, pero con su cola. Percy llega a un tanque de agua metálico y se pregunta si esto podría ayudarlo. Se sube sin medir las variables y busca si tiene alguna manguera de disparo. Sonríe al encontrarla y se posiciona sobre unos descansos que tiene el tanque, deseando por los dioses que eso tenga agua. Lo apunta y el monstruo se acerca corriendo, abriendo su boca como si ya pudiera saborear sus huesos mortales.

Abre el gatillo de la manguera y esta se queda igual, flácida. Percy comienza a sentir el corazón en la garganta, preguntándose si aún puede saltar y escabullirse del monstruo. Golpea el disparador con enojo, buscando en dónde caer por si debe tomar el plan B. Mira las perillas y se insulta internamente por ser tan distraído. Gira la que dice expulsar y el agua comienza a salir en un débil chorro. El monstruo no piensa detenerse por ese rocío de agua.

—¡Funciona! —pide al mismo tanque y su orden es recibida por el elemento almacenado, uno que sale como un disparo tan fuerte que levanta los pedazos de concreto destruido. Esta vez, el monstruo retrocede. Sus gruñido enojados aumenta más cuando Nico sale entre unos arbustos con ramitas en el cabello y apuñala la cola del monstruo con su estigia.

El monstruo comienza a girar de dolor, gruñendo insultos en su lengua. Percy vuelve a dispararle agua con el tanque y sonríe cuando Nico toma la distracción y lastima una de las patas de la mantícora. El monstruo expone su cuello en un gruñido. El hijo de Hades se impulsa con unos pedazos de concreto y su espada corta su cuello, provocando que la sangre de la criatura salga y salpique a Nico.

Percy descubre que la cola del monstruo está por golpear a Nico en su forma de púas, así que se baja del tanque a una velocidad inhumana y se lanza al suelo mientras levanta a Contracorriente y esta apuñala una buena porción de la cola. La sangre comienza a cubrir el suelo como lluvia. Al saber que la cola es un punto sensible del monstruo, sabe que sería privarle de uno de sus sentidos. Busca algo que sea lo bastante filoso como para cortar la cola herida de esa cosa, encontrando un cartel de metal que podría cumplir con esa función.

Escala por una pared y con su espada lo golpea hasta que el metal cae al suelo. Con la habilidad de una criatura en peligro, Percy corta el cartel para atravesarle una cuerda con la que hará un sistema de guillotina. Hay un sistema para colgar luces sobre el estacionamiento, siendo un vago intento, pero que podría funcionar. Sube de nuevo por la pared y llega al techo del primer nivel, donde está la entrada del hotel. Lanza la cuerda y agarra fuerte para que el cartel no caiga sobre Nico. Amarra el extremo de la cuerda a un tubo saliente del techo y lo deja lo bastante débil como para que pueda desatarse con un golpe. Baja de nuevo y con un pedazo de concreto ataca al animal. Este gruñe furioso mientras de su cuello brota la sangre.

Nico está herido de una pierna y parece que eso le está llevando a un esfuerzo que no está acostumbrado.

—Dispara a la cuerda cuando te lo pida —le dice a Nico, comenzando a llamar la atención del monstruo—. ¡Ven, cariño. Tengo la sangre que más te gusta!

El monstruo deja a Nico a un lado, acercándose a Percy porque sabe del ataque del agua, y como felino está muy enojado por eso. Sus patas rompen para seguirlo, rugiendo para alcanzarlo.

—¡No sabía que los gatitos eran tan gruñones! —dice cuando el animal destroza un auto para atraparle—. ¿No te gustó el baño? Puedo añadirle burbujas si prefieres.

El monstruo rezumba de enojo y su melena de púas le deja sin vista a los alrededores. Logra girarle hasta que su cola está debajo de su guillotina, así que intenta distraerlo para que mantenga su cola en sólo lugar y que pueda cortarla.

Finge tropezar y cae sobre su trasero, quedando expuesto frente a esos ojos dorados y esas fauces filosas.

—¡Nico! —grita, esperando que el mestizo logre disparar. La boca del monstruo está cerca, tanto que Percy busca alejarse por su instinto de supervivencia.

Escucha la cuerda raspar contra las otras y el sonido del metal rompiendo el viento. Luego llega el rugido adolorido del monstruo, uno que sufre por su cola cortada.

Percy abre a Contracorriente y realiza un tajo lo bastante fuerte como para terminar de cortar el cuello de la mantícora. Con heridas profundas, el monstruo sucumbe ante la falta de sangre y se derrumba como un edificio viejo. Nico sale de la sombra de un cajero automático que hay fuera de las habitaciones, cerca de donde ellos están. Percy se pone de pie y se acomoda en pantalón, viendo las roturas que tiene en las partes de la pantorrilla.

Una azote rompe en el cielo y luego un zarpazo caliente golpea la pierna de Percy, muy cerca de su rodilla. La adrenalina oscurece su instinto y reprime una mueca aterrada antes de caer y sostenerse la parte herida de su pierna, viendo como la sangre brota y comienza a cubrir la tela. Busca el origen en un intento de saber quién o qué fue para desahogar su enojo, encontrando una figura sobre el techo del edificio que apunta con un francotirador, vestido de ropa oscura y de cabello rubio con mechones negros.

—¡Percy! —el grito aterrado de Nico alerta al mortal y sabe que otro disparo llegará cuando Nico comienza a correr para acercarse.

Sin importarle el dolor de su pierna y sabiendo que podría recibir otro disparo, se levanta de manera rápida e intenta alejar a Nico de la línea de fuego, pero el mestizo tenía otra idea, porque ambos chocan con fuerza y desaparecen en la sombra que proyecta la mantícora, hundiéndose entre los susurros de dolor y la fría sensación de estar muriendo. Percy vuelve a respirar cuando salen de la sombra y llegan al techo del hotel, encontrándose con el hombre que le disparó a Percy.

Nico es tan rápido que el mortal se le hace difícil el proceso de saber en dónde se encuentra y qué es lo que ocurre. La espada estigia destruye el francotirador de un sólo golpe y el tipo se queda sin armas por un momento. Percy mira la esperanza por unos segundos, pero esta desaparece cuando el rubio abre una espada tan grande y doble que la espada de Nico luce un poco pequeña.

Por el tamaño y los ojos de sangre de ese tipo, Percy sabe que es el hijo de Ares que se unió a Kai.

Empuja el dolor a una parte profunda de su debilidad y se obliga a ponerse de pie, destapando a Contracorriente.

—No recuerdo tu nombre, ¿pero no te gustaría unirte a nosotros? —le sonríe el hijo de Ares, esquivando los ataques de Nico.

—¡Él está conmigo! —la voz enfurecida de Percy llega como sorpresa para el hijo de Ares, golpeándolo tan fuerte que el semidiós retrocede mucho para recuperarse.

Percy no le deja mucho tiempo y comienza un enfrentamiento de los más clásicos con el semidiós. Espada contra espada, golpes como antiguos semidioses que peleaban para conseguir el oro de una misión. El hijo de Ares es lo bastante hábil y tiene una fuerza descomunal, pero su cuerpo robusto y altura le dan una desventaja, provocando que sean movimientos un poco lentos y muy pensados. Percy actúa más por instinto y con eso consigue golpear lo suficiente al semidiós.

—Kai me habló de ti, Percy —menciona el semidiós, ambos viéndose a una distancia considerable mientras ordenan su siguiente ataque—. Me dijo que no te subestimara, pero creo que lo haré. No pasará mucho para que esa herida te debilite —señala hacia su pierna, una que está roja y en la que no puede apoyarse.

Percy respira profundo, abordado por el enojo de ese ataque muy bajo. Los conoce muy bien, porque Ares tiene la misma estrategia para ganar. Herir al oponente desde las sombras y obtener una ventaja. Al sabe que no es digno de ser el olímpico de la guerra, Ares recurre a formas muy lloricas para conseguir sus victorias. No es valiente como Atenea para enfrentarse a sus enemigos cara a cara con su inteligencia, no es como Belona, feroz y determinada para ganar. Belona es más diciplinada que Marte. Ella entrena como salvaje para tener su fortaleza.

Ares se mueve bajo el miedo y su aspecto atemorizante, pero no es inteligente y tampoco habilidoso. Sólo es el hijo mayor de Hera y Zeus y por eso tiene el título.

Y le transmitió eso a sus hijos, quienes creen que por ser hijos de Ares, serán invencibles.

—Kai tiene razón. No debes subestimarme —eso parece que no le gusta al semidiós, porque se muestra muy disgustado y con nerviosismo.

Aún así, enseña una sonrisa e intenta reflejar confianza.

—Soy hijo del verdadero dios de la guerra. Tú eres un imitador —señala, pero Percy está acostumbrado a eso.

—Muy bien. Veamos si luego de esto quieres seguir siendo hijo de ese imbécil —sonríe, sintiendo que el dolor en su pierna es algo insignificante.

Nunca le gustará que lo señalen como un inferior a Ares.

Nunca.

El hijo de Ares lo esquiva bastante bien, pero en su conmoción y confianza de creerse bueno en la pelea, parece que hay huecos de ignorancia, porque no sabe cómo armar una secuencia de pasos para atacar de vuelta a Percy, tampoco sabe que puede escapar y que Percy está en desventaja porque no posee poderes. Contracorriente se ha ganado un trono en el reino de Atlantis. Su bronce celestial recibe la fuerza de los golpes y combina con los de Percy para regresarla con los ataques del mestizo.

El hijo de Ares intenta derribarlo con una barrida, pero Percy reluce su habilidad gimnástica para girar hacia atrás y caer en su pierna buena, tan estable y con una precisión perfecta, que nadie creería que tiene un disparo en su otra pierna. El hijo de Ares crea un escudo Égida con su brazalete, atreviéndose a mostrarse superior al mortal cuando sabe de los poderes protectores del escudo.

Percy no se deja intimidar y corre hacia un lado para rodear el cuerpo del mestizo y derribarle con una llave de judo, atrapándolo entre sus piernas. Caen al suelo y el hijo de Ares intenta liberarse, pero no lo consigue por la fuerza que tiene Percy en ese momento.

«¡Sí! ¡Acábalo, Percy!»

El mortal escucha de nuevo esa voz de niña, provocando que se distraiga y no observe cuando el hijo de Ares ensucia su mano con la sangre que brota de la pierna de Percy. Eso enciende su cerebro de grano y busca la herida para hundir su dedo. Percy lo suelta de inmediato, no tolerando los latigazos de dolor que corren desde sus piernas hasta su pecho. Aún así, se niega a dejar eso como un ataque válido, porque si bien no termina de alejarse cuando una patada rompe la nariz del hijo de Ares.

El mestizo se sujeta la nariz, misma que gotea de sangre oscura y cubre sus labios y su mueca de idiota.

Percy le mira con toda la intención de volver a pelear, pero un gruñido llega desde una parte del techo. Una mantícora todavía más grande llega y le sorprende ver que es una versión diferente a la que machacó en el estacionamiento. Esta mantícora es más alta y fornida. Tiene partes con exoesqueleto y no tiene ojos, parece que se guía con sus sentidos como una veterana. No ataca a Percy, es como si hubiera llegado por el hijo de Ares. El semidiós le da una mirada oscura a Percy y luego una sonrisa adorna su rostro cruel.

—Deberías buscar a tu amiguito. O lo que quede de él —menciona tan relajado que la sangre de Percy deja de correr y lo convierte en una estatua del miedo.

Parte del edificio comienza a explotar, lanzando trozos de concreto a diferentes partes. El fuego abraza al hijo de Ares como si lo conociera, dejando grabada la sonrisa entre las llamas devoradoras. La mantícora lanza un rugido y desaparecen entre el fuego, dejando a Percy en un techo destruido y con una herida en la pierna que comienza a exigir atención.

Busca los escalones para bajar de ahí y buscar a Nico, experimentando un dolor agudo en el estómago por la incertidumbre. Sus manos están húmedas por el sudor y frías, convirtiéndolo en una masa temblorosa. Tropieza por la negativa de su cuerpo ante la herida que sangra, dejando que comience a enojarse consigo mismo. Algo explota dentro del hotel y algunos cristales tiemblan, otros se destruyen y dejan caer sus partes al suelo. Se obliga de nuevo, no puede rendirse ahora que la amenaza hacia la vida de Nico fue lanzada. Resbala por los escalones y golpea la estructura metálica con la parte frontal de su cuerpo, cayendo justo en su pierna herida.

Percy reprime un grito de dolor y jadea para desahogar sus ganas. Sus manos sucias se agarran del borde de una ventana y descubre que a la habitación que lleva, aún no ha sido destruida por el fuego. El sonido de las sirenas de los bomberos hacen que sus instintos se sacudan enojados y quiera encontrar a Nico en ese segundo.

—¿Qué haces? —la voz suave y arisca de Nico llega como una burla hacia Percy.

Al levantar la mirada, descubre al semidiós entero a cierto punto. Tiene heridas profundas y rastros de sangre en su ropa y rostro.

—Estaba por... buscarte —dice, tan descolocado que Nico le mira como si fuera un bicho.

Se agacha y toma la mano de Percy, tan tranquilo a pesar del sonido de los bomberos y los chasquidos del fuego.

—Respiro profundo —le dice y las sombras los cubren como la boca del un animal.

El frío corrompe en el cuerpo de Percy, rodeándolo hasta apretar en sus extremidades y que duela por estar en un elemento donde no pertenece. Una queja brota del mortal por las sombras que quieren expulsarlo.

—Suficiente —escucha el siseo de Nico, pero no es hacia su persona, es hacia la oscuridad que arrastra a Percy lejos de Nico.

Caen sobre una parte desértica de esa villa, donde no hay muchos lugares cerca y existe una tienda de veinticuatro horas. Sabe que el hijo de Hades lo está llevando a una parte escondida, pero el dolor ya ha recorrido lo suficiente como para cegarlo y mantener sus sentidos fuera de juego. Llegan al cobertizo de un comercio que está cerrado. Desde ahí, todavía se puede escuchar el sonido de los bomberos y la nube oscura del humo que nace del hotel. Percy intenta no lanzarse a patalear del dolor, creyendo que el roce que recibió en el brazo hace unos días fue un beso de ángeles.

Intenta respirar profundo para no arruinar el esfuerzo de Nico para sacarlos del hotel.

—Buscaré algo para cubrirte—le dice, sin atreverse a tocar el agujero roji*zo en la pierna de Percy—. ¿Cómo pudiste siquiera moverte? —pregunta, muy enojado.

—Al inicio no me dolió —jadea, descubriendo que así, la bala atravesó su pierna y que ahora toda la parte inferior de su pantalón está oscura de sangre.

—Peleabas como si no estuvieras herido —las manos del semidiós son fuertes para ajustar la venda.

—¿Eso es un regaño? —pregunta Percy, suprimiendo una sonrisa y cambiándola por una mueca de dolor.

Nico no le responde, sólo continúa con ajustar la tela para que la sangre deje de salir.

—N-Nicks, eso duele —la voz temblorosa de Percy hace que Nico reduzca una pizca su brusquedad.

El hijo de Hades parece abrumado, como si no supiera cómo cubrir la herida y como si quisiera sacarle la información a Percy mientras lo sacude por los hombros. Percy se pregunta si hizo o dijo algo que tocó fibras dolorosas para el mestizo. Peleó con el hijo de Ares y quiso buscarlo cuando le mintió diciendo que Nico estaba en peligro. Quizá a Nico no le gusta ser protegido por nadie. Quizá eso lo enoja y le incomoda. No era su intención y por extraño que parezca, siente que vuelve a caminar sobre cristales mientras Nico cubre su herida con parsimonia.

—Puedo hacerlo yo si-

—Tus pensamientos son muy ruidosos —lo corta Nico. Su mirada oscura hace que la lengua de Percy se sienta pesada.

Nico se aleja de su pierna y busca en los bolsillos de su pantalón por un poco de ambrosía que agarró de la mochila de Percy. Tuvo la premonición que algo ocurriría y dejarían las mochilas olvidadas. Ahora son masas oscuras por el fuego del hotel. Percy se sorprende de eso, pues nunca llegó a imaginar un escenario como ese. Nico pensó en cada cosa e incluyó a Percy. Se siente avergonzado de lo imprudente que puede ser cuando la adrenalina lo absorbe.

—Lo siento —musita, logrando que Nico suelte un suspiro profundo y le mire con ganas de ponerle una mordaza.

Luego, Nico parece reaccionar y respira profundo para relajarse. Tiene los humos altos y no sabe cómo tratar todo el tema que es Percy. Le da su trozo de ambrosía modificada por Will y mira a los alrededores para saber en qué parte de esa villa se encuentran. No pueden irse de ahí mientras Percy esté herido y no sepan en dónde está el resto de su grupo. Su compañía son las estrellas que buscan desaparecer en el cielo que se ilumina por el sol perezoso de la mañana.

¿Cuánto durmieron antes de que llegara el hijo de Ares?

No fue mucho tiempo, eso es claro.

Percy deja caer su cabeza contra la pared del comercio, experimentando un cosquilleo en su pierna mientras esta recibe la magia de la ambrosía. Para cortar el silencio que cayó sobre ambos, decide hablar de algo no relacionado con Nico.

—¿Escuchaste la voz de una niña? —le pregunta.

Nico gira a verle y parece que no esperaba ese tipo de pregunta.

—No —responde fácil.

Percy cierra los ojos y comienza a preguntarse si esa será su última etapa de transformación. Cuando un dios es castigado con ser mortal, con el paso del tiempo, su cuerpo irá cambiando hasta convertirse en un semidiós común y si eso llegara a ocurrir, entonces ya nunca podría ser inmortal de nuevo. Sólo con el voto de los tres reinos establecidos podría lograrlo, pero al Inframundo le importa muy poco su existencia, Olimpo celebraría que el dios de la guerra marino ya no existe y Atlantis no quiere recibirle entre los suyos otra vez.

Si es eso, será momento que vaya abrazando la idea de ser un semidiós abandonado por sus padres y sin alguien que lo identifique como hijo suyo.

Cae en la dura verdad que realmente esperaba regresar al océano y seguir en su vida a como estaba acostumbrado. La esperanza es la mentira más grande que los humanos se pueden construir y Percy creyó en ella.

Ser humano le está costando más de lo que esperaba, porque nunca imaginó que ellos pensaran y sintieran tantas cosas. Por eso son tan imperfectos, porque al sentir, doblegan sus principios y su esencia, mostrando esa vulnerabilidad tan característica. Los chicos como Percy necesitan de ese amor paternal para crecer y volverse más fuertes, para aprender cosas que un adolescente necesita. Como dios, quizá por unas horas fue un niño, luego llegó a su versión final y nunca supo qué era que su madre le acariciara el cabello, o que su padre lo felicitara por ser habilidoso en algo. Alguna vez escuchó las historias de Apolo siendo humano y cómo fueron las dificultades, pero sabía que siempre regresaría porque Zeus nunca lo dejaría morir como mortal. El dios siempre movía los hilos para que el castigo fuera más una enseñanza para su hijo, nunca lo dejó sin recursos. Pero Percy no ha recibido una sola llamada de Poseidón. Es como si no existiera.

Y no es que alabe o glorifique la paternidad divina de Zeus, pero al menos hacía un diminuto esfuerzo.

Sí, tuvo a sus hermanos mayores, pero comienza a creer que ellos lo protegieron porque sentían tristeza al verlo tan castigado por sus padres, sabiendo que Percy prefería eso a obedecer las reglas de los reyes.

Si alguna vez llegó a sentir dolor, sus poderes lo ayudaron a esconderlo y refugiarle entre la marea y sus enfrentamientos de guerra. Aquí, en ese cuerpo débil y orgánico, está descubriendo que realmente escondió mucho y eso lo está ahogando. Sin poderes y con las emociones a flote, llorar es el reflejo de su dolor, la liberación que necesita y la única que tiene.

Puede que si sus padres estuvieran muertos, Percy los amaría a pesar de nunca conocerles. Pero no es así, sabe quienes son y las cosas que le han hecho. Su amor es en realidad un enojo. Y eso duele, porque no puede amar a Tritón como un padre y a sus hermanas como una madre. Sally es una buena amiga que lo está ayudando, pero no es lo que necesita.

Imaginar que llega Anfitrite y le sonríe mientras le ayuda a vendarse la herida.

«Ya has tenido tu castigo, espero que aprendieras con ello. Volvamos a casa, tu padre nos está esperando» le diría ella. Pero eso nunca existirá.

Qué mala broma.

Además, no puede pensar en eso. No es cuerdo desear que alguien muera a pesar de odiarlo tanto. Percy tendrá que buscar cómo vivir con su enojo y continuar en la vida hasta que algo lo lleve a los reinos del Inframundo. Porque ahí es donde estará. Ya no es inmortal y tampoco mortal. Muy pronto, Percy será un semidiós rechazado y sin derecho a pelear como dios. Tendrá que tomar las reglas de los dioses y ser obediente aún cuando conozca la verdad y los dioses estén equivocados.

Siendo dios, ese disparo no le habría dolido ni una pizca. Ser humano le está enseñando cosas que nunca esperaba ver. Le está enseñando su insignificancia.

—¿Qué ocurre? —la voz lejana de Nico llega como un salvavidas en su marea de dolor.

Por fuera, como una pared incolora, Percy parpadea para despertar y mostrarse despreocupado. Sólo Sally le ha visto llorar realmente y quiere mantenerlo así por ahora.

—Cuando era dios podía escuchar la esencia de las armas. Eran voces, recuerdos que daban vida —dice, sin intenciones de pensar más que en Nico.

—¿Y era voces de niños? —pregunta, realmente atraído por el tema.

—No, tienen personalidad. Una vez conocí una espada que insultaba en ruso, pero hablaba francés —murmura. Descubre que el sol está un poco más alto.

—¿Crees que escucharás a mi espada? —pregunta como niño soñador.

Percy se esfuerza en sonreír un poco. El hijo de Hades parece realmente encantador en ese momento. Como si buscara suavizar su reacción brusca cuando llegaron a ese punto.

¿Por qué fingir cuando no te sientes bien? ¿Es tan malo mostrarse vulnerable?

—No lo sé —su respuesta vaga logra que el esfuerzo de Nico deje de funcionar.

El hijo de Hades encoge sus piernas, alejándose del sol.

El silencio vuelve a reinar y esta vez Percy no tiene fuerza ni razones para salir de él, sintiendo que ha ignorado por mucho tiempo sus emociones y ahora estas han querido recordarle que existen y que estarán a su lado mientras sea mortal.

—"Él está conmigo" fueron las últimas palabras que escuché de mi hermana antes de que fuera asesinada por Perséfone —Percy mira a Nico, sin poder creer que le haya confiado eso. Su expresión es como si alguien hubiera destapado la tumba de su hermana y ahora le enseñara sus huesos.

No sabía que Nico tuvo una hermana. No sabía que estaba muerta. No sabía que Nico ocultaba más.

—Se llamaba Bianca y murió mientras me protegía —revela, consiguiendo que un dolor profundo crezca en el pecho de Percy. Claro que conoce el valor de los hermanos y moriría si alguno de sus mayores corriera el mismo destino que Bianca—. Lamento si fui muy grosero —dice, muy apenado—, pero reacciono mal cuando alguien intenta arriesgarse por mi culpa. No debí llevarte conmigo mientras estabas herido, pero no podía d-dejarte y-

—Está bien —lo detiene Percy, sabiendo el esfuerzo que está realizando para decirle eso. Le da una sonrisa y logra que Nico relaje un poco su postura—. Yo tampoco habría querido que alguien se arriesgara por mi culpa. Gracias por salvarme.

Los ojos de Nico se muestran avergonzados y Percy siente que está conociendo un poco del Nico real. Del niño que dejó de soñar cuando arrebataron a su hermana de su lado

—Cuando quieras —dice Nico, encogiéndose un poco.

—¿Bianca era mayor que tú? —pregunta a cambio.

Nico se desinfla un poco, apoyándose contra la pared.

—Lo era.

Le gustaría preguntar cómo fue que Bianca murió, pero eso sería revivir el dolor para Nico y el semidiós no merece nada de eso. Nico es un chico de corazón noble, debe tener otras preocupaciones que no sean monstruos ni misiones peligrosas.

—¿Y qué dijo Contracorriente? —Nico señala hacia el bolígrafo que resalta entre el pantalón de Percy.

—Tiene el instinto pirata. Si pudiera, lanzaría a todos por la borda —dice Percy, consiguiendo que Nico sonría un poco.

—Me alegro que al menos las armas se diviertan —murmura.

. . .

Cuando se está perdido y sin un dólar encima, la mejor forma de resolverlo es volverse un buscador nato y seguir el camino que el instinto diga. Mientras Percy disfruta de que al menos su pierna no duela tanto, Nico parece alérgico al sol y todos los cuerpos de luz. Se cubre con su mano y a veces se quita su chaleco para usarlo de sombrilla. Percy le ofreció su sudadero color azul, pero lo rechazó con una mueca.

«Apesta a ti» le dijo mientras arrugaba la nariz.

Percy no puede enojarse, Nico tiene razón. Esa ropa ya exige una sacudida en agua y detergente.

Nico luce como si hubiera salido de un funeral y se quedó muy tarde despidiendo al muerto. Sus ojeras le dan ese aire a niño muerte y su cabello parece una nube de tormenta, las mismas que aparecen en el océano cuando las aguas quieren merendar los barcos. Han hablado de otras cosas y sorpresivamente llegaron a un juramento que cimentaron en nombre de Estigia.

Hablar primero con el otro si las cosas no están bien. Hablar, hablar, hablar, hablar.

La vida les dio una boca y un cerebro para hacerlo, no pueden desperdiciarlos.

—¿Este no es el momento en que Apolo baja de su carro y por ser amigos nos lleva a donde necesitemos? —jadea Nico, con su rostro cubierto de sudor mientras ese día de verano consume sus fuerzas.

—Normalmente llega cuando hay dinero y gente guapa —le responde Percy, haciéndose aire con una pancarta de una banda de chicos que llegó a Las Vegas en su gira mundial.

—Entonces no vendrá —determina Nico, con una mueca.

—Dilo por ti, yo soy muy guapo —dice Percy, logrando que Nico gire los ojos.

—Lo último que quiero escuchar es cómo te cubres de mentiras creyendo que son halagos —una sonrisa se esfuerza en nacer entre sus labios, pero Nico la esconde.

—Sé que te corrompe mi autoestima —la felicidad que irradia Percy logra que el aura de Nico se oscurezca de las ganas de ponerle algo en la boca a Percy para que se calle.

Nico decide no responder a eso, sabiendo que sólo aumentará las ganas de Percy por hacerle enojar. Llegan a un lugar donde la luz es perfecta para llamar por medio de iris, logrando ver de nuevo el rostro reluciente y feliz de Luke. El hijo de Hermes les sonríe con emoción contagiosa, preguntándoles si están bien y si han sido perseguidos por más monstruos.

Luego, Nico pregunta por las chicas y Grover. Luke promete que ellos se encuentran muy bien.

—Mientras huíamos de los monstruos vimos a Kai. Estaba cerca y creo que buscaba a Percy —dice, ya sin sonreír.

—¿Kai los vio? —pregunta Percy, más preocupado por eso.

—Sí que lo hizo —murmura Luke, igual de preocupado.

Percy está por decirles que mejor se marchen y que busquen refugio en el Campamento, más sabe que no lo harán. Annabeth daría la vida para proteger el legado de Atenea, Luke no se alejaría de ella, Thalía se siente responsable de esos dos, Nico no se iría sin ellos y Grover jamás permitiría que ellos se arriesguen más. No hay forma de hacerlos regresar a la protección del Campamento.

—No importa —dice Luke, ligero—. Podemos buscar un lugar en Las Vegas para mirarnos e ir en busca del Égida.

—Suena bien —responde Nico—. Veámonos en Northgate, está cerca de la planta de producción.

Terminan el mensaje Iris con Luke y buscan una estación de autobús que los lleve al lugar elegido por el hijo de Hades. De lejos, lucen como dos chicos problemáticos que salieron de una pelea, nadie imaginaría que son semidioses y que escaparon con vida luego de enfrentarse a un monstruo con cabeza de león y cola de látigo. El sol de Nevada comienza a bajar, dejando paso al horario vespertino y permitiendo que los lugares de apuestas y placer preparen sus mejores caras para encantar a las personas.

Cuando el autobús llega a la estación, hay una pareja de ancianas hablando y un chico que duerme profundamente en su lugar. Una madre con su hija y un chico con su gato en una transportadora. Nico camina con los lugares del fondo como objetivo, quedándose fuera del rango de visión de los demás. El conductor lleva un muñeco cabezón y una bolsa de dulces cerca de su palanca. Tararea las canciones que lleva en el autobús y se enfoca en lo suyo, sin darle una sola mirada a ellos.

Nico se quita el chaleco y se arremanga la camisa, dejando ver sus brazos pálidos y flaquitos. Dobla el chaleco y lo deja en sus piernas, buscando las pequeñas provisiones que tiene entre sus bolsillos. Percy elige acomodarse en su lugar y descansar un poco antes de llegar y patearle las nalgas a muchos demonios y duendes. Las sombras se proyectan bajo sus párpados y los tarareos del conductor se hacen contagiosos.

—Así que... Harpina —la voz de Nico es muy controlada para sonar casual, como si buscara algo aleatorio para mantener una charla amena.

Percy abre un ojo y le mira, haciendo una mueca entretenida.

—Escúpelo —le dice.

—No sabía que eras tan conquistador —dice, ligero.

Percy lanza una risa, como si eso fuera lo más encantador que hubiera escuchado.

—Debes estar de broma —murmura con una sonrisa, sin saber que eso ocasiona un remolino extraño en cierto semidiós—. Harpina era una ninfa de la buena vida —le dice y luego comienza a explicarle la razón de su odio y el por qué Percy hizo lo que relata la historia.

Nico le escucha con atención, con sus manos sobre su chaleco. Luce como un niño de casa, un príncipe muy elegante y silencioso. Ignorando sus ojeras y los rasguños en su ropa, Nico es quizá un poco destacable a ojos de Percy. Es esa belleza clásica, como la de una ninfa jugando en su estanque mientras un gran pintor realiza un magnífico cuadro. Nunca lo dirá, eso podría corromperlo y provocar que Percy se retuerza mientras se deshace. No es que quiera elevar los humos de Nico.

—Los dioses siempre tienen algún problema con las ninfas —dice Nico—. Por eso Zeus castigó a Dioniso.

—Las ninfas son seres preciosos, pero tiene un genio bastante... inusual —dice Percy.

—¿Volverías a salir con una ninfa? —la pregunta de Nico es tan ligera que Percy no descubre lo que hay al fondo.

—Mmmh, no —admite, arrugando la nariz—. Son muy lindas, pero a cierta distancia lo son más —responde.

Percy se acomoda en su lugar y queda viendo hacia Nico, aplastando su mejilla contra la tela del asiento. Nico le observa desde arriba, con una mirada un poco más suave a como la recordaba, igual al suelo esponjoso del bosque.

—¿Por qué la pregunta?

—No quiero morir en manos de una ex novia alocada —dice Nico, logrando que Percy enseñe una mueca indignada.

—Siempre fui un niño de casa, yo no era de ir a noviar —se defiende.

—No sabía que los niños de casa eran dioses de guerra.

—Eso es diferente. Mi casa es el mar, así que si peleaba en alguna playa, estaba en mi casa —explica.

Nico le mira y no parece creer mucho en eso.

—Una playa es parte del dominio de Hades. Es un cuerpo de tierra flotante. Tierra —fundamenta.

—La tierra es dominio de los Tres Grandes —Percy empuja con suavidad a Nico, buscando una pelea juguetona.

—Hades tiene el mayor dominio en la tierra según lo proclamado por los Tres Grandes —refuta Nico, haciéndole una cosquilla a Percy.

El mortal se retuerce un poco y su sonrisa se hace un poco más grande.

—Hablaré con Atenea de esto, no pienso creer en lo que dice un hijo de Hades —se aleja de la mano peligrosa de Nico cuando la mira cerca.

—Y yo no pienso creer en las palabras de un pirata —determina Nico.

—Soy un pirata decente —dice Percy, defendiendo su honor como dios pirata y rey pirata.

Nico suelta una risa y por alguna razón, la luz del exterior se hace más brillante para Percy. Es extraño, porque el cielo debería oscurecerse con la presencia de Nico.

—Lo dice el rey pirata —resalta Nico.

Percy se queda sin defensa, así que aprieta los labios y cierra los ojos, fingiendo que nunca perdió esa pelea de títulos.

Sin esperarlo, Percy se queda profundamente dormido. Nico sabe que aún queda mucho por recorrer, así que cubre a Percy con su chaleco, esperando que sea de ayuda para arroparlo. Percy es un dios tropical, está acostumbrado a las temperaturas altas y el sol. Nico, en cambio, es un hijo del Inframundo. El frío en ese lugar es tanto que se ha acostumbrado gracias a los cortos días que ha estado ahí. Nico tolera más el frío que las temperaturas altas.

. . .

Annabeth tiene el cabello corto. ¿La razón? Recibió una flecha de fuego y esta consumió parte de sus mechones dorados.

No es que eso tenga relevancia, pero saber que están a salvo y que sus preocupaciones sean cortarse el cabello quemado hace que Percy pueda relajarse un poco. Sabe que está con un grupo de semidioses expertos en pelear con monstruos, más no puede evitar angustiarse al considerar que esos chicos son menores de edad y que Percy se siente responsable por ellos. Aún si comparten edad por su cuerpo mortal, Percy no desea cargar con la culpa que ellos hayan sufrido por cosas que fueron provocadas por su culpa.

Grover luce muy complacido por Las Vegas, tanto por los collares de rocas que cuelgan de su cuello, como por toda la hierba que ha conseguido con algunos repartidores. Ha prometido que la disfrutará con sus amigos sátiros en el bosque, diciendo que la usarán en sus fechas ceremoniales. Percy siempre escuchó de lo elevados que se la pasaban esas criaturas gracias a sus muchos rituales. Se mantuvieron así por siglos hasta que Deméter les restringió el uso de la hierba, tomándolos bajo su dominio para que cuidaran sus cultivos y buscaran a los semidioses.

—¿Quién está listo para quebrar huesos? —pregunta Thalía cuando están a las afueras del complejo de producción.

Están en un área que Annabeth considera libre de cámaras y radares. Ella posee una piedra lunar que desvía el alcance de los radares hasta hacer invisible el diámetro que cubre con su magia.

—No tenemos un mapa para saber las locaciones del complejo, pero tenemos un hijo de Hades —dice Luke, viendo a Nico como su truco bajo la manga. El hijo de Hades se muestra cauteloso.

—¿Qué es lo que específicamente quieres que haga? —se cruza de brazos.

—Sombras, un cañón y luego —usa sus manos para ejemplificar—, nos llevas y ¡pum! muerte al hijo de Ares. Ganamos y nos glorifican con batidos de néctar —sonríe Luke.

El puñetazo que recibe de Percy lo hace gritar de dolor y retorcerse mientras acaricia su brazo herido.

—Gracias, Percy —le dice Thalía, sonriendo con gozo.

—Podríamos entrar nosotros dos primero y cuando encontremos un lugar adecuado, Nico podría llevarlos y destruimos las máquinas de producción con las armas. Los duendes obreros no saben luchar. Deben tener mil planes para evacuación inmediata. Cuando ellos activen las alarmas, estaremos rodeados, así que cada uno debe considerar a quién elegir de oponente, porque serán muchos y nosotros somos seis.

—Podría usar mis rayos para crear una sobrecarga de energía en los sistemas —propone Thalía.

—Eso sería perfecto —dice Percy—. Con el sistema abajo, quedan las criaturas que el hijo de Ares tenga, pero Grover podría efectuar una melodía adormecedora para debilitarles. Annabeth debe buscar el Égida y si están haciendo copias, el escudo debe encontrarse en un contenedor. Esa cosa debe tener un sistema de seguridad en caso de una caída, así que Luke debe usar su legado de ladrón para abrir esa cosa y encargarse de sacar el escudo.

Luke asiente con firmeza y Annabeth comienza a buscar un libro de armas divinas para saber cómo tocar un Égida real que no haya sido obsequiado por Atenea.

—Nico, debes proteger a Luke junto con Annabeth mientras abren la caja. Luego, cuando lo-

—¿Y cómo saldremos de aquí? —pregunta Annabeth, levantando la mirada de su libro.

Percy cierra la boca y le mira, pidiendo un poco de calma.

—Grover —mira al sátiro con mucho respeto—, ¿podrías llamar a un grupo de pegasos?

El sátiro abre los ojos, sorprendido.

—Ellos usan códigos especiales para ser llamados y yo no los conozco —se muestra apenado.

—Yo tengo uno —le dice con una sonrisa relajante.

—Si es así, será un placer llamarlos —responde, emocionado.

—Espero que no tengan miedo a las alturas —le dice al resto de mestizos, dejando en claro que saldrán volando en caballito cuando tengan el Égida en sus manos.

Luke levanta la mano, pidiendo la palabra.

—No, no vamos a crear un grito de guerra —le dice Annabeth, logrando que su novio le vea con dolor fingido.

—Iba a preguntar cuál será la misión de Marco —mueve su mochila y enseña al pingüino que está en su cuarto sueño.

—¿Picar ojos y morder piernas? —dice Percy, intentándolo.

—Suena como una valiente tarea para Marco —Thalía le hace mimos al animal en su cabeza, despertándolo.

Marco grazna algo, pidiendo salir de la mochila porque sabe que es hora de ponerse agresivo.

Percy se pone de pie y Contracorriente vibra en su pantalón.

«¡Ya quiero rebanar mestizos rebeldes!»

Esa misma voz aguda y agresiva resuena en su cabeza, comenzando a preocupar a Percy por otras cosas. Intenta no enfocarse en eso, no mientras esté muy cerca de saldar con ese repulsivo hijo de Ares por el disparo en su pierna.

Grover mueve sus orejitas de la emoción cuando Percy agarra un cuaderno y un lápiz de la mochila de Annabeth y escribe con su letra mal practicada el código para llamar a los pegasos. Percy los conoce de hace muchos siglos. Es una manada de pegasos salvajes que viven entre las praderas y pastan en los sagrados campos de Deméter, saliéndose con la suya cuando le roban sus manzanas a la diosa. Ella siempre llama a Percy para quejarse de uno en especial, que es el niño favorito. Es un precioso pegaso al color del cielo nocturno, que tiene las alas más fuertes que ha conocido y el corazón más grande del planeta.

Espera verlo, le encantaría acariciarlo como merece.

Se acerca a Nico y le ofrece su mano, en una silenciosa petición porque lleguen juntos en el primer paso para entrar al complejo. Nico se muestra dubitativo, en sus ojos brillando el miedo a que Percy vuelva a ahogarse entre sus sombras y no pueda tolerar la magia de muerte del Inframundo. Son unos instantes más antes de que se recuerde que Percy no es un debilucho y que puede con más que un viaje de sombras. Comparten una mirada de determinación frente a ese oscuro desierto.

Es de madrugada, quizá el hijo de Ares esté en su sueño de belleza y no se dé cuenta de su visita.

Nico toma su mano y el frío abrazador sube por sus piernas, al igual que hundirse en las aguas de la Antártida sin protección alguna. Las manos agresivas de sombras y los susurros de dolor arañan por sus brazos, el rechazo del elemento y la magia corrosiva aplastando. Las líneas de sangre brota y la oscuridad que cubre sus ojos.

Llegan a un armario de utensilios, escuchando el ajetreo del exterior. Las máquinas están en movimiento, algunas voces riendo y otras organizando.

—Saldré a ver un poco —dice muy, pero muy bajito.

—Iré por los demás —añade el semidiós y ambos se separan en ese armario.

Percy abre con mucho cuidado, deseando que por los dioses la puerta no haga ruido. Es lugar enorme, de grandes luces industriales y escaleras metálicas. Agachado, el mortal se pregunta si está listo para lo que viene. Si es sincero, responderá un no, pero si lo piensa entonces el miedo ganará y no puede rendirse ahora mismo. ¿En qué momento se convirtió en juguete de los dioses?

Respira profundo y elige concentrarse en donde está, sin importar que sus manos suden por los nervios. Encuentra una recamara de control, quizá de alguna de esas máquinas de gancho que sostienen las cajas con los escudos. Intenta saber si tiene llave, moviendo la perilla con suavidad. Cuando esta abre, camina con cuidado en el interior y comienza a familiarizarse con los botones. Hay un sistema de desconexión instantánea al desactivar la línea de comunicación con la cinta de empacado. Botones y palancas para mover las garras metálicas y un micrófono para hablar con los duende operarios.

No luce tan difícil.

El click de la puerta hace que se mueva a una velocidad inhumana para amenazar con Contracorriente. El rostro retador de Nico aparece y cuando ambos descubren de quién se trata, bajan armas y se permiten respirar.

—Luke está con Annabeth. Bajaron por una escalera con poca luz —le dice Nico.

Percy asiente y sigue reconociendo el sistema de manejo.

—Tiene llave digital, necesitamos la mano de quien controla esta cosa —murmura Percy, viendo el panel de control con mucha atención.

—Podemos atraer al encargado con eso —señala Nico hacia un reproductor de música que se quedó encendido.

Percy decide tomarse el gustito de escoger la canción, buscando una que sea pegadiza.

—¿Cuál prefieres? ¿Rock o alguna canción bíblica? —propone por la lista que hay en esa cosa humana.

—Rock.

Percy acata la petición y elige una aleatoria.

—Veamos si llega.

No pasa mucho para que un hombrecito sudoroso y con pancita de Santa Claus entre al centro de control y busque entre la terminal de mandos. Lo que no espera es ver a Percy sentado en una silla mientras le regala una sonrisa encantadora.

—Te invitaría a bailar el vals, pero tienes una lista muy ruidosa —le dice, logrando que el hombrecito se confunda más.

—¿Quién eres? —consigue preguntar antes de que Nico lo noquee con la base de su espada. El hombrecito cae al suelo como tronco y Percy hace una mueca.

—Estaba por presentarme —pucherea.

Nico frunce el ceño.

Andiamo, triton —le dice en un acento un poco más elegante.

—¿Eso fue italiano? —pregunta con una sonrisa emocionada.

Nico le ignora porque hay algo mejor para concentrarse. Percy arrastra al hombrecito y pone su mano en el panel, activando los sistemas.

Sintiéndose en una máquina para atrapar muñecos de feria, Percy comparte una mirada con Nico antes de mover las garras con cargamento y elegir los lugares donde las dejará caer. Luego de eso, el mundo les saltará encima y deberán buscar formas para escaparse. Es la primera vez en la experimenta la duda si desatar el peligro o no. Teme a las consecuencias y que no pueda cargar con el dolor de su fracaso. Teme a la incertidumbre.

Su titubeo logra que en un arranque de sus poderes contenidos, sus manos se mueva de forma involuntaria y sienta un ardor en el pecho, la queja de su magia por ser tan débil. Las garras sueltan la carga y el estruendo hace que muchos gritos y quejas se desaten en el área de producción. Las alarmas comienzan a sonar y sin esperarlo, unos rayos azules comienzan a caer, reventando el techo y destruyendo las partes que no fueron aplastadas.

Ese debe ser el ataque de Thalía y ellos deben salir de ahí antes de ser calcinador por la sobrecarga del sistema.

El hijo de Hades abre la puerta para escaparse, agarrando la mano de Percy para que no se quede entre las llamas. Los rayos de Thalía crean una tormenta de luz, colapsando gran cantidad de la maquinaria y destruyendo los sistemas de electricidad. Cuando llegan al primer nivel de esa planta, los duende obreros huyen del peligro e ignoran el hecho que ellos estén ahí.

—¡No pueden escapar, tenemos un trato! —se escucha el grito de una chica, tan furiosa que su voz suena en toda la planta.

—Nick, el escudo —señala Percy hacia una caja de cristal que luce impecable entre la bruma de fuego que están elevando los rayos. Antes de que el hijo de Hades se aleje, Percy toma su mano y le ofrece una de sus bayas personales.

Nico mira las bolitas negras y luego a Percy, frunciendo el ceño.

—¿Por qué? —pregunta por sobre el griterío de los duendes.

—Viajaste por sombra muchas veces, puede que te sientas un poco débil —responde suave, sin dejar de ofrecer el fruto al semidiós.

La mano grisácea y huesuda del semidiós toma las bayas y con eso es suficiente para Percy. El mortal se aleja de Nico y busca a Thalía y Grover para comenzar su plan de defensa. Nunca mira la mueca gruñona de Nico mientras mastica las bayas con las mejillas rojas.

. . .

La hija de Zeus corta por la mitad a un demonio que intentaba atacarla y un disparo de bronce pasa cerca de su rostro. El grito de dolor le revela que tenía a otro enemigo a su espalda. Percy se apresura para recuperar su arma y se enfrenta a nuevos enemigos. Thalía recarga su arco y dispara nuevamente hacia unos monstruos que entran por una puerta de servicio. En sus días en el Campamento, luego de recuperar el tridente de Poseidón, cada día se tomaba un poco más de cuatro horas en mejorar su puntería con el arco, prefiriendo saltarse a veces el desayuno porque había un tiro que no estaba saliendo bien, así que se esforzaba el doble.

Puede decir que esas horas están rindiendo, demostrando que valió mucho la pena el madrugar y el tener las manos llenas de ardor por estirar la cuerda y por apretar el arco.

Extraña un poco su escudo, porque con él ya habría podido noquear a más monstruos, pero sabe que no debe pedirlo, o este aparecerá y será mucho peor.

—¡No, perro malo! —dice Grover, golpeando a un perro del Inframundo con sus patitas.

Thalía usa su dedo índice y del medio para dirigir un rayo lo bastante fuerte como para electrificar al perro y que se asuste. El chillido que este lanza consigue que Grover quede a salvo y que pueda enfocar sus poderes del bosque en atrapar a las empusas con sus esferas de ramas.

—¡No los dejen pasar! ¡El que se haga a un lado probará el sabor de mi puño! —ordena un lestrigón al ejército que hay de los de su tipo.

La semidiosa vuelve a resistir el impulso de sumirle la boca a ese lestrigón con su escudo, sabiendo que existen otras formas para hacerlos callar.

—¡Thalía! —el grito de Grover hace que sus alarmas suenen más fuertes y corre hacia donde está el sátiro.

Lo ayuda a escaparse de una dracaena, cortando su cola reptiliana. El grito del monstruo se une al bullicio general, desapareciendo. Junto al sátiro, la hija de Zeus pelea con todo tipo de criatura, incluso ganando algunas heridas. En un movimiento, golpea su espalda contra la de Percy, quien está peleando con un semidiós un poco mayor que ellos. No se da el tiempo de reconocerle porque el lestrigón aún no piensa rendirse. La semidiosa escapa de sus manos apestosas y sube a unas cajas para tomar un empujoncito que le ayuda a elevarse y cortar la cabeza el monstruo en un giro limpio.

Mira cuando Grover pasa tocando su flauta con rapidez mientras escapa de unos mimerkes.

Recibe un golpe que la hace tambalear y busca al imbécil que llegó a lastimarla.

Su enojo se reduce cuando mira el cuerpo blandengue de Luke. Lo ayuda a levantarse y con su mirada es suficiente para que Luke levante las manos en son de paz y pegue carrera hacia donde debería estar.

Esquiva el puño de una empusa y se posiciona para iniciar una buena pelea de puños.

. . .

El ardor de sus brazos consigue que Percy quiera esconderse entre unas cajas y tomarse un minuto. Le da un ojazo a su herida en la pierna y como todo se mantiene en orden, sabe que debe continuar o la recuperación del escudo fracasaría. Luke está en la caja, tratando de abrirla mientras Annabeth y Nico pelean con los que quieren acercarse. Unos latigazos rompen en el aire y detienen muchas de las peleas.

Entrando como si fueran reyes y esto un circo, el hijo de Ares está montando su mantícora mientras porta una sonrisa de superioridad. A su lado, hay otras dos mantícoras con sus respectivos jinetes. El hijo de Ares encuentra la mirada de Percy y se baja de su animal, cayendo con tal firmeza que se convierte en el reflejo de Ares.

Limpiando su espada y su boca con la camisa sucia, Percy se muestra dispuesto a recordarle su posición.

El hijo de Ares abre los brazos, como si lo recibiera de mil amores.

—El débil dios Percy. ¿Qué es lo que intentas ahora? ¿Que los olímpicos te tengan en su gloria? —pregunta burlón.

—Yo no soy el que busca la gloria, no me rebajes a tu nivel —dice, tan relajado que las ganas de divertirse del tipo se reducen a cero.

—Mi... ¿nivel? —pregunta, tan tenso que los monstruos retroceden un poco—. ¡Mi nivel es superior al tuyo! ¡Yo soy un semidiós y tú eres un asqueroso mortal! —explota, provocando que sus ojos se vuelven rojos de furia.

La sonrisa de Percy es lo que quiebra su cordura, sobrepasando su límite.

—¡Voy a matarte! —declara, con unos remolinos de polvo girando entre sus pies.

Percy piensa que antes las charlas previas a la pelea eran más largas. Eran la revelación de muchas emociones acumuladas. Ahora es lanzarse a pelear y ver quién muere primero. Ya no vive mucho la diversión de la guerra.

Contracorriente es un fuerte brazo de bronce, deteniendo los ataques del mestizo y combinando su capacidad con la habilidad de Percy en pelea. Tal parece que el semidiós estuvo entrenando un poco en los días que tuvieron de distancia, porque ahora la furia controla sus movimientos, haciéndolos más erráticos y bruscos, rozando lo salvaje. El mortal debe refugiarse algunas veces entre los escombros porque el semidiós está usando toda su energía para terminarlo.

En un movimiento, Percy lo intercepta y detiene su mano. Luego, gira hasta rodear el cuerpo del semidiós y lo atrapa por el cuello. El hijo de Ares se mueve como poseído, sacudiéndose para sacarse de encima a Percy. Claro que le gana en altura, pero no hay nada que una buena llave no logre hacer. Cuando el hijo de Ares se impulsa hacia el frente, Percy gira un poco su cuerpo y su brazo aprieta más en el cuello del mestizo, cayendo más sobre el cuerpo de este. Percy usa el soporte de su espada para darle un golpe fuerte el mestizo, rompiendo su nariz para que se distraiga mientras se vuelve a poner de pie.

El hijo de Ares regresa rápidamente y Percy debe mantener el ritmo o será atravesado por la espada de ese lunático. Llevan la pelea hacia unas gradas y luego a un pasadizo de metal. Las chispas de luz ante los metales de las espadas animan un poco más a ese imbécil, disminuyendo un poco la confianza de Percy.

—¡Sácale los ojos, Marco! —escucha el grito de Grover y luego los graznidos del animal, uno que parece estar disfrutando de la pelea.

Percy resbala por unos pedazos de metal sueltos, quedando a disposición del hijo de Ares. Encoge sus piernas para evitar la espada y se protege con Contracorriente para no quedarse sin nariz. Al estar abajo, decide que golpeara sus piernas para desequilibrarlo y con suerte podrá recuperar su posición. Hace un enredo de piernas y le apuñala uno de sus muslos para detener su movimiento rápido.

Un escudo golpea uno de los soportes que sujetan el pasadizo, consiguiendo que comienza a deslizarse con ellos arriba. El rechino del metal le dicen a Percy que caerá sobre escombros y le caerán metales encima si no busca un lugar de inmediato. Agarrado del barandal, sus ojos rápidos intentan hallar el punto adecuado para no morir. Lo encuentra en la base, pero está al otro lado del hijo de Ares.

—Eres bueno, Percy, pero no tanto como yo —jadea el hijo de Ares, con una sonrisa oscura.

—Ni siquiera sé tu nombre, ¿qué te hace pensar que eres mejor que yo? —le dice, huraño por el peligro que tienen en la espalda.

—Mi nombre es Azai —espeta, con un ojo herido por un golpe que le dio Percy.

—Pues qué bonito. Tu mamá fue muy creativa —le dice con una expresión que demuestra que eso le importa muy poco—, pero fue muy tonta por tener un hijo con Ares —sonríe cruel.

Eso lastima partes profundas del semidiós, porque su rostro se contrae del enojo y obtiene una mueca agresiva.

—¡No digas eso de mi madre!

—¿Qué? ¿Quieres llorar? —por primera vez, Percy comienza a sentir que está pasando un límite. No es el más adecuado para hablar de madres cuando la suya no es la mejor.

Los dioses son crueles la mayor parte del tiempo y Percy está usando esa ficha con Azai.

Esta vez, el hijo de Ares no responde. A cambio, se pone de pie sin importarle que su herida expulse sangre y agarra su espada.

—Te cortaré la lengua, idiota —promete.

Y Percy le saca la lengua, retándolo.

Como jugar con un minotauro, Percy debe esquivarlo en ese espacio reducido, llevándose algunos buenos puñetazos y tres cortes en su cuerpo. No importa, todo sea antes de que la plataforma caiga y Percy con ella. Logra llegar al otro lado con mucho esfuerzo y cuando está por alejarse, el hijo de Ares lo atrapa contra un pilar y lo ahorca con sus manos callosas.

Un de sus manos baja y busca la pierna que recibió el disparo, encontrando el punto de la herida y apretándola. El dolor inunda el cuerpo de Percy, forzándolo a que quiera gritar. Pero si lo hace, se quedará sin lengua. Se retuerce bajo la sonrisa oscura del mestizo, quien espera el momento donde libere su dolor.

Nunca lo hará. Nunca.

Como forma de salvarse, mueve su pierna libre y golpea justo en el punto más débil de cualquiera que tenga un pene. Es tan fuerte que los ojos del mestizo se quiebran de dolor y lo suficiente para que Percy pueda zafarse de sus manos y hacerle una llave para dejarlo de rodillas. Con enojo, Percy agarra su cabeza y la estrella contra el barandal dos veces, una por venganza y otra por algo que sintió cuando el tipo estaba cerca. Un bulto, el mismo que hirió hace un minuto.

Se siente asqueroso y enojado. Una muy mala combinación para Percy.

Le da una patada que le hace volar unos dientes y el cuerpo del mestizo golpea como peso bruto en el pasadizo, rompiendo el soporte que los mantenía en el aire.

Percy debe correr hacia el punto que había visto antes, siendo un poco desequilibrado por el dolor agudo en su pierna. El sonido del metal cayendo lo cubre de adrenalina. No quiere morir ahora, quiere salirse con la suya. El estruendo hace que las peleas de alrededor dejen de continuar porque saben que ahí está su cabecilla. Percy se empuja entre los metales y pega un salto deficiente, pero que consigue que llegue a la parte firme.

O eso creía.

La plataforma comienza a arrastrar el resto de cosas, incluida la base donde Percy cuelga. Está muy alto, la distancia considerable para morir o quedar estacado entre algún metal filoso. El miedo lo inunda y cae en esa verdad, creyendo que es su castigo por haberse burlado de la mamá de ese mestizo. Aprieta los ojos y se prepara para morir, sabiendo que será doloroso al inicio y luego será una bruma.

El ruido cubre su caída y cuando algo impacta en su cuerpo en un golpe brusco, Percy siente que los dioses le han tenido consideración y se atreve a abrir los ojos. Está lejos, volando y sobre un cuerpo oscuro. Las alas esponjosas y tan fuertes que los llevan a la cima del complejo, sosteniéndole con firmeza.

Las ganas de llorar aplastan su garganta y mira al pegaso que relincha feliz bajo su cuerpo.

—¡Blackjack! —saluda con tanta emoción que el pegaso le responde. Sus brazos sucios y amoratados rodean el cuello del animal y le apretuja con cariño, apreciando su aroma a libertad y valentía.

El pegaso vuelve a relincha y Percy le sonríe triste.

—Lo siento, guapo. No puedo entenderte —se disculpa, pero al animal no parece importarle.

Con su hocico señala hacia el suelo, donde otro grupo de pegasos está luchando con las mantícoras.

—La cola, hay que cortárselas para que mueran —dice Percy.

Blackjack estira sus alas y comienza a volar en caída, tomando impulso entre las nubes de humo y los rayos de Thalía. Percy abre a Contracorriente y apunta, considerando el momento en que el monstruo abrirá su cola para atacar. Contracorriente brilla en la mano de Percy, como si leyera su magia y crece unos centímetros más, consiguiendo un grabado en letras griegas con el símbolo de Percy en la base. Los diseños de olas y las alas de pegaso entre el cuerpo de bronce demuestran los legados que vibran en la sangre del mortal.

La cola del monstruo es cortada en un ataque limpio, tan perfecto que no le otorga el tiempo para gritar del dolor, porque la nube de brillantina cubre los escombros como la nieve.

Blackjack llega al suelo y sus fuertes alas baten el humo para demostrar que derrotaron a la mantícora. Percy mira a Contracorriente y los grabados en la espada han desaparecido, dejando una hoja lisa y brillante. Se atreve a creer que todo fue parte de su imaginación por la adrenalina de ir junto a Blackjack y no algo que de verdad ocurriera en su espada.

—Muchas gracias, Blackjack. Aún tienes el toque —le dice con una sonrisa, logrando que el pegaso relinche ofendido.

Se baja de Blackjack y busca al resto para ayudarles.

Grover está peleando con un lestrigón, maldiciéndolo en su lengua de sátiro porque este le lanza pedazos de escombros y Grover no es tan rápido para esquivarle. Percy encuentra un arco en el suelo y las flechas desperdigadas a una distancia. Es el arco de Thalía, quizá lo perdió mientras le pateaba el trasero a alguien más. El graznido de Marco lo distrae y cuando mira que una empusa lo está aplastando con su pie sobre su pancita blanca, Percy agarra un látigo que está cerca y decide que aplicará un pequeño lazo en el cuello de esa cosa.

Recordando las tarde entre los campos de vacas rojas de Apolo, hace un nudo lo bastante flexible y gira su muñeca para atrapar a la empusa por el cuello. Tira con fuerza y ella intenta alejar la cuerda con sus manos, pero el disgusto de Percy por la escena anterior hacen que jale tan fuerte que el cuello de la empusa truena como una ramita. La nube brillante cae sobre Marco y este aletea un poco débil.

El mortal se acerca al pingüino y se arrodilla para quedar a una altura considerable.

Marco no parece muy bien.

—¿Te lastimó? —pregunta muy preocupado. Sujeta el cuerpo del animal y siente que fue su culpa todas las heridas del pingüino.

Marco hace un ruidito de dolor y Percy comienza a temblar.

Busca en su bolsillo y de el extrae una píldora, la misma que le dio Will como forma de sanación rápida.

—Espero que funcione en pingüinos —dice, tan tembloroso que se obliga a no llorar.

Marco se traga la píldora y busca anidar en el regazo de Percy para curar su dolor.

—No, cariño. Ahora no —se disculpa, aún así carga con el animalito y se acerca al grupo de pegasos que está repartiendo patadas a los monstruos—. ¡Blackjack! —grita el nombre del pegaso, uno que llega rápidamente y se queda a disposición del mortal—. ¿Puedes quedarte con Marco? Está herido.

Blackjack mira a Marco y no luce muy feliz por ese hecho, mirándolo con ojos de rivalidad.

—Será un momento —promete Percy.

Blackjack casquea y relincha algo, ofreciendo su lomo para que Percy pueda sujetar a Marco y que no se caiga. Percy se aleja antes de que Blackjack decida que mejor no y busca a Grover para saber si aún necesita ayuda. Está cerca de Thalía cuando observa cómo es que la semidiosa trabaja con sus rayos. Junta dos dedos, apunta y como si fueran hilos, dirige la energía hacia su objetivo y descarga con la cantidad que ella decide. La energía no le hace daño a ella, en cambio, parece que le otorga más poder.

Bajo las luces azules de los rayos, Percy se acerca a Grover, quien está brincando sobre el cuerpo de un gigante que está muerto. A esos chicos grandes su proceso de muerte es un poco más lento.

—¡¿Necesitas ayuda?! —pregunta Percy desde abajo.

—¡Estoy bien! —sonríe Grover como un caramelito. Luego regresa a darle pisoteadas al monstruo.

—¡Percy, dile a tus amigos paloma que necesito ayuda! —grita Luke con la caja del Égida.

Detrás, una horda de monstruos lo persiguen junto a Annabeth y Nico.

—¡Blackjack! —grita Percy.

Varios relinchos se elevan de entre los escombros y llegan con sus fuertes alas, ayudando a Luke para que se suba a uno. Nico y Thalía se unen para mantener a los monstruos a raya con sus poderes, creando una pared de escombros junto a una lluvia de rayos.

—¡Debemos irnos! —dice Annabeth, arrastrando a Grover y ayudándolo a subirse sobre un pegaso color marrón.

Percy toma la mano de Thalía y la ayuda a que se monte sobre otro pegaso.

El techo de la fábrica comienza a caer en pedazos enormes, aplastando lo que hay debajo. Percy toma la mano de Nico arriesgándose a un rechazo y lo acerca a un pegaso, silenciosamente pidiéndole que suba y que salga de ahí. Cuando busca a Blackjack, descubre que el pegaso está muy distraído con golpear a un monstruo, creyendo que los estruendos son por otra cosa.

—¡Salgan de aquí! —se dirige hacia los pegasos—. ¡Ahora, ahora! —alienta y los pegasos relinchan antes de pegar vuelo.

Nico descubre lo que piensa hacer y cae del pegaso cuando este aún no se ha elevado.

—¡Nick! —lo regaña Percy, pero el hijo de Hades lo hace callar cuando le enseña la cantidad de monstruos que los están rodeando.

El relincho de Blackjack es nervioso, porque ahora se ha dado cuenta que no podría sacar a Percy de ahí sin salir herido. Los monstruos truenan sus armas, deleitando el momento.

La risa de Azai suena a unos metros, quien es ayudado por unas dracaenas para caminar.

—No puedo creer que tuvieras la esperanza de salir con vida de aquí —ríe, con sangre en su frente y heridas en los brazos—. Cuando llegues a las manos de Kai, desearás estar muerto. Pero primero, te enseñaré lo que te pasará usando de ejemplo a tu amiguito —Percy deja a Nico detrás de su cuerpo, tratando de protegerle.

Unos monstruos que están detrás intentan alejar a Nico, pero este lanza unos tajos con su estigia para mantenerles a límite.

Sin esperarlo, siente un retorcijón en su estómago. Algo que atrae desde lo más profundo y hace que sus brazos se llenen de un extraño cosquilleo.

—¡Atrápenlos! —ordena el hijo de Ares.

Es cuando Contracorriente crece en su mano que un brillo verde nace de la hoja y el suelo comienza a brotar como en un terremoto. Más escombros caen del cielo y el techo se despedaza al igual que una galleta. Junto con una sombra enorme, una corriente de agua se une a ella y crean un remolino lo bastante fuerte como para alejar a los monstruos.

Percy aprieta su espada y es lo último que hace mientras toca suelo. Después, todo es hacia arriba.

Un enorme géiser los lanza al cielo del amanecer y abandonan la fábrica a una velocidad que hace gritar a ambos del miedo. Nico parece un fantasma de terror al verse a varios metros de la superficie y Percy no puede evitar reírse entre el miedo asfixiante. La fuerza del agua y las sombras los llevan tan alto que la fábrica se convierte en un rectángulo oscuro.

Cuando la magia deja de funcionar, Nico y Percy se miran entre el cielo madrugador de Las Vegas y la parte más peligrosa de esa salida comienza a llegar. Percy toma la mano de Nico y lo abraza mientras comienza a caer, gritando del miedo. De nuevo, Blackjack llega como el salvador del día y los recoge a ambos entre sus alas fuertes. Por el mal agarre, resbalan de nuevo y Percy usa una mano para sujetarse de la cuerda que tiene Blackjack con Marco y usa su otra mano para sujetar a Nico.

—¡No te sueltes! —le pide al semidiós.

Nico niega con la cabeza mientras se rehúsa a ver hacia abajo.

Percy lo hace y descubre que la fábrica está ardiendo en llamas, sucumbiendo ante el ataque desordenado de su equipo.

. . .

Blackjack los dejó en un parque, sin ganas de volar más porque necesita acicalar sus alas de tanta mugre. Mientras se da un baño en el estanque, Marco lo mira con envidia porque él no puede hacer eso. Está muy herido.

Luego de ese golpe de adrenalina, Percy se siente como una bolsa usada y masticada, que ha pasado bajo el sol por meses y que ahora comienza a desintegrarse un poco. Se anima a decir que Nico luce igual o un poco peor. Ese vuelo en géiser le quitó las pocas ganas de vivir que tiene. Al menos su ambrosía de arándano funciona, sus heridas ya están mejor y los rasguños han desaparecido.

Ya han hablado con Luke y este les dijo que los buscarían para luego regresar a Nueva York con el Égida.

—Tus poderes regresaron —murmura Nico.

Percy deja de ver el cielo grisáceo y mira a Nico, con una mueca.

—Fue un golpe de suerte —le quita importancia.

—Nadie cuenta con ese nivel de suerte.

—Pues soy hijo perdido de Tique. Quizá ella no me rechace tanto —muestra una sonrisa de diablillo mientras le guiña un ojo a Nico.

El hijo de Hades no reacciona, sólo toma un respiro profundo y se recuesta en el juego para niños que tienen detrás. Percy se colgaría del columpio y vería qué tan alto puede llegar, pero no tiene fuerza en su cuerpo ahora mismo.

—¿Qué harás con Marco? ¿Lo dejarás en la guardería? —pregunta Nico.

—Se lo dejaré a las ninfas. Qué mal que no hay una que se dedique a distribuir drogas por aquí.

—Dejémoslo en la puerta de una mansión. Le darán una vida de rico —sonríe el hijo de Hades.

Percy abre la boca, ofendido.

—¿Acaso quieres que lo deje en una canasta junto a la puerta?

—No suena mal. Podrías escribir que lo llevó la cigüeña.

Marco, que está escuchando lo que ellos dicen, comienza a graznar mientras se acerca a Percy en busca de refugio.

—O llevarlo con el taxidermista —le dice Nico a Marco, quien se retuerce de miedo.

—No digas esas cosas frente al niño —lo regaña Percy mientras cubre las orejas de Marco—. ¿Acaso no eres un padre responsable?

Nico mira a Percy, preguntándose en qué momento se volvió padre de un pingüino.

—¿Ah?

Los relinchos en el cielo proclaman la llegada del resto de pegasos, unos que están muy felices por ver a Blackjack y que no miran las horas por rodear a Percy y exigirle mimos.

—¡Ya llegó el amor de su vida! —grita Luke, ganándose un golpe por parte de su novia.

. . .

Llegar a Olimpo nunca le pareció tan gratificante como ahora. Cree que verá a sus amigos dioses, pero sabe que es un poco imposible por la cantidad de cosas que tienen que hacer como dioses. Ellos deben tener miles de tareas encima para mantener los títulos que acompañan a su divinidad. Si pudiera describir al Olimpo sería como un valle cubierto de casas, ninfas jugueteando entre sus elementos y algunas criaturas que se han domesticado durmiendo por ahí. Las ninfas los ignoran al pasar, como si supieran que ellos llegarían.

Al frente, un enorme templo al frente de gruesas columnas de mármol y estatuas en su exterior para decorar los jardines extensos. Al subir por las gradas impolutas y largas del templo, hay un sonido de piedras moviéndose. El interior que los recibe es muy diferente a lo que recuerda de la sala principal. Decorando, hay muchas armaduras y armas colocadas con un orden notable. Estatuas con un tallado prolijo y el suelo es gris como el cielo de tormenta. El techo tiene decoraciones de plata y búhos de mármol en cada pilar.

Percy descubre que está en un templo de Atenea por el silencio y el olor a limpieza. Ella es la única que puede descansar en un lugar tan impoluto.

Una mesa con refrigerios aparece a cierta distancia y ropa limpia. Es la señal de que la diosa no saldrá a saludarles si no se asean primero. Un cartelillo que dice "BAÑOS" aparece por una puerta, así que agarran las telas que dejó la diosa para cada uno. En el baño, el mortal se da cuenta que son túnicas, las mismas que usaban los antiguos griegos. Incluso les dios sandalias. Percy tiene una túnica azul claro con una corona de laurel de bronce.

Cuando sale del baño y camina hacia la parte principal del templo, Percy se da el gustito de agarrar una mini hamburguesa y probarla. Esas cosas son un deleite y saben a gloria, así que agarra una más y luego una dona de glaseado azul. No se había dado cuenta del hambre que se cargaba, pero esos bocadillos le saben como lo mejor del mundo y sólo quiere seguir comiendo.

—Es de mala educación comer con las manos —la voz de Atenea consigue se que ahogue con su galleta, haciendo que tosa para aligerar la comida.

Carraspea y se empina un vaso de limonada para sobrevivir al susto.

—Lindo día, Percy —saluda Atenea, sentada en un trono de plata. Ella lleva una túnica gris brillante y una corona de laurel hecha de oro. Su cabello liso y cortado a la perfección esta vez es de color rubio, al mismo tono que Annabeth.

—¿Te dedicas a asustar gente mientras comen? Creí que eso era trabajo de Hades —menciona, masticando su galleta.

Atenea sonríe un poco. Parece aliviada de que estén en el Olimpo y no muertos en el desierto de Nevada.

—Creí que los dioses de la guerra no se asustaban —menciona ella.

—Exacto. Dioses de la guerra. Yo soy humano —corrige, agarrando una galleta con chocolate derretido. ¿Por qué toda esa comida está tan buena?

—Imagino que no por mucho —Percy se encoge de hombros ante el comentario de Atenea, importándole poco su condición.

—¡Mamá! —la voz de Annabeth inunda el templo y se escuchan sus pisadas al correr hacia la diosa.

Atenea sonríe un poco más suave, bajando su mano para tocar con un dedo la cabeza de su hija. Annabeth está arrodillada frente a la diosa con total reverencia y sonríe muy feliz cuando siente el toque de su progenitora.

—Bien hecho, querida —la felicita y Annabeth parece que explotará del orgullo y la felicidad por recibir los elogios de su madre.

—Gracias —dice tan bajito por contener la emoción.

—Lo hicimos perfecto, suegrita. No tenía por qué preocuparse, somos profesionales en esto —dice Luke, logrando que Atenea le vea con sus penetrantes ojos grises.

Percy está muy preocupado por comer, pero el resto de mortales miran a Luke como si hubiese accedido a morir en ese momento. Luke no parece darse cuenta de lo que dijo y Atenea no sabe cómo responder a eso, así que Percy sale al rescate de manera accidental.

—¿Tienes comida para pingüinos? —pregunta a la diosa.

Atenea mueve su mirada de Luke y se enfoca en el mortal, moviendo ligeramente su mano para aparecer un platillo hecho de plata con sardinas para Marco. Percy ayuda al animalito para que pueda comerse su merecido almuerzo y sigue sin darse cuenta en la metida de pata que se dio Luke.

—Madre —carraspea Annabeth, viendo a su novio con la clara petición de que cierre la boca—. Aquí está tu escudo.

Entrega el Égida que continúa en la caja. La diosa esfuma las paredes de cristal y sonríe satisfecha cuando el pedazo de su escudo la reconoce como su portadora. Un enorme escudo aparece, en el tamaño ideal para la diosa. Ella lo deja sobre un pilar que está junto a su trono y regresa su mirada gris a su hija.

—Me temo que la misión aún no ha terminado para ustedes —dice la diosa.

—¿Cómo que no? —pelea Percy, viendo con enojo a Atenea—. Encontramos tu juguete, ya danos pase libre.

Atenea estrecha un poco la mirada.

—Es obligación de los héroes ayudar a los dioses cuando-

—Lo dijiste. Héroes —resalta—. Sólo entrégame los cinco dólares del metro y no vuelvas a buscarme —mueve su mano y la deja extendida para obtener su dinero.

Atenea se muestra regia, una muralla.

—No me hagas ponerme dura contigo, Percy. He sido muy considerada contigo, pero no permitiré que intentes escaparte de la misión.

—¿Considerada en qué? —pregunta, incrédulo.

—No te he castigado como mereces por la cantidad de insultos que has vomitado en mi nombre.

—Fueron accidentales —se defiende—, aunque algunos bien merecidos —añade por lo bajo.

Un trueno hace temblar las copas de la mesa.

—Ya, ya, no te ataques —despreocupa Percy, logrando que Atenea no se muestre muy feliz.

—Deben ir a la Colina de la Unión para proteger el Atenea Partenos. Hay un grupo de monstruos que buscan apropiarse de ese Égida.

—¿La que es de oro? —pregunta Luke.

—Sí.

—¿En la que tienes el ojo torcido? —sonríe Percy.

—¡Mi ojo no está torcido! —la mirada gris de Atenea se vuelve brillante, furiosa por la pregunta.

—¿Sólo debemos proteger el Égida? —pregunta Thalía con mucho respeto.

—Así es —responde Atenea un poco más relajada.

—Lo haremo-

—¿Qué obtendremos a cambio? —pregunta Percy, interrumpiendo a Annabeth.

Atenea regresa a su expresión furiosa.

—Este no es uno de tus sucios tratos piratas —espeta.

—¿Sucios? —jadea ofendido—. ¿Quieres hablar de acciones sucias?

Atenea sabe el camino por el que se dirige, así que chasquea los dedos para hacerlo callar.

—Hazlo o te convertiré en un delfín —condiciona ella.

Percy parece considerar esa opción y no se muestra tan disgustado.

—¿Podría ser un delfín verde?

—¡No!

—Protegeremos el Égida, Lady Atenea —dice Nico, tan firme que esta vez Percy no dice algo contrario.

Atenea da un asentimiento elegante y mueve una mano para que una puerta se abra, señal de que deben marcharse ahora mismo.

Luke agarra muchos bocadillos y los deja en su mochila, siguiendo a Nico y Grover. Thalía le da una inclinación respetuosa a la diosa y sigue a sus amigos también.

—¡Adiós, suegrita! —Nico empuja a Luke para que se calle y lo lleva fuera del templo antes de que un rayo de Atenea lo calcine.

Annabeth destruye su sonrisa provocada por Luke y se gira hacia la diosa.

—Te amo, mamá —abraza la pierna de la diosa antes de salir corriendo, ganándole a Percy para salir.

Antes de que pueda irse, Atenea llama a Percy.

El mortal mira a la diosa con cautela, sabiendo que algo vendrá por ese momento en privado.

—¿A qué se refiere el hijo de Hermes al llamarme "suegrita"? —pregunta por la confianza que hay entre sus años de conocerse.

Percy se queda a cuadros, con ganas de reírse, pero también se compadece de la incomodidad de la diosa al no saber cómo reaccionar ante una expresión que ella considera extraña en los humanos.

—Es... una forma cariñosa de los humanos para referirse a los padres de sus parejas —dice. Ver televisión en casa de Sally le ha enseñado algunas cosas humanas que antes no habría entendido.

Atenea frunce el ceño, sin atrapar la idea.

—Eres la mamá de Annabeth.

Es cuando Atenea obtiene un aire maternal, pero uno protector.

—¿Desde cuándo un humano se toma tantas libertades conmigo? —dice la diosa, un poco ofendida.

—Desde que-

—Esto es culpa de ese sucio de Hermes. Es el que más libertad de expresión le da a los humanos, incluso se suben a su carro y tienen una patética línea de bolsos con su nombre —espeta.

Percy asiente, mas para no ser aplastado por la diosa.

—Me encargaré de su creación. No quiero que corrompa la brillante mente de mi hija —decide, frotando algunos de sus dedos como si ya sintiera los huesos de Luke luego de despedazarlo con sus rayos.

Cuando Atenea se queda en silencio, Percy mira hacia la puerta y camina un poco.

—¿Ya puedo irme?

—No.

Percy se queda quietísimo, más que la estatua de Perseo que tiene Atenea.

—¿Hay algo que quieras decirme? —pregunta la diosa, ya regresando a su tono de calma y rectitud.

—No, no lo creo —dice Percy, distraído. Libera un bostezo y estira sus brazos.

Atenea luce un poco enojada.

—Algo sobre el voto.

—¿Qué voto?

Atenea se pellizca el puente de la nariz y cuenta hasta diez.

—El voto de-

—¡Ah, el voto! —ríe Percy.

—Sí —Atenea estira los labios.

Percy mira a la diosa y considera que tal vez hace buen clima para decirle que ha cambiado un poco de opinión

—Supe que eres quien organiza unos juegos de deportes para los mestizos —comienza, logrando atrapar la atención de la diosa—. Ellos no merecen ser castigados por las acciones de Kai. Muchos semidioses usan esos juegos para liberar su estrés y algunas emociones. Tú y yo sabemos lo importante que son las competencias y mantenerse fuera de la acción es un poco difícil...

Atenea luce impasible.

—Me gustaría cambiar el voto y prefiero mantener mi castigo a cambio que el Campamento regrese a los Juegos Mitológicos.

La diosa mira hacia su escudo y luego a Percy, respirando profundo y mostrando una sonrisa increíblemente amable.

—Tomaré ese cambio. La bienvenida les llegará cuando sean los siguientes juegos —promete.

Percy sonríe sin poder evitarlo y experimenta una felicidad pura.

—Gracias —le dice a la diosa y ahora es ella quien se lleva una sorpresa.

Percy considera que la charla terminó y decide salir del templo.

—Percy —la voz de Atenea se escucha antes de que cruce por la puerta. Ella chasquea los dedos y un brazalete se materializa en la muñeca de Percy—. Desaparecerá cuando ya no lo necesites.

El escudo que estaba al lado del trono ya no está, así que Percy descubre que Atenea le dio una parte de su escudo.

—¡Gracias, bruja! —le dice Percy y la diosa gira los ojos.

. . .

Blackjack cae sobre un lestrigón y Percy lo termina de matar con su espada.

Se siente perfecto por los bocadillos mágicos de Atenea y cree que puede luchar contra un nutrido ejército de monstruos, sabiendo que podría morir contra ellos. La energía de un dios de la guerra siempre es así de contagiosa.

Thalía le quiebra la cabeza a una empusa contra una roca y con las órdenes de Annabeth, el Atenea Partenos a veces libera rayos por los ojos para calcinar a los demonios. La hija de la diosa usa su daga para cortarle la garganta a un lestrigón y luego se une a Nico para acabar con una mantícora sin jinete. Cada uno está enfocado en proteger un lado de la estatua mientras se encargan de las oleadas de monstruos. Los ancianos que resguardaban la colina está en las filas interiores de la defensa por si algún monstruo se les escabulle.

Cuando un monstruo intenta lastimar a Percy, de forma instintiva levanta su brazo, sin recordar que ahora tiene un escudo extra. El lestrigón libera un grito y luego es paralizado por la imagen que proyecta el arma. Percy se toma un minuto para apreciar el escudo, descubriendo la cabeza de Caribdis. Incluso Percy da un paso atrás por el susto que le provoca esa imagen. Ese monstruos es mejor nunca cruzárselo.

Al menos cambió la cabeza de Medusa.

—¿Te dio un escudo? —jadea Thalía.

—Está bonito, ¿cierto? —dice Percy, levantando su escudo.

Thalía choca el suyo contra el de Percy en un saludo de lealtad y continúan en su misión.

—¡¿Por qué a mí no me dio un escudo?! —grita Luke, traicionado.

—¡Por llamarla suegrita! —ríe la hija de Zeus.

Percy no escucha el resto de lo que dicen, está muy enfocado en recordarse cómo es luchar con un escudo y con una espada a la vez. Nunca usaba ambas cosas por temas de movilidad. Tener mucho peso limita la rapidez del portador.

—¡Percy! —el grito de Grover hace que el mortal busque el peligro y cuando descubre a un lestrigón acercándose a la estatua por una parte vacía, el escudo abandona su mano y vuela en un ataque directo hacia el monstruo.

La fuerza que imprimió es lo bastante fuerte como para atravesar el pecho del lestrigón.

—¡Ese era mi novio! —le grita una empusa y Percy detiene un ataque cuando mira sus manos filosas cerca.

—¡Pues deberías acompañarlo! —le dice Nico antes de desintegrar a la empusa con su espada estigia.

Nico tiene unos rasguños, pero luego de esas luce tan fuerte que Percy se queda sin habla por un instante.

—No puedes distraerte con tantos monstruos alrededor, novato —le dice Nico con una sonrisa tan satírica que Percy se tarda aún más en reaccionar.

—¿Novato? —susurra, ofendido—. ¿Quién se cree?

Pero se traga lo que dice al ver la agilidad y la precisión que muestra Nico mientras destruye a los monstruos. Ese no es el Nico con el que luchó en la arena.

Regresa a lo suyo porque los monstruos siguen llegando y ellos son pocos.

El escudo vuelve a brotar de su muñeca y con ayuda de Contracorriente se enfrenta a un grupo de demonios. Corta a uno por la mitad, a otro le separa la cabeza con el escudo y el resto siguen el mismo destino mientras son el objetivo de Percy. Golpea a uno contra los pies del Atenea Partenos cuando la cola de una mantícora intenta decapitarlo. Percy se agacha y está por herirle en el cuello cuando un rayo lo bastante fuerte desintegra a la mantícora.

—¡Gracias, Thals! —le dice a la semidiosa, pero ella le mira con unos ojos furiosos y una mueca sanguinaria mientras patea a un lestrigón.

—¡¿Qué?! —gruñe.

—Por el rayo —señala hacia los restos de la mantícora. La semidiosa se muestra fuera de lugar.

—Yo no hice nada —dice, con la misma mueca.

—¡Ese fui yo! —grita un alegre niño rubio con ojos tan azules como los de Thalía y una emoción de cachorrillo.

Se coloca a un lado de Percy y muestra tantos músculos que no parece real. Thalía se queda perpleja y apunta al niño rubio. El chico tiene una cicatriz en su labio y es lo bastante guapo como para distraer a Luke de su pelea. Tiene la misma altura que Percy y lleva una camisa púrpura que dice CAMPAMENTO JÚPITER en letras doradas.

—¡¿Qué haces aquí?! —le dice Thalía, preocupada y furiosa.

—Vine a ayudar. Minerva nos envió —dice, casi retorciéndose mientras mira a la semidiosa con ojos de cristal.

Thalía cierra los ojos y maldice en silencio.

Percy logra entender lo que ocurre y se suelta a reír.

—¡Es tu hermano! —señala al rubio sin discreción—. ¡No se parecen! —vuelve a reír y Thalía se muestra arisca—. Soy Percy —se presenta ante el rubio y este toma su mano con reverencia y la apretuja con emoción.

—Lo sé —sonríe encantador—. Mi hermana me habló de ti. Es un honor conocerte, dios Percy —le dice.

Percy mira a la semidiosa con una mueca incrédula y luego sonríe como diablillo.

—Sé que soy perfecto, Thals —le guiña un ojo a la semidiosa. Antes de que ella responda, Nico llega a aplastar los esfuerzos de Percy.

—No le digas esas cosas, Jason —le dice el semidiós—. Comenzará a creer que es un dios destacable —dice con una sonrisa corta.

Percy mira a Nico de punta a punta.

—¿Hay algo que quieras decirme, niñato?

—Creo que algunas cosas, sí —responde Nico, acercándose un poco retador.

Jason sonríe de la emoción, pero el grito de Annabeth los interrumpe.

—¡Es hora de pelear, no de intercambiar halagos! —ordena.

Cada uno elige a un monstruo para golpear y las presentaciones quedan para luego.

. . .

Percy es rodeado por muchos semidioses romanos, sintiéndose un cubo de azúcar entre muchas hormigas. Cada uno le pregunta por técnicas de pelea y piden que visite el Campamento Júpiter para elaborar un banquete por su presencia en la tierra. Percy promete que irá un día con su grupo para saludar y conocerlos. Los semidioses son controlados por una chica de porte firme y militar, que lleva una capa morada y dos perros galgos cuidándole. Ella es muy guapa y de ojos castaños como el chocolate, incluso saluda con familiaridad a su grupo y es bastante gentil con Nico.

Cuando llega a Percy, ella le escanea y Percy hace lo mismo.

—¿Esa es la capa? —pregunta con una burlilla.

—Tú debes ser Percy —sonríe con elegancia.

—No me culpes. Una capa es la peor elección. Pregúntale a cualquier dios de la guerra.

—¿Como a Belona? —pregunta ella con una puya.

Percy le mira despreocupado.

—Si prefieres. Yo estoy fuera de servicio —sonríe ligero.

—¿Vendrás al Campamento? —pregunta el hermano de Thalía, Jason.

—No, no lo hará —determina su hermana, viendo a Percy con advertencia.

Percy hace una mueca confusa.

—¿Por qué no?

—Por usar a mi hermano de carnada —dice ella, recordando que hace unos minutos Percy usó a Jason para atraer a una mantícora y matarla.

—Agradece que no perdió una mano —le dice y la pasa empujando cuando se aleja de la charla.

Busca el Atenea Partenos y deja el escudo de Caribdis en las manos de la diosa de oro. El escudo desaparece en un brillo hechizante, dejando a Percy con su confiable Contracorriente como arma favorita.

«Pues qué bueno que se fue, o lo habría cortado con mi filo.»

De nuevo esa vocecilla chillona, la de una niña gruñona y que le gusta la sangre.

Mira a Contracorriente entre sus manos, sabiendo lo valiosa que es y que no habría podido hacer nada sin ella. Deja un beso corto en la base y la espada vibra.

«Aaaw, yo también te quiero, niño mortal» Percy sonríe ablandado por el amor que le demuestra la espada.

«Ahí viene ese palo de muerte» vuelve a sonar la voz de Contracorriente y al escuchar el término de muerte, Percy sabe que se refiere a la estigia de Nico.

El hijo de Hades se acerca a Percy y mira el Atenea Partenos.

—¿Quieres volverte en su servidor? —pregunta casual.

—Nunca fue mi meta —responde con la misma simpleza de la pregunta.

Nico asiente y es como si no supiera qué más decir. Percy tampoco y quizá sea porque ha llegado el momento de separarse. Nico no regresará al Campamento por ahora y Percy tampoco. Se quedará con Sally un poco más de tiempo antes de que la pena lo ataque. Aún así, pensar que Nico estará solo le rompe un poco el corazón, sabiendo que fue su culpa.

—Podría hablar con Quirón y...

—No —lo detiene Nico—. Hades habló conmigo esa noche en el hotel —revela, mostrándose un poco nervioso de hablar sobre su vida privada—, dijo que Perséfone no estaría en el Inframundo y que Deméter me protegería si ella llegaba a amenazarme. Además... me dijo que tenía una sorpresa para mí así que... no lo sé —juega con una piedrita en el suelo, evitando mirar a Percy.

—¿De verdad? —se anima al saber que ese anciano siente cariño por Nico.

Nico se encoge de hombros, restándole importancia.

—Pero podría visitarte y eso —Nico dice tan rápido que si Percy no estuviera cerca, no lo habría escuchado.

—¿Lo harías? —responde Percy, emocionado—. A veces me muero de aburrimiento viendo televisión y escuchando los gritos de la vecina.

Al mencionar a su vecina, Percy se recuerda del juguete que le robó a cierto leprechaun. No lo dice, será mejor quedarse calladito o hará que Nico se quede triste por no tener su figurita.

—¿Qué ocurre? —pregunta Nico, con unos ojos más grandes y puros.

—No, nada —despreocupa Percy, abrazando a Nico por los hombros y caminando juntos—. Dime el día que llegarás, así busco la comida tradicional de Inframundo.

Nico no parece incómodo porque les vean juntos, pero sí algo huraño por el abrazo.

—Mejor comida italiana —dice por lo bajo, viendo a otra parte porque quiere esconder sus mejillas rojas de Percy.

—O comida de gato. Lo que sea está bien —dice Percy, apretujando a Nico antes de soltarle.

Nico se intenta arreglar el cabello y luce aún más esponjado que antes.

—¿En dónde dejarás a Marco?

—Quería preguntarte si podrías enviarlo al Campamento con una sombra —dice Percy, con una pizca de nervios.

Nico se cruza de brazos y se muestra inalcanzable.

—Comenzaré a acumular tus viajes en sombra para cambiarlos cuando seas un dios —advierte.

—¿Lo ves? Sí crees que me convertiré en un dios —señala, logrando que Nico borre su sonrisa.

—No es verdad —espeta.

Percy ríe encantado y golpea la cadera de Nico con la suya.

—Te veré luego, cría de Hades —le guiña un ojo y deja a Nico en esa colina mientras los romanos comienzan a retirarse.

Llama a Blackjack y el pegaso llega en un pestañeo, aleteando feliz por una nueva aventura con Percy.

. . .

Sally pega un grito al cielo cuando mira a Percy junto a su pegaso en el balcón de su casa. Deja su masa de galletas y abre una ventanilla.

—¿De dónde lo sacaste? —pregunta emocionada.

—Lo robé de un zoológico —presume a su pegaso y este relincha, ofreciendo su lomo para que Sally se suba.

—Oh, cielo, los equinos no son lo que busco, pero no voy a negarme —ríe la nereida—. Iré por mi monedero —dice con una sonrisa enorme antes de entrar de regreso a su casa.

—No es justo —pucherea Percy, acariciando la melena de su lindo pegaso—, yo no puedo entenderte.

Blackjack restriega su cabeza contra Percy, demostrando que eso no importa para él.

«A mí me entiendes y eso es más importante» la risa feroz de Contracorriente llega desde su bolsillo.

Blackjack para su oreja y es como si hubiera escuchado eso, buscando al que lo dijo.

Percy deja un beso en su cabeza y Sally abre la puerta de su balcón para salir.

—Vamos por hamburguesas —dice, usando el barandal para montarse sobre el pegaso—. Preguntaremos si hay menú para caballitos —acaricia a Blackjack y este parece encantado de los mimos.

Sube sus fuertes patas y se impulsa con sus alas para caer del balcón. Los gritos de Percy y de Sally inundan Manhattan en ese atardecer, riendo de la felicidad al estar junto al ágil y fuerte pegaso.

. . .

Puede sentir la mirada de Sally sobre su rostro, una que se compadece de su dolor y busca arrullarle.

—Sé que puede ser difícil al inicio. Yo tuve muchos años para adaptarme y luego intentar sobrevivir en un mundo que nunca había conocido —su mano acaricia los cabellos de Percy, siendo suaves y consoladores—. Incluso busqué el amor entre los humanos —admite.

—¿Lo lograste? —Percy encoge sus piernas y reposa su cabeza para abrazarse a sí mismo.

—Se llamaba Paul. Era un profesor muy guapo —una sonrisa triste inunda su rostro cuando menciona el nombre que muchos años mantuvo en silencio—. Me alejé de él cuando no supe sobrellevar nuestra vida juntos —el arrepentimiento gotea de su voz.

Percy no dice nada. Ese tipo de relaciones funciona muy diferente para aquellos que viven en la inmortalidad. Los que llegan a amar con absoluta devoción dejan su vida divina y eligen quedarse con el ser que han elegido, tomando su ciclo de vida. Percy conoció a muchas sirenas y tritones que dejaban el océano por vivir con sus humanos, aquellos que llamaban su mar.

—¿Era tu mar? —pregunta sin intenciones de ser entrometido.

Sally mira hacia el cielo y aplasta sus labios, manteniendo sus lágrimas.

—No lo fue —admite.

Percy no dice nada con ello, sólo se queda como un apoyo silencioso para la ninfa.

—¿Te da miedo quedarte como semidiós? —pregunta ella, acercándose más a Percy.

El mortal observa hacia lo envoltorios de las hamburguesas y el nudo en su garganta crece tan rápido que ya no detiene las lágrimas.

—No conozco este mundo. Los humanos tienen vidas muy fugaces y ni siquiera sé cómo relacionarme con ellos. Mis hermanos pueden estar viviendo castigos por mi culpa y las criaturas están indefensas. M-Me es difícil no pelear con los dioses y tampoco tengo poderes —llora, ahogado en cosas que comienza a ver como insignificantes.

Pero si son tan insignificantes, ¿por qué duelen tanto? Hay problemas mayores, más importantes que sus lágrimas de niño estúpido.

Sally lo abraza y trata de arrullarlo, pero Percy ya no encuentra sentido en sufrir si ya nunca volverá a ser un dios. Es una verdad que duele, pero es el presente que lo acompaña.

—A veces esas cosas no importan. Sabes que eres mejor que eso, que no necesitas poderes para ayudar y que los dioses no siempre tienen la razón —acaricia su mejilla húmeda.

Percy abraza fuerte a la nereida y desahoga en ella todo lo que no ha podido.

—Sólo soy un ser insignificante —murmura.

—No, no lo eres —Sally toma su rostro y le mira con una sonrisa amorosa—. Y me lo demostrarás en los juegos mecánicos —dice.

A unos metros, las luces coloridas de la feria son como un alivio, una distracción ideal.

—¿Ahora? —pregunta, sorprendido.

—Veamos si esos disparos te hicieron más fuerte —dice ella, poniéndose de pie mientras agarra los envoltorios de las hamburguesas y los guarda en el bolsillo de su chaqueta.

Percy no tiene otra idea más que seguirle y subir sobre Blackjack otra vez, despertando las alas oscuras del pegaso.

Viendo la ciudad en esa noche, Percy descubre que a veces es bueno no darle atención al dolor.

—¿Listo?

—Sí —le responde a Sally y el relincho de Blackjack es lo último que escucha antes de cerrar los ojos y disfrutar del aire golpeando su rostro.

Las pruebas de Percy: el escudo de Atenea - lacaritademalfoy - Percy Jackson and the Olympians (2024)

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